Hagamos Europa y no la guerra
Tenemos que votar en las elecciones europeas para cerrar con éxito el ciclo que iniciamos en Cataluña con unas municipales, autonómicas y estatales en las que la izquierda social, ecológica, pacifista y feminista se ha impuesto por fin a la derecha y ha inaugurado un cambio esperanzador con sus políticas progresistas a favor de las personas y no de unos intereses privados antisociales. Europa es el escenario global donde se enfrentan esa derecha de mercaderes, más o menos ligados a los EE UU imperialistas, que quiere mantener la Unión Europea como mera confederación de tales intereses, y la izquierda que pugna por controlarlos política y democráticamente mediante un Estado federal. Coherentemente, la izquierda europea pretende liberarnos de la sumisión a Estados Unidos; promover la paz en Irak y en todo el mundo con un sistema de defensa propio que acabe con los ejércitos nacionales como arma de violencia y con la del terrorismo de Estado o de mafias económicas; contribuir al desarrollo de los países más expoliados por el capitalismo para frenar la inmigración forzosa, y asegurar el pleno empleo frente a descolocaciones industriales basadas sólo en el beneficio empresarial. La propia lógica de la europeización española hace cada vez más importantes las elecciones al Parlamento Europeo que incluso las estatales, pues las decisiones que se toman en Bruselas o Estrasburgo se imponen legalmente a las de Madrid en materias tan afectantes como, por ejemplo, el tipo de interés de las hipotecas.
La derrota del PP les obligaría a cambiar su actual estrategia, continuista de la de su ex presidente derrotado
El 14-M muchos no votaron tanto al PSOE como contra Rajoy, Aznar y su Gobierno
Si votar el 13-J es vital por los motivos que acabo de citar, no es menor motivo interno remachar la victoria catalana y española sobre el aznarato de infausta memoria, no por vindicta cruel y rencorosa, sino para impedir la nueva mentira manipuladora de la opinión pública, tan de las suyas: el PP habría ganado las elecciones de marzo sin el atentado terrorista y una victoria en las europeas indicaría que, en situación de normalidad emocional, los ciudadanos siguen confiando en él. En su retorcida paranoia utilitaria, los dirigentes de la extrema derecha pepera han llegado a insinuar que existió un extraño pacto entre los terroristas y el PSOE para forzar el desenlace natural de unas urnas favorables al sucesor digital del señor Aznar. También sostienen que los ciudadanos fuimos a votar atemorizados y que renunciamos a la guerra no por espíritu ético, sino por cobardes e insolidarios con el eje del bien norteamericano. Así las cosas, la derrota del PP en los próximos comicios (a los que acude con varios colaboradores de Aznar) le obligaría a cambiar su actual estrategia, continuista de la de su ex presidente derrotado, lo cual sería positivo tanto para la democracia española como para los proyectos reformadores de Rodríguez Zapatero que necesiten, por imperativo legal, el consenso de un PP más humilde y flexible que el que hoy permanece enquistado en el más rígido, desleal y mendaz aznarismo.
La movilización del electorado progresista es tan decisiva esta vez como en marzo. La participación a la baja favorece al PP. En el año 2000, el 68% le dio la mayoría absoluta. El aumento participativo, gracias a los jóvenes y a los progresistas críticos, le echó del Gobierno; cosa insólita: pasar de la mayoría absoluta a la oposición. Sería, pues, una frivolidad imperdonable permitir que el PP vendiera bien la imagen que pretende ("no perdimos el 14-M: nos lo robaron") y su extrema derecha se impusiera a los que, arrepentidos, ya no aceptan la herencia de Aznar. Las encuestas apuntan a una nueva victoria socialista, pero ésta no es segura, ya que la vez anterior muchos no votaron tanto al PSOE como contra Rajoy, Aznar y su Gobierno. Ahora, los veteranos europeístas catalanes Josep Borrell, Raimon Obiols y Maria Badia encabezan una lista que puede ser el instrumento de la derrota del PP, del partido que dividió a Europa; redujo la influencia española en ella; reclutó apoyos a la guerra de Bush; boicoteó, con su nacionalismo español altivo e insolidario, la constitución que ha de abrir paso al Estado federal europeo, y negó siempre la participación de las nacionalidades hispanas en la política de la Unión. Por eso, votar la lista que encabeza Josep Borrell (uno de los redactores de la Constitución Europea) en vez de la de Mayor Oreja (el gran inquisidor de los nacionalismos vasco y catalán) es sumarse a ese 76,8% que, de acuerdo con las últimas encuestas, apoya la retirada de las tropas de Irak y a ese 72% que cree en la mejoría de nuestra política exterior respecto a Europa, Marruecos y América Latina. Mejoría que avalan hechos como la buena acogida de los líderes europeos a la propuesta española de un reparto más justo del poder en el seno de las instituciones comunes y a las iniciativas de largo alcance ofrecidas por Rodríguez Zapatero para hacer de Europa una adelantada en la lucha por la paz y la cooperación mundial, según se ha visto en la conferencia de Guadalajara (México).
Si a todo esto se une el programa, típicamente catalanista, de promover la participación estable de las comunidades autónomas en los órganos europeos de decisión y consulta; un estatuto especial para las mismas que las condujera a formar en el futuro una cámara parlamentaria o senatorial, y el reconocimiento, a los mayores efectos posibles, de sus lenguas propias, parece impensable que los catalanes europeístas nos quedemos en casa el día 13. No creo que fuera en honor de san Antonio, que es patrono, entre otras cosas, de la acción social; que fue orador entusiasta por los países europeos cuando no había fronteras estatales y que se ganó merecida fama popular, nunca perdida, de sanador preocupado y solícito ante los males de las gentes sencillas. Sería gracioso, si no fuera triste, tener que pedirle ahora el milagro de recuperar los votos perdidos de los abstencionistas.
J. A. González Casanova es profesor de Derecho Constitucional en la Universidad de Barcelona.
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