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FORUM DE BARCELONA | Opinión
Columna
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La ciudad no arranca

Nunca Barcelona había presentado una oferta cultural tan compacta y sugerente como la que ahora está en cartelera. Una veintena larga de exposiciones en los centros más activos de la ciudad proporcionan una reflexión de primer orden sobre algo tan candente como la guerra y la paz, el conflicto y la integración, lo local y lo global. En paralelo, el Festival de las Artes -o Fòrum Ciutat, o Grec como parece que ahora se recupera: tal vez hubiera sido mejor dejarle el nombre clásico desde el principio- está proponiendo espectáculos de calado, al tiempo que en el Fórum se celebran debates que van dejando cierto poso teórico, mayor o menor según quiera medirse el vaso.

Sin embargo, la ciudad no parece acabar de arrancar. No es sólo una cuestión de cifras de visitantes al recinto, que bien ponderadas no han de ser motivo de alarma excesiva: cuando apenas se lleva un mes, 1,2 millones de entradas vendidas representan el 40% de las necesarias para que los números del presupuesto cuadren. Hasta primeros de julio como mínimo -el ecuador del acontecimiento cae el 18 de julio- no podrá pasarse del terreno de las impresiones al de las proyecciones fiables. Pero la sensación difusa de que el acontecimiento no ha generado todavía las complicidades esperadas, de que la ciudad no acaba de salir de cierta astenia primaveral, no es una estricta cuestión de números.

El público acude a las exposiciones lo habitual por estas fechas, que son malas, al decir de galeristas y organizadores de exhibiciones. Mayo y medio junio son tiempo de exámenes, de declaración de la renta, de planificación de las vacaciones: unas semanas ajetreadas, especialmente para las familias. Además, la época ha sido particularmente convulsa desde el punto de vista del clima: durante mayo llovió e hizo frío de forma inusual. Pues bien, en este contexto se ha producido la actual avalancha de oferta cultural. El efecto resultante parece haber sido el agobio, la saturación y en consecuencia la no reacción, es decir, la no implicación.

Cierto, el mensaje lanzado ha tenido fallos. Un gigantismo excesivo ha acompañado a la convocatoria desde sus inicios. Cinco millones de visitantes esperados, un territorio urbano de 40 hectáreas, un nivel de patrocinio de empresas al nivel más alto nunca conseguido (cuando el pronóstico en el arranque del proceso era más que sombrío por parte de supuestos especialistas). Todo ello asociado al enorme trajín edilicio en curso en la zona del Besòs, y con consignas tan desmesuradas como "un acontecimiento que moverá el mundo". Con que moviera a los vecinos podríamos darnos con un canto en los dientes. Ese mismo fallo cometió el equipo de gobierno durante las elecciones municipales, y el efecto fue el retraimiento de los votantes. Cabe preguntarse si no ha llegado la hora de abandonar ese lenguaje y hablar a las personas de forma normal, cosa que pasa por cierto por reconocer los errores cometidos.

Las circunstancias políticas vividas desde noviembre pasado también influyen en la flojera ciudadana. Ha habido muchas movilizaciones, por la guerra y el terrorismo. Los sobresaltos del tripartito en la Generalitat han dejado sin resuello a una población a la que ahora se le pide que se pronuncie sobre Europa, como si eso fuera tan fácil. Lo normal es que ante tantas solicitudes continuadas el ciudadano piense que el único bálsamo a sus excesivas cuitas sea escaparse lejos.

Sin embargo, tal vez nos estemos jugando más de lo que pensamos. El dinamismo y la colaboración demostrados en fechas recientes, un capital barcelonés internacionalmente reconocido, puede estar entrando en zona de peligro. De hecho, está ya haciendo daño. Por poner un ejemplo: que una compañía como el Teatro Zíngaro tenga que suspender una representación por falta de público para un espectáculo de primera categoría por el que pujan las principales capitales europeas pone un serio borrón en la agenda ciudadana de los espectáculos (hace dos años la compañía vendió en Barcelona 14.000 entradas; ahora sólo 8.500). Que a conciertos en el recinto del Fórum -de nuevo de alto nivel, al decir de la crítica- se acerquen apenas 100 personas en un espacio previsto para 4.500 es que algo está fallando seriamente.

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Curiosamente, este proceso incierto ha ido acompañado por un esfuerzo comunicativo relevante. Desde luego, no podrá decirse que los medios no nos hayamos volcado en proporcionar información sobre el encuentro y las transformaciones urbanísticas asociadas. De momento, reconozcámoslo, no parece que hayamos sido capaces de generar mucha ilusión, y a esto ha contribuido de manera decisiva la intelectualidad local, distanciada, fría y a menudo enredada en pequeñas luchas intestinas por las jugosas subvenciones repartidas por el mismo Fórum. Lo mismo, aunque 12 años antes, le ocurrió a esa intelectualidad con los Juegos Olímpicos. Luego se subió rápidamente al carro para celebrar el triunfo.

Sea por una cosa o la otra, no se ha conseguido articular un compromiso moral y político suficientemente fuerte en torno al encuentro, como tampoco parece estar yendo mucho más allá el movimiento anti-Fórum, que de haber realizado una crítica más afinada hubiera sin duda enriquecido el panorama. De momento no ha sido así, y el peligro que nos acecha es grave: la indiferencia.

No está todo perdido ni mucho menos. Pero hace falta recuperar la autoestima. Salir de la astenia primaveral e implicarse en lo que hay. Librándonos de los ataques de megalomanía, con toda la ingenuidad e ironía que convengan, pero también con algún orgullo por habernos autocitado a debatir sobre un mundo mejor.

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