"Hay que sacar a las tropