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El sueño de un maestro de obras

Promocisa era una inmobiliaria constituida hace 30 años gracias al tesón de Ramón Fernández Soler, un antiguo maestro de obras que trabajaba para una importante empresa promotora, Construcciones San Martín. Fernández Soler comenzó a hacer algunos pisos en Vicálvaro. Eran, en aquellos momentos, negocios de poco monte, pero lo suficiente como para poder ser considerado como un promotor serio.

Con esa seriedad, Fernández Soler buscó la asociación con dos antiguos compañeros de Construcciones San Martín: un contable, Luis Jiménez Redondo, y un aparejador, Saturnino Divasson. Entre los tres constituyeron Promocisa, resultado, a su vez, de la fusión de varias sociedades anteriores.

El reparto del capital social entre los tres se hizo al 66 %, 23 % y 11%, respectivamente. De la parte de Fernández Soler se hizo cargo, a su muerte, su viuda, Josefa Polo. La compra a un buen precio de unos terrenos cercanos a Alcorcón, junto a la autopista de Extremadura, permitió a Promocisa conseguir la construcción, a un precio realmente bajo, de un buen número de pisos, que recibieron, en su conjunto, el nombre de Parque de Lisboa.

Las grandes ganancias conseguidas con la venta de los pisos hicieron pensar a Promocisa en repetir el negocio. La base estaba en comprar solares a bajo coste que, y gracias a haberse constituido en constructores, en ofrecer viviendas baratas.

Pero en 1967, el escándalo de la estafa de Construcciones Esperanza mueve a la Administración a promover una nueva ley que impida que las promotoras dediquen las cantidades recibidas a cuenta a fines distintos de la construcción.

La ley, pues, impedía que Promocisa pudiera disponer de las cantidades entregadas a la compra de solares que, años después, revalorizados, servirían para poder seguir ofreciendo pisos baratos. Sin embargo, todos los indicios señalan que Promocisa no ingresaba el total de las cantidades entregadas en las cuentas especiales previstas por la ley. La parte no ingresada en ellas seguía siendo destinada a la compra de solares que, previsiblemente, habrían de servir para el desarrollo de futuras promociones: si las cosas van mal, se venden solares y con el dinero obtenido se sigue construyendo. El sistema no era financieramente malo. Mientras, las compañías de seguros dedicadas al nuevo ramo del afianzamiento cubrían el riesgo de las cantidades entregadas a cuenta.

Pero el exceso de afán comprador de Promocisa les llevó a no tener efectivo para hacer frente a los gastos derivados de la construcción. Llegó el final.

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