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Columna
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Herramientas de seducción

Nada, salvo el vecindario de las fechas, permite unir la inauguración en Bilbao de la última Bienal de la Máquina-Herramienta y las conmemoraciones del 60 aniversario del desembarco de Normandía. Y sin embargo les encuentro un punto de contacto. Porque en esa inauguración el lehendakari dijo algo curioso -en otro contexto lo hubiera calificado incluso de gracioso-: las máquinas (y cito de memoria) son como las personas; educadas, bien presentadas, limpias y bien vestidas resultan más atractivas. Además de la comparación entre personas y máquinas, lo que me llamó la atención fue esa referencia al aspecto exterior; al atractivo ligado a las apariencias. Es decir, que el lehendakari se centrara de esa manera en la fase de seducción, de pre-venta. Y si me sorprendieron sus palabras supongo que es porque tiendo a pensar, al ser mayormente usuaria, que las máquinas resultan sobre todo atractivas cuando después de compradas funcionan. Y que el atractivo de los fabricantes lo marca precisamente el modo en que responden de ese funcionamiento; la solvencia y la celeridad con que aseguran el servicio post-venta. Y que lo que vale para la fabricación de máquinas, vale para cualquier industria. El prestigio de quien la monta y la vende se mide en y con la consecuencia.

Paso ahora al Desembarco y a intentar unir los dos cabos de mi reflexión. La conmemoración del "día más largo" nos ha puesto en el escenario y en el contexto de la memoria histórica; en el argumento de su pervivencia y transmisión. En la costa normanda, y ante las pantallas mediáticas, se han reunido testigos directos del desembarco y los demás; los que sólo conocemos lo sucedido de oídas, a través del testimonio de los participantes, y de las pruebas por ellos recogidas allí y entonces. Películas, fotografías, dibujos, cartas, conversaciones o relatos; todo cuenta, todo suma hondura y significación. "Aquellos cinco minutos quedaron grabados en mi mente para siempre", le oí decir el domingo pasado a un anciano superviviente. Y de eso se trata cuando algo se evoca con publicidad y ceremonia, de grabarlo en la mente de los ausentes, de quienes no lo han visto por sí mismos. Con la sana intención de que, cuando se apague el último recuerdo vivo, la memoria persista vívida en la imaginación humana como aprendizaje que conduzca (ojalá) a la reparación y a la rectificación definitivas.

Uno de los desembarcados en Normandía fue el fotógrafo Robert Capa que contó más tarde que, mientras avanzaba por la playa sembrada ya de heridos y de muertos, se repetía algo que aprendió a decir en la guerra civil española: "Es una cosa muy seria". Muy serio, desde luego, hombres cayendo como moscas en la flor de la vida.

La guerra y la seriedad, o mejor dicho, la ausencia de seriedad y la guerra me devuelven a Euskadi y a las maquinarias sólo aparentes. Y de ahí al lamentable espectáculo de la consejería de Javier Madrazo en relación con las víctimas del franquismo. Sus herramientas para seducir quedaron claras en su día: folleto atractivo -limpio, educado y bien vestido-; buzoneo extenso; discurso grandilocuente: "El Gobierno vasco cubre una herida no cicatrizada"; "rendir tributo a quienes lucharon contra el totalitarismo"; "Euskadi ofrece las ayudas más altas del Estado". Pero una vez colocado el producto, empezó para los afectados un proceso kafkiano: imprevisiones de tramitación, retrasos, pegas probatorias; el revelado, en suma, de la escasa voluntad que tenía esa consejería de obrar en consecuencia; de garantizar para su invento un adecuado servicio post-venta. Y hoy nos encontramos, después de dos años colgados, con el 70% de las solicitudes rechazadas; con más de 500 recursos interpuestos; y con una generalizada sensación de manipulación, de fraude, de montaje. De timo, que es lo que se dice de los negocios con segundas. Espero que haya terceras, que el tema traiga más cola, hasta la total respuesta de la garantía.

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