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CRÓNICAS DEL SITIO
Columna
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Ni génerica ni doméstica

Acompañé a mi amiga Pilar a denunciar un robo en su vivienda. En la oficina judicial todo era movimiento. Pensé que habría epidemia de robos y que nos harían esperar un buen rato. Pero no fue así. Apenas llegamos al mostrador, un funcionario, sin dejarnos terminar el buenas tardes, se interesó por el estado civil de Pilar. Extrañada, contestó que era divorciada y se dispuso a contar el robo. Pero el funcionario prefería saber si su ex la había amenazado antes, hasta que ella contestó:

-¿Por qué mete a Federico en esto?

-Pero, ¿ha sido o no su ex marido el que ha escalado hasta su domicilio?

-Él sería incapaz -y recalcó lo de "incapaz"- de hacer nada romántico.

El funcionario perdió su buen talante y dijo con voz desagradable: "Entonces, lo que usted me está contando ¡no es violencia doméstica ni de género!". Mi amiga se ofendió: "Pero ¿qué dice? Federico nunca se atrevió a levantarme la mano". Pensé que aquel funcionario iba a acabar conociendo cómo se las gasta mi amiga.

Y él, cada vez más enfadado:

-Y si no es ni violencia doméstica ni de género, ¿qué hace aquí?

-He venido a denunciar que alguien ha entrado en mi casa para robarme.

-Señora, haga el favor de dejar libre el mostrador, que lo suyo no tiene prioridad.

No pude reprimirme y pregunté: "Pero entonces, ¿a quién atienden aquí?". El funcionario apuntó un letrero sobre nuestras cabezas: "Denuncias de violencia de género y violencia doméstica. Despacho de órdenes de alejamiento".

En ese momento reparé en que, frente a nosotras, el juzgado de guardia parecía una nave industrial en plena actividad. En el despacho del fondo, un joven con aspecto de estudiante se afanaba en un ordenador. Cerca de mí, acodada en el mostrador, una mujer en muy avanzado estado de gestación le urgía: "Señor juez, dése prisa por favor, que siento ya las contracciones". El jovencísimo juez le miró con desesperación:

-Señora, vaya inmediatamente al hospital. Créame que se la mandamos en seguida con un agente judicial.

-Ah, no, de ninguna manera. Yo no me voy de aquí sin la orden de alejamiento-. Y se aferraba con fuerza al borde interno del mostrador.

Esto sucedió hace una semana. Desde entonces mi amiga ha cambiado su domicilio por la oficina judicial. Yo voy a visitarla entre clase y clase. En la sala de espera compartimos penas, por mitades, con señoras aterradas por el mal trato en el hogar y con señoras prematuramente decididas a perdonar a sus maltratadores. También hemos conocido a un hombrecillo, ladrón de oficio, que, mientras sigue esperando a declarar, dice estar cada vez más desmotivado en su trabajo. Ya nadie le reprocha que entre detenido por una puerta y salga libre por la otra.

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