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FONDO DE OJO
Columna
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Matriculados

La matrícula tiene como objeto primordial la estabulación intelectual de la población. Asimismo tiene un componente lúdico, cual es, cuando paseamos por las calles de Armenia, pongamos por caso, poder entonar un grito de alegría al reconocer como conciudadano al vehículo que transita por aquellos parajes. Por lo demás, las gentes que se apuntan en una lista de matrícula pretenden obtener los beneficios o derechos que se derivan de dicha matriculación: examinarse de la asignatura vital o bien acceder a desarrollar una actividad para la cual sea necesario estar patente y reconocido.

A su vez, los organismos públicos que pretenden la matriculación intentan controlar, tasar y contabilizar a los matriculados con intenciones previsiblemente onerosas pero de seguro fiscalizadoras.

En base a esas matrículas se evalúa el número y cualidad de los dedicados al negocio de la peluquería o se puede realizar estadística y comparación entre los sujetos que consagran sus esfuerzos a la venta menor de bisutería.

No obstante, la matrícula por excelencia es aquella que se impone a los vehículos, la placa que los caracteriza y les confiere el derecho a circular por las vías públicas. Mediante esta matrícula los camiones, automóviles, motocicletas y, en general, todos los artilugios que se mueven por medio de un motor quedan reconocidos y diferenciados de sus semejantes, ya que les individualiza el número de matrícula. Esta peculiaridad sirve para que la autoridad nos reconozca y pueda cargar contra nosotros, exigiéndonos los gravámenes que ineluctablemente corresponden al vehículo transportador, sabiendo que la insidiosa matrícula no permitirá que caigamos en el olvido del recaudador o sancionador.

Pero hete aquí que algunos padres de la patria consideran que no es suficiente esta función social de la placa identificadora, por lo que pretenden que además de lo ya señalado sirva como seña de identidad o título de prestigio, e insisten en que en la misma no solo deben constar los números y letras que la individualizan, sino que además deben figurar los caracteres que indican el lugar en que se produjo el advenimiento al mundo del vehículo en cuestión, con expresión, en lengua vernácula -así se trate de las iniciales- de la provincia, país o comunidad que lo acogió y le cobró su primer impuesto, o sea, el de matriculación.

Y me planteo, además de esa curiosidad tributaria, ¿qué otros supuestos se pueden contemplar que beatifiquen la necesidad de ir exhibiendo, por doquiera que vayamos, el origen de nuestro utilitario?

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