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Columna
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Municipio irreal

Por lo que contaban las crónicas, la que se guardaba aparentemente las cuentas de sus viejos -cuántos son, cómo viven, qué necesitan y qué les pasa-, a pesar de que prometió que iban a ser para ella una prioridad, era la concejal de Empleo y Servicios al Ciudadano del Ayuntamiento de Madrid. Mientras, la perversa oposición informaba de que en los tres primeros meses del año habían muerto 22 ancianos en el abandono más absoluto, sin que la concejal estuviera enterada; las socialistas lo habían sabido por los servicios de emergencia de la corporación que, al parecer, si llevan las cuentas. No me interesaba mucho si la falta de información se debía al intento de ocultar un fracaso de doña Ana Botella, como decían sus adversarias; lo que me conmovía eran los viejos abandonados en medio de las alegrías de la boda, con sus recuerdos efímeros de los muertos y el bosque del olvido desmontándose, o el glorioso paso de la antorcha olímpica en un Madrid sobrado de petunias.

Pero, porque me preocupaba la soledad de nuestros mayores, viviendo solos porque les da la gana, dejados de la mano de sus familias porque no las tienen, o porque si las tienen es como si no las tuvieran, me paseé por las cifras que se daban no sólo de cuántos son los viejos sino de lo que cuestan los servicios que necesitan y lo lejos que están de alcanzar los mínimos recomendados por el Plan Gerontológico para toda España. Y en defensa de la concejal salió un funcionario suyo explicando que es difícil explicar estas cosas y que, cuando acaben el censo de mayores, allá por el otoño que viene, sabremos dónde está la verdad. Es sorprendente que tan moderno Ayuntamiento, derrochador en los alquileres de mansiones y suntuoso en la representación, generoso en el ornato y presto a los fastos y esplendores, no tenga aún un censo de mayores y que todavía falten unos meses para contar con material tan básico. Pero ahora viene lo bueno. Según el portavoz municipal, la explicación de por qué la concejala ha dejado de dar datos de cómo van sus atenciones a los ancianos procede de que los datos que hasta ahora se nos ofrecían por el Ayuntamiento del PP que nos ha regido y nos rige eran "irreales". De modo que no hagan caso ustedes al dato de si son tantos o cuantos y ni siquiera si fueron 22 los que murieron más solos que la una: la irrealidad posee al Ayuntamiento en temas fundamentales como éste y es lógico que la concejala no quiera actuar sobre invenciones.

¿Cómo va a actuar ella en beneficio de los que no sabe aún si existen, cuántos son ni que les pasa? Es posible que transcurra la legislatura, se decida por otros quehaceres y se vaya del Ayuntamiento sin haber atendido a su prioridad y sin siquiera saber si Madrid tenía viejos o pertenecían a una irrealidad de la Corporación de Alvárez del Manzano. Es más: tenemos que agradecer encima a Ana Botella, que quizás habiendo aprendido de los malos resultados obtenidos por el Gobierno de su marido en los juegos malabares de frecuentar la irrealidad para mostrarla como realidad, haya decidido no engañarnos más. Menos mal que, por el momento, los técnicos han detectado al menos 800 casos de octogenarios que viven abandonados y aparentemente aislados. De aquí al otoño podría la concejala emplearse a fondo en esos 800, si tiene antes la posibilidad de comprobar que esa pequeña cantidad de viejetes no pertenece también a la irrealidad municipal de la que venimos. Pero a mi preocupación por el hecho de que un anciano que cobra 400 euros de pensión tenga que pagar 60 por la ayuda a domicilio, que no sé ya si es otra irrealidad, se ha unido la inquietud inevitable de que en otros casos como en este las cifras que dé el Ayuntamiento sean igual de "irreales". Por ejemplo: no tiene nada de particular que cuando el alcalde aparezca un día de estos con las cifras de lo que nos costó la boda real, la descripción de los espléndidos resultados turísticos del parque temático aquí montado con motivo del evento y otros rigurosos datos sobre la proyección de la imagen de Madrid en el mundo, todo tan virtual y menos cuantificable, uno sospeche que, metido en la fantasía de los cuentos de hadas que propician las bodas de princesas, el alcalde sea otra víctima de esa irrealidad municipal con que contaba los viejos su antecesor sin que a la realidad se le espere hasta el otoño.

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