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Reportaje:ARQUITECTURA

España, por dentro y hacia fuera

Anatxu Zabalbeascoa

El interiorismo español ha salido del armario de las revistas especializadas para alcanzar las páginas del glamour internacional. Con proyectos mucho más osados por dentro que por fuera, los arquitectos están redibujando las entrañas de nuestro país. El diseño ha dejado de asociarse a la nocturnidad para pasar a abrazar la cotidianidad. Se ha normalizado. Ya no sólo se inventa el interior de las discotecas. Los restaurantes, los hoteles, los comercios, las oficinas y hasta los consultorios médicos barajan nuevos espacios, formas distintas y materiales y colores aventurados para atraer a nuevos clientes. Incluso los hogares se están repensando a partir de distribuciones más osadas. El nuevo interiorismo es tan inventivo como participativo. Su ubicuidad y su generalización es, por encima de las formas o los estilos, el cambio más notable: se extiende desde los comercios más sofisticados hasta algunas viviendas de protección oficial. El madrileño Manuel Ocaña Valle ejecutó en un ático de Madrid un cambio radical que le valió el segundo premio Saloni de interiorismo. Eliminando particiones y convirtiendo la luz en elemento decorativo, mejoró la vida de sus ocupantes. De igual manera, pero sentando un precedente menos previsible, María José Aranguren y José González Gallegos han amueblado los interiores de sus viviendas madrileñas de protección oficial en Carabanchel diseñando un sistema de tabiques abatibles y camas sobre ruedas que se esconden bajo un pasillo levantado al llegar el día, dejando las habitaciones libres para otros usos. Esos sencillos gestos resumen una manera de entender la arquitectura. Ya lo dijo Peter Smithson: "En el diseño de una silla puede leerse la ideología de un arquitecto". Efectivamente, en el interior de una casa puede adivinarse un modelo de ciudad.

Los interiores que gratamente se descubren hoy en las ciudades españolas hablan más de ideas que de estilos

Muchos arquitectos hoy célebres comenzaron su andadura profesional en el interior de los edificios. El consagrado Richard Meier, autor del MACBA, inició su carrera diseñando, a finales de los sesenta, montajes de exposiciones. Quién le iba a decir que terminaría por sembrar sus museos en ciudades de todo el mundo. El británico David Chipperfield, elegido para levantar en Barcelona la Ciudad de la Justicia y autor de la ampliación del cementerio de San Michele en Venecia, dio sus primeros pasos profesionales proyectando las boutiques del modisto Issey Miyake. Hoy es el californiano Frank Gehry quien se ocupa de las tiendas del diseñador japonés. Este giro da idea del creciente protagonismo que está adquiriendo el interiorismo, no sólo en la redefinición de la vida ciudadana, sino también en las prioridades de los propios arquitectos. Proyectar interiores ya no es cosa de principiantes. Hacerlo con soltura e imaginación exige conocimiento y esfuerzo.

El interior es rápido. Su vigencia, escasa. Su vida, sufrida y breve, por eso su impacto y su rentabilidad deben de ser inmediatos. A pesar de durar poco, el desgaste de los interiores es notable y la necesidad de mantenerse física y estéticamente vigentes, una prioridad. Durante casi una década el vacío minimalista fue la mejor manera de distinguir un comercio, un hotel o un restaurante. Elegir para destacar era la clave detrás de tanto silencio, limpiar para enfatizar, la consigna arquitectónica de las boutiques más sofisticadas. Hasta que todo el interiorismo, desde las pastelerías hasta los joyerías pasando por los bares y las discotecas, se minimalizó y volvió a uniformarse. Entonces llegó Koolhaas, el arquitecto más famoso, posiblemente el más criticado, pero también el más respetado del mundo. Proyectó el interior de la boutique de Prada en Nueva York. Y acabó de una vez con tres mitos: las mejores tiendas no tenían por qué ser minimalistas, el interiorismo no tenía por qué ser un trabajo menor y los buenos arquitectos podían ser también grandes interioristas.

