Mimetizado con Zaplana
Francisco Camps celebró ayer el aniversario de la victoria de su partido en las pasadas elecciones autonómicas en el Palau de la Generalitat, siguiendo así la senda que abrió Eduardo Zaplana, quien acostumbraba a confundir de manera deliberada los espacios institucionales y partidistas. Este tipo de actuaciones por parte de Camps resultan cada vez menos sorprendentes y la similitud con los comportamientos de su antecesor, más frecuentes. Nadie debería extrañarse por ello; ambos pertenecen al mismo partido, tienen un ideario político semejante y un proyecto más o menos común. Pero lo cierto es que el presidente Camps, al poco de ser investido como tal, generó unas razonables expectativas de poseer una mayor sensibilidad en aspectos relacionados con el valencianismo, el autogobierno, las instituciones y el uso del idioma. Poco ha durado la alegría en casa del pobre. El presidente, en un intento de enfriar las tensiones internas que le generan un día sí y otro también los zaplanistas, ha renunciado a cuanto le diferencia del ex ministro de Trabajo. Hasta el valenciano ha olvidado para que no le tachen -sus cocarnetarios- de nacionalista. Es el suyo un esfuerzo baldío porque Camps debería saber que en esta tierra los símbolos, el idioma, la denominación, incluso las ideas, nunca han dejado de ser una cortina de humo para ocultar las cosas realmente importantes. Y ahora, tengo para mi que lo que interesa de verdad en según que ámbitos es evitar que la justicia encienda las luces contables de Terra Mítica. Y si para conseguirlo es preciso rescatar el espantajo del alicantinismo, pues se rescata y ya está.
Camps intenta exorcizar el zaplanismo mimetizándose con él y, para evitar que la dirección nacional de su partido le tirara de las orejas por su presunto nacionalismo, no tuvo el menor rubor en asumir el papel de mandadero entre Mariano Rajoy y Rodríguez Zapatero a cuenta de la reforma del Estatuto de Autonomía que él debería haber encabezado, en lugar de esperar a recibir instrucciones de la calle Génova. La identificación del presidente con la política de Zaplana es obvia, no ya porque la reivindique como hizo ayer, sino porque sigue su estela. Ayer anunció tres proyectos para Alicante, Castellón y Valencia: un palacio de congresos, una biblioteca virtual y la esfera armilar, respectivamente. Emblemáticos no sé si lo serán, naftalínicos fijo que sí. Amén de reconocer por la vía de los hechos el fracaso de su partido en dos de ellos: el palacio de congresos para Alicante y la esfera armilar en Valencia.
Pero mientras prosigue la metamorfosis (de ese proceso forma parte la enésima entrevista con el presidente de Murcia) Francisco Camps haría bien en no olvidar que este territorio, que es el suyo, es conocido oficialmente como Comunidad Valenciana, no "la comunidad" (no se sabe si de madres abadesas, monjes trapenses o de vecinos) como gusta de decir. Así, si el presidente empezara a ser respetuoso con el Estatuto de Autonomía, tal vez, digo tal vez, podría comenzar un proceso inverso para volver a ser lo que él dice que le gustaría ser: Jaume I.
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