Un mundo aparte
La carrera que se celebra en el último circuito urbano de fórmula 1 es tan atípica que los equipos la preparan al margen de los demás grandes premios. Hasta ahora, la aparatosa parafernalia del circo, los grandes camiones y las casas sobre ruedas no cabían en el pequeño espacio de las calles monegascas destinado al pit lane. Este año, por fin, su alteza serenísima ha decidido ganar un poco más de espacio al mar para conceder holgura a los esforzados mecánicos. Pero la carrera sigue siendo un mundo aparte dentro de la temporada. Incluso los entrenamientos se celebran en jueves y sábados porque el viernes es la sagrada reunión anual del sanedrín de la F-1. Pese a la leyenda, Mónaco no es el más mortífero de los circuitos. Sólo un piloto ha perdido la vida. Fue en 1967, cuando el Ferrari del italiano Lorenzo Bandini se incendió en la recta del puerto y nada se pudo hacer por él. En 1962, el BRM del norteamericano Richie Ginther arrolló a un comisario causándole la muerte.
Se dice que es imposible adelantar, aunque esto no es del todo cierto. Pero, aunque lo fuera, es verdad que la concentración que el trazado exige a los pilotos es tal que el menor error supone una inevitable salida de la pista. Así, los adelantamientos son sustituidos por la presión de sentir el aliento del perseguidor en la nuca. Esto es lo que sucedió en 1970. Mediada la carrera, el australiano Jack Brabham lideraba la prueba a bordo del bólido que llevaba su nombre con una confortable ventaja sobre el austriaco Jochen Rindt (Lotus Ford). Cuando quedaban diez vueltas, Rindt se había colocado a sólo diez segundos y le arañaba uno por vuelta. En el último giro, a bordo del Lotus en forma de cuña con los colores rojo y oro de la tabaquera Gold Leaf, se encontraba ya justo detrás de Brabham. Nada permitía prever que conseguiría adelantarle, pero en la última curva antes del túnel el veterano australiano cometió un error, derrapó y se salió de la pista. Cuando nadie lo esperaba, en la meta apareció Rindt, que con aquella victoria empezó a cimentar el título. Aquel fue un año triste. El austriaco, uno de los mejores pilotos de todos los tiempos, ganó el Mundial a título póstumo. Murió el 5 de septiembre a resultas de una salida de la pista durante los entrenamientos del Gran Premio de Italia en Monza. El 21 de junio, en Zolder (Holanda), había muerto el británico Piers Courage, con un De Tomaso.
Para que Rindt pudiera conservar su ventaja e impedir que el belga Jackie Ickx (Ferrari) sumara más puntos y le quitara el campeonato, el patrón de Lotus, el mítico Colin Chapman, demostró su buen ojo. A principios de temporada, había fichado a un brasileño, Emerson Fittipaldi, que se consagró con una victoria en Estados Unidos y dejó el título para Rindt.
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