En camisa de fuerza
Aquel lema tan peregrino del equipo de Bill Clinton en 1992 ("¡Es la economía, estúpido!") remitía ayer, durante el presunto debate, a concluir que ni Jaime Mayor Oreja ni José Borrell tenían mucha conciencia sobre dónde estaban. Daba ganas de gritar a la pantalla: "¡ Es la tele, estúpido!". En dos ocasiones, una al principio y otra al final, el periodista Juan Pedro Valentín definió su papel: el de hacer que se cumplieran los pactos registrados por ambos contendientes ante notario, algo así como actuar "casi de convidado de piedra". ¿Qué han hecho los españoles para merecer este tipo de antidebates? ¿Por qué la política española no se puede dar el modesto lujo de tener a dos políticos de carne y hueso ante la cámara y a un periodista que dirige un coloquio con los temas que son de interés público? Hay que ser, quizá, algo más indulgente: se trata de hacer un aprendizaje tras once largos años de sequía, desde que tuviera lugar, también en Tele 5, el debate entre Felipe González y José María Aznar. Un debate en el cual los dos participantes y el moderador se han decidido - en virtud de unas reglas de juego autoimpuestas- a suprimir sus respectivas libertades es un experimento absurdo.
Las únicas, más bien escasas, escenas televisivas tuvieron lugar cuando la pantalla se partía por la mitad cuando uno de los dos contendientes hacía uso de la palabra. Allí pudo verse más apurado a Mayor Oreja. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que en todo momento mantenía la vista clavada en sus papeles. En cambio, Borrell mantuvo siempre la atención, con la mirada en su contrincante.
El ex ministro del Interior del Gobierno de Aznar intentó demostrar que la política europea del Partido Popular es la continuación de la política interior que llevó adelante en sus ocho años de gobierno. Esto es: el terrorismo es el problema número uno en Europa. Quiso que Borrell confirmara que ésa no es la visión que tiene el Partido Socialista Obrero Español. Y no tuvo problema en ello. Porque Borrell no pretendió competir con Mayor Oreja. En cambio, habló del terrorismo islámico, enlazando con la crisis en Oriente Próximo, la guerra de Irak y la necesidad de construir una Europa política con voz propia, independiente de Estados Unidos.
Mayor Oreja trató de vender el modelo Aznar como la mejor receta para la Unión Europea. Y, en el camino, atacó los resultados económicos de los 14 años del gobierno del Partido Socialista Obrero Español. Todos los ganchos de Borrell sobre la guerra de Irak resbalaron en la actitud de teflón de Mayor Oreja. Negó que el Gobierno del PP hubiera enviado armas y ejércitos a luchar a Irak -acusación que Borrell no hizo- ya que, dijo, se había tratado de una participación "humanitaria".
Ambos, empero, fueron incapaces de explicar, de forma razonada y persuasiva, por qué los españoles deben acudir a las urnas el 13 de junio próximo. Borrell, en cierto momento, pareció interesado en profundizar sobre ello. Fue cuando dijo que la Constitución Europea que se está negociando es para las nuevas generaciones lo que la Constitución Española de 1978 fue para su generación.
Si los debates tienen, entre otros, el objetivo de movilizar a los electores y hacer comprender mejor lo que está en juego con el voto, la experiencia de ayer difícilmente lo haya conseguido. Dos políticos en camisa de fuerza nunca serán la manera de lograrlo. Hay que cambiarlo todo para el segundo debate.
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