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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una autobiografía moral

Cuando, al final de la década de los cuarenta, John Cheever empezó a escribir sus diarios, no lo hizo con la intención de publicarlos. Sólo treinta años después insinuó un cambio de opinión a su hijo Benjamin, aunque en ningún caso la publicación debía ser anterior a su muerte. Reflexiones sobre su propia obra, ejercicios de estilo, esbozos de los personajes y las situaciones de sus libros, apuntes sobre sí mismo y su atormentada vida interior, observaciones acerca de la realidad que le rodeaba...: el material del que estaban hechos estos escritos tenía que enfrentarse a un destino para el que inicialmente no habían sido concebidos, y eso explica la intensa sensación de verdad que rezuman las páginas del libro. ¿Cómo no iba a ser así, tratándose como se trata del único refugio posible para una existencia repleta de secretos, claroscuros, fingimientos?

DIARIOS

John Cheever. Traducción

de Daniel Zadunaisky. Edición

de Robert Gottlieb, Benjamin Cheever y Rodrigo Fresán

Emecé. Barcelona, 2004

501 páginas. 94,23 euros

El propio Cheever, uno de los grandes escritores del siglo XX, anota sarcásticamente en uno de sus cuadernos: "Siempre queda la ilusión de que alguien los lea en mi ausencia y después de mi muerte, y admire mi sinceridad, pureza, valentía, etcétera". Escribir para sí mismo o escribir para los demás, ocultarse o exhibirse: el pulso que el autor sostiene al respecto no es sino un indicio más de sus hondas contradicciones. Junto a un narcisismo que le animaba a buscar la admiración ajena, en Cheever convivía un ideal religioso de decencia y rectitud que le llevaba a desear la execración. Todo es pugna en este libro: pugna entre la capacidad de degradación del ser humano y su anhelo de virtud, pugna entre la desvergüenza con que afronta una sexualidad exaltada y promiscua y la amenaza de castigo que le asalta, pugna entre el disgusto que le inspira el mundo y una enfermiza necesidad de estabilidad y armonía, pugna entre una inevitable tendencia a la abyección y la sustancia angélica de la que Cheever se sabía hecho... Y en esa pugna constante el escritor se muestra siempre lúcido, tan implacable consigo mismo como lo es con los demás. El inmenso amor que le inspiran su mujer, sus hijos, su desdichado hermano o los muchos hombres y mujeres con los que acaba manteniendo relaciones nos es mostrado al mismo tiempo por la cara y el envés, porque nada escapa al minucioso análisis que Cheever hace de las relaciones humanas. Toda la sabiduría narrativa que el autor mostró al crear los personajes de sus cuentos y sus novelas está ya en las páginas de este libro, en esa mirada condenatoria e indulgente con que siempre observó a sus seres queridos.

"Escribir sobre las cosas más cercanas a nuestro dolor, a nuestra felicidad", anota Cheever en un momento dado, y esta máxima ilumina en gran medida el pensamiento literario del autor. Quienes busquen reflexiones del escritor sobre su obra encontrarán auténticas joyas. Quienes busquen chismes o anécdotas de la sociedad literaria norteamericana quedarán decepcionados (aunque se deslizan opiniones sobre otros libros y autores). Los Diarios de Cheever son algo así como una autobiografía moral, el zigzagueante relato interior de una existencia torturada y compleja desde que el escritor tiene treinta y tantos años hasta que percibe la inminencia de la muerte. También entonces, cercano ya el final, nos encontramos con un deslumbrante y contradictorio Cheever que, tras haberse dejado llevar por sus poderosos instintos autodestructivos, acaba sin embargo celebrando la vida con suave melancolía: "Esta mañana he tenido la sensación fugaz de que el mundo, la vida, los amigos y los amantes eran dádivas. Aquí está todo: comprensible, bello, una suerte de paraíso. Es difícil recordar que se nos quitará tan bruscamente como se nos dio".

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