El ser y la nada
"Todos los escritores caminamos hacia el olvido", decía Borges, con su proverbial ironía "la única diferencia es que los mediocres llegan un poco antes". A esas alturas de su vida el escritor argentino ya era el príncipe del ingenio. Unos años antes había acudido a la Feria del Libro de Madrid con Ernesto Sábato y mientras dedicaba ejemplares a sus fieles Borges le dijo maliciosamente a su compañero:
- "¿Vos te imaginás Ernesto, lo que pueden llegar a valer el día de mañana nuestros libros que no estén firmados?"
Y no es que Borges no tuviera vanidad, que la tenía. Es que probablemente estuvo siempre más allá de la gloria. Hay autores que escriben su primer relato y se ponen la palabra escritor como un sombrero. Igual que cuando de niños soñábamos con ser marinos o paracaidistas. También hubo toda una generación de muchachos que querían ser periodistas o abogados para acostarse con una rubia o resolver el caso del siglo. Una actitud que puede resultar incluso tierna cuando se trata de alguien muy joven, pero puede convertirse en patética si se pasa de los treinta.
Antes de la Revolución Francesa el escritor tenía un papel sagrado, era una especie de medium. Más que nada los poetas, pero es que entonces todo se escribía en verso, hasta el teatro. El triunfo de la burguesía es el triunfo de la prosa, el escritor se convierte en un profesional en el sentido burgués, pero entonces pierde el aura sagrada y eso es algo que muchos novelistas no acaban de llevar bien.
Por eso la feria del libro viene a jugar un papel fundamental, porque en ella siempre se dan situaciones que, si uno se las toma con humor, acaban siendo una auténtica cura de narcisismo. A Juan Marsé le quisieron comprar una vez la mesa de nogal en la que firmaba ejemplares en El Corte Inglés, tomándolo por un encargado de la sección de muebles, y él sin inmutarse sacó a relucir sus conocimientos de carpintería. También a Manuel Vicent le sucedió algo parecido en la feria de Castellón cuando estaba firmando libros en un carpa blanca de lona cedida por la empresa Toldos Tárrega. Entre los lectores que esperaban su turno, se le acercó una pareja de recién casados que quería encargarle una marquesina de rayas para la terraza. Pero todavía fue peor lo que le ocurrió en Galicia, cuando dos mujeres de Malpica dieron un grito de muerte al cruzarse con él por la calle, pensando que se trataba de un resucitado porque acababan de ver por la tele el entierro de Adolfo Marsillach. Hay muchos casos de transmigración de almas entre escritores. Fernando Savater lleva como puede que algunas damas piadosas le pregunten por la virgen María, y hasta ha estado a punto de afeitarse la barba para que dejen de confundirlo de una vez con Arrabal.
Vargas Llosa, que es capaz de mantener el tipo incluso vestido de chaqué dentro de una tanqueta del ejército, cuenta siempre una anécdota que le sucedió en la feria de Madrid. Al parecer se le acercó un lector devoto que le confesó embelesado haber leído todas y cada una de sus novelas, pero quería felicitarle por Cien años de soledad. Con mucha educación y delicadeza el escritor peruano le explicó que él no era García Márquez. Entonces el admirador hizo un gesto como si recién acabara de caer del guindo y exclamó: "Hombre, claro, si usted es Carlos Fuentes".
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