El Mal
Las terribles imágenes de la prisión de Abu Ghraib suscitan un horror que implica, pero trasciende también, la errada política de una guerra rechazada por la mayoría de la humanidad desde que el Gobierno de George W. Bush la preparó y en seguida la desencadenó en abril del año 2003.
Sí, los crímenes los cometieron elementos de las fuerzas de ocupación norteamericanas en Irak. Prisioneros desnudos, obligados a masturbarse o sodomizarse, a formar pirámides humanas ante la alegría fotografiada de sus captores norteamericanos. Una jovencita militar arrastrando con una cuerda a un prisionero iraquí desnudo. Prisioneros amenazados y luego, efectivamente, atacados por perros de presa. Hombres encapuchados y parados sobre estrechas plataformas, amenazados de electrocución si se movían.
El Mal pertenece a la esfera de la libertad. Y su politización explica, según Freud, que naciones civilizadas puedan cometer actos atroces
Hay una diferencia, claro está, entre las atrocidades nazis y las atrocidades norteamericanas. Aquéllas fueron parte de un proyecto de exterminio perfectamente explicitado por el Führer mismo y ejecutado por sus secuaces -Himmler a la cabeza- sin sentimientos de culpa o sospecha de castigo alguno. Stalin escondió sus crímenes. Hitler los programó y anunció: eran "la solución final".
Para Estados Unidos, se trata de excepciones, de aberraciones a una filosofía política que abomina de horrores como los de Abu Ghraib y llama a cuenta a quienes los perpetraron. El asunto se complica en dos dimensiones. Una es la de la escala de responsabilidad. ¿Se trata de castigar a unos cuantos elementos perversos, las famosas "manzanas podridas"? ¿O se extiende la responsabilidad del mal a alturas mayores: el mando inmediato en Irak, el Pentágono, la Casa Blanca misma? Bush ha pedido perdón. Rumsfeld se ha hecho responsable. Es la diferencia entre la Alemania nazi y la democracia norteamericana. Pero la duda persiste: ¿cuánto sabían y desde cuándo lo sabían los responsables políticos norteamericanos? ¿Hubiesen mantenido el secreto si Seymour Hersch no lo devela en la revista The New Yorker? ¿Lo hubiese mantenido la cadena de televisión CBS, presionada a callar por el Gobierno hasta que Hersch destapó la caldera del diablo?
El asunto trasciende a los gobiernos -dictatoriales o democráticos- porque las siniestras imágenes de la cárcel iraquí replantean un problema humano mayor: el Mal, así con mayúscula. Vuelven a formar una pregunta tan antigua como el crimen bíblico de Caín: ¿por qué hacemos los humanos daño a otros humanos?
Hay muchas respuestas a esta angustiosa pregunta.
La filosofía ha destacado una
y otra vez el conflicto del mal en el ser humano. Sólo en él, advierte Schelling, "se desarrolla la contienda de los principios". "En el hombre está el poder entero del principio tenebroso y a la vez la fuerza entera de la luz". En los animales esta oposición todavía no se da. En Dios, ya no se da. Si los seres humanos logran armonizar la oposición entre el Bien y el Mal, se acercan a Dios. Si no, se acercan al Demonio... o regresan a la Bestia.
Cuando Hobbes dice que el hombre es el lobo del hombre, indica que constituimos un riesgo para nosotros mismos. El Mal no es obra del Diablo. Pertenece a la esfera de la libertad. El Mal forma parte de nuestro horizonte de posibilidades. Existe una libertad para el Mal. Cuando cae en el Mal, el ser humano se traiciona a sí mismo. Traiciona su trascendencia, según san Agustín. El Mal es el agujero negro de la existencia. Dominar al Mal es un problema moral, pero también un problema político.
Ambos se funden, para Max Scheler, en la guerra, que para el filósofo alemán apologista del káiser, puede ser "el estallido de un fondo creador surgido del abismo de la historia". La dialéctica es asunto de sangre, advierte Hegel: el espíritu se hace verdad sólo a través de la guerra y de la lucha. Karl Schmitt abre la puerta filosófica al nacional-socialismo cuando escribe que sólo nos conocemos a nosotros mismos cuando identificamos a nuestro enemigo. "Con nosotros o contra nosotros". "La humanidad" es un engaño. Sólo existe el otro y el otro es el enemigo.
La politización del Mal explica, según Freud, que naciones civilizadas puedan cometer actos atroces: "Acciones de crueldad, perfidia, traición y barbarie cuya posibilidad se habría considerado, antes de cometerlas, incompatibles con el nivel cultural alcanzado" por el país delictivo, Alemania o Estados Unidos.
Hannah Arendt, famosamente, describió el carácter mediocre, común y corriente, de un criminal de guerra como Adolf Eichmann, como "la banalidad del mal". Pero las situaciones extremas pueden determinar conductas humanas insólitas en los seres más "normales". La Universidad norteamericana de Stanford, por ejemplo, creó en 1971 una prisión simulada en un sótano. Veinticuatro estudiantes fueron escogidos, al azar, para interpretar papeles de guardias y prisioneros. Bastaron pocos días para que los "guardias", espontáneamente, se convirtiesen en sadistas incontrolables, desnudando a los "prisioneros", ordenándoles que cometieran actos sexuales y cubriéndoles las cabezas con bolsas.
Eran jóvenes estudiantes norteamericanos ordinarios. No resistieron la tentación del mal. ¿Cómo iban a resistirla esos que Hermann Terstch, escribiendo en EL PAÍS de Madrid, llama "hooligans con uniforme, más o menos iletrados y silvestres, que manda Washington a imponer sublimes mensajes de libertad y democracia al mundo exterior"? Los torturadores de Abu Ghraib, añade Tertsch, traicionan a sus camaradas en combate, a su pueblo, a sus aliados y amigos. Y, paradójicamente, lo hacen desde la misma cárcel en la que Sadam Husein encarcelaba y torturaba a sus enemigos.
¿Pueden tener confianza la ma-
yoría de los iraquíes en una fuerza de ocupación que los trata igual que el dictador depuesto? Sólo que Sadam no decía obrar en nombre de la democracia. Y si el déspota no era muy selectivo en escoger a sus víctimas, ¿qué decir de la cifra, dada por militares norteamericanos a la Cruz Roja Internacional, de que entre un 70% y un 90% de los interrogados y torturados en Abu Ghraib fueron arrestados por equivocación?
Equivocación. Los abusos de Abu Ghraib son consecuencia directa de una sucesión de errores que dejan al Gobierno de Bush a la intemperie. Violado el derecho internacional tanto al nivel de la ONU como de las convenciones de Ginebra. Violado el proceso del Consejo de Seguridad. Ausente la razón para ir a la guerra: la existencia de invisibles armas de destrucción masiva. Todo se suma para despojar de legitimidad a esta guerra, darle la razón a los millones de seres humanos que en todo el mundo se opusieron a ella, y dejar sin credibilidad alguna al increíble Gobierno de George W. Bush.
Restaurar esa credibilidad. Devolverle a Estados Unidos de América su postura constructiva en el concierto de naciones. Limpiar la deshonra de un país maculado por un régimen ideológico de extrema derecha, que se sintió autorizado para hacer lo que se le viniera en gana y acabó arrinconado por los mismos derechos que tanto despreció.
Triste fin del reinado perverso de Bush. Pero también segura plataforma para el inicio de una reconstrucción política nacional e internacional en noviembre de 2004. John Kerry tiene la tribuna que le ha regalado George W. Bush: hacer lo contrario de lo que ha hecho el actual presidente.
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