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Columna
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Alicante como problema

Cada cierto tiempo, el escritor alicantino se sienta ante su mesa de trabajo y se pregunta: ¿qué es Alicante? Para responder a esta cuestión decide, acto seguido, escribir un libro. Esto es lo que, a lo largo de los últimos cuarenta años, han hecho Josevicente Mateo, Antoni Seva, el poeta Emili Rodríguez Bernabeu o Brauli Montoya. Incluso podríamos incluir entre ellos a Joan Calduch y Gaspar Jaén. Pasado por el tamiz de la arquitectura, que es la profesión de Calduch y Jaén, Un palau d'hivern no deja de ser una reflexión sobre Alicante y, por cierto, excelente. El último en sumarse a esta lista ha sido el escritor y periodista Mariano Sánchez Soler, que acaba de publicar Alacant a sarpades, como ya conoce el lector de este diario.

De las ciudades de nuestro entorno, Alicante debe ser la que más reflexiones públicas ha suscitado sobre su identidad. ¿Por qué se produce este hecho? Lo habitual es que las ciudades -los ciudadanos- hablen sobre su futuro, tracen planes, elaboren proyectos, discutan éste o aquel asunto, pero no que se pregunten continuamente sobre lo que son o dejan de ser. Yo no imagino a los murcianos preguntándose cada dos por tres qué es Murcia; ni a los castellonenses interrogándose sobre qué es Castellón. Ni siquiera una ciudad como Elche, separada tan sólo unos kilómetros de Alicante, siente esa necesidad continua de examinarse sobre su naturaleza.

Cuando se repara en esta circunstancia, lo primero que uno tiende a pensar es que Alicante padece una crisis de identidad. Si ha producido tal cantidad de literatura, concluimos, debe tratarse de una ciudad en perpetua introspección. Sin embargo, basta dejar el despacho para constatar que tal preocupación no está en la calle. Al menos, no de un modo visible, inmediato. Cuando interrogamos a personas que se instalaron en la ciudad veinte, treinta, cuarenta años atrás, o, incluso, a quienes llevan aquí toda su vida, resulta que el problema de la identidad de Alicante les preocupa poco o no les preocupa en absoluto. Para ellas, Alicante es una población agradable, de espíritu abierto, una población que goza de un clima excelente y una discreta actividad cultural. Quizá alguno lamente que no posea una arquitectura rica o que la dejadez municipal se haya acentuado en los últimos años. Pero, por lo general, estas personas a quienes interrogamos manifiestan encontrarse a gusto viviendo y trabajando en ella.

¿A quién preocupa, pues, el problema de la identidad de Alicante? Yo diría que preocupa sobre todo a quienes tienen unas ideas nacionalistas, más o menos acusadas, y padecen por el retroceso del valenciano en la ciudad. El resultado, según tengo comprobado, es la añoranza de una edad de oro, donde los alicantinos habríamos poseído unas firmes señas de identidad. La cuestión es que jamás prueban en qué momento se produjo ese deslumbrante acontecimiento, que se limitan a situar en una época u otra del pasado. Y en esas estamos, dando vueltas a la noria. Quiero decir que nos encontramos planteando el problema en los mismos términos que se planteaba treinta o cuarenta años atrás. Y eso nos lleva irremediablemente al gimoteo y a la nostalgia. Si me es permitido dar mi opinión, yo sugeriría ver las cosas justamente al revés: no es Alicante el problema, sino el resultado de la endeblez de la propia Comunidad. Quizá la idea pueda parecer atrevida, pero tiene, sin duda, su poso de verdad.

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