De traductor a rey de Oporto
Mourinho, que empezó su carrera como traductor de Robson en el Sporting de Lisboa, se confiesa un seguidor de Van Gaal
A los 14 años, José Mourinho (Sétubal, 1963) ya vivía del fútbol. Su padre, Félix, portero de Os Belenenses y de la selección hasta que colgó los guantes y se metió a entrenador, le premiaba con el 10% de la prima si ganaba su equipo, como recompensa por el informe del equipo rival que cada semana le entregaba su hijo. El chico, listo y práctico, a los 23 años se jubiló en segunda división al acabar contato con el Setúbal. Dispuesto a emprender carrera como entrenador, se marchó a Inglaterra para aprender inglés, decisión que marcó su vida: "Todos los libros sobre fútbol que me interesaban no estaban traducidos al portugués", se justifica.
Bendita la hora. Gracias a su dominió del inglés, cuando Bobby Robson llegó a Lisboa para entrenar al Sporting, José Mourinho se convirtió en su traductor, en su discípulo y en fiel colaborador. Pasó de ser el segundo entrenador de un modesto equipo del extrarradio a trabajar con el inglés. "Un hombre que marcó absolutamente mi concepto sobre el juego", reconoce Mourinho. Le siguió de Lisboa a Oporto, primero, y en 1996 no dudó en comparecer a su vera en Barcelona, cuando Núñez apostó por el inglés como recambio de Johan Cruyff.
De su paso por el Camp Nou queda el recuerdo de "un tipo enamorado del fútbol", según reconoce Josep Guardiola, y el respeto de los masajistas, delegados y encargados de material con los que compartió cinco años intensos como pocos: Lo que afrontó como "un reto", acabó por convertirse en "una universidad". "Aprendí muchisimo", reconoce.
No lo tuvo fácil. Fue ninguneado por el entorno, al considerarle un simple traductor -"tardaba un minuto en despachar la charla de Robson, aunque Bobby estuviera un cuarto de hora hablando", recuerda un ex jugador barcelonista con sorna-. Tras la salida de Robson del camp Nou, Mourinho aceptó la invitación de formar parte del staff de Van Gaal. "Tiene una visión sorprendente para el análisis táctico del juego", le reconoció con el tiempo Louis, que llegó a cederle la dirección del equipo en no pocos amistosos. "Es fantástico, un entrenador enorme", dice Mourinho del holandés, del que asegura haber aprendido "a planificar el trabajo semanal y el órden táctico en el planteamiento defensivo". En ataque, sin embargo, confiesa seguir los parámetros de Robson: "De cara a gol, el jugador debe ser libre". De los dos fue vecino en Sitges, donde mantiene amistades que sobreviven a la distancia, al tiempo que en Barcelona aprendió a tratar a los jugadores. No perdió nunca su arrogancia, producto de una confianza en sí mismo que le resulta imposible disimular, un rasgo siempre le generó problemas.
Será por eso, y por su inexperiencia en el banquillo, que le llovieron los palos cuando se hizo cargo del Oporto: "Me daban por todos los lados. y a diario notaba rechazo allí donde fuera. Pero cumplí mi palabra y ahora soy el rey", reconoce al repasar los malos momentos y al recuperar la promesa que hizo nada más llegar: "Dije que íbamos a ganarlo todo y estamos en la final de la Liga de Campeones".
Dice que en esta final "inesperada", decidirán los detalles, "la genialidad de un jugador" en un partido que, no por táctico que resulte, "dejará de ser bonito". Mourinho viene de tan lejos que está dispuesto a disfrutar de la final en la que se ha metido por sorpresa "pero merecidamente", reivindica. Sabe, además, que será su último partido al frente del Oporto: Su próximo reto pasa por Londres, por el Chelsea del multimillonario Abramovich. De nuevo de vuelta a Londres, donde estudió el idioma que le convirtió en traductor antes que en rey de Oporto.
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