Es poco habitual que un arquitecto resuelva con igual soltura un espacio interior y una fachada. La experiencia demuestra que sólo los formados en el corsé presupuestario y las urgencias de los montajes de exposiciones y en el detalle de los comercios logran acotar los interiores cuando la escala de sus encargos aumenta. Y lo cierto es que buena parte de los mejores interioristas del momento combina una minuciosa labor de selección de materiales y sorprendentes puestas en escena con un probado hacer profesional. Así, el estudio de Olot, Aranda, Pigem y Vilalta (RCR), autores de la Facultad de Derecho de Girona, firmaron Les Cols, el restaurante español que más páginas ha ocupado en la prensa internacional reciente. Sus láminas vibrantes, su dramático mobiliario de acero y el dorado con que han bañado el interior de una masía ofrece un juego sorprendente y fotogénico que seduce a los comensales. En el lado opuesto, pero sorprendiendo también, el navarro Francisco Mangado, autor entre otras obras del recién inaugurado Baluarte pamplonés, ha tramado una piel cerámica que expande la luz y acoge con elegancia sutil a los comensales del restaurante La Manduca de Azagra, en Madrid. Mangado ha sabido proyectar el interior de este restaurante sin las rigideces de los metales y los cristales de algunas obras anteriores. Con la humildad, la humanidad y la cercanía de la arcilla.

Como Ocaña, Aranguren y Gallegos, RCR o Mangado, son muchos los arquitectos que se redescubren en los interiores. Picado y De Blas han llevado el diseño de las salas del restaurante La Broche de Sergi Arola hasta las cabinas de un salón de belleza, ambos en Madrid. Y no son los únicos que despuntan en la capital. Elena Farini y Adam Bresnick se han especializado en la reforma doméstica y ponen en el interior de sus apartamentos la misma precisión que al diseñar el show room de Ángel Schlesser. El estudio A-cero de A Coruña ha conseguido llevar su interiorismo a varios puntos de España. Y en Barcelona Xavier Claramunt, Manuel Bailo y Rosa Rull realizan las propuestas más vanguradistas diseñando todo tipo de tipologías: desde cristalerías y tiendas de objetos para el baño (Claramunt) hasta boutiques de moda, como la tienda Sita Murt, de Bailo y Rull, que fue ganadora del último premio Saloni, el galardón mejor remunerado de los que se concede en España al diseño interior.

Si bien los maestros del interio-

rismo español -desde los legendarios Correa y Milá hasta la segunda generación, de Arribas y Dani Freixes- siguen en activo y asombrando, y entre los diseñadores de interiores las propuestas del último premio nacional de diseño, Toni Arola (café Sampaka en Madrid o restaurante Oven en Barcelona), los trabajos del legendario Pepe Cortés (tienda Caixa Forum, último premio FAD de interiorismo), del joven pero asentado Francesc Rifé (tiendas Aleste o Chaumet) y los del tándem Tarruella López (restaurante Bestial, hotel Omm) respiran un aire mundano, si bien el interiorismo español goza de buena y asentada salud, ahora son muchos los arquitectos que han decidido hacerles la competencia descubriendo el gusto por llegar hasta el interior de los proyectos. Entre tantos profesionales no hay tendencias ni corsés. El todo vale es hoy un punto de partida, pero nunca un juicio del resultado. Muy al contrario. Los interiores que gratamente se descubren hoy en las ciudades españolas hablan más de ideas que de estilos. Ya no dependen de simetrías forzadas, de estéticas prefijadas ni de la frialdad metálica que se asociaba a la mejor arquitectura de hace unos años. No han perdido la cabeza, se han lanzado a imaginar. Los mejores interiores españoles de hoy brillan por su tacto o por su iluminación, impactan por su sobriedad o por su ingenio y entre todos suman un ramillete de propuestas que comparte una lección común: se puede ser moderno sin dejar de ser libre.

Restaurante Les Cols en Olot, diseñado por Aranda, Pigem y Vilalta.
Restaurante Les Cols en Olot, diseñado por Aranda, Pigem y Vilalta.ROLAND HALBE

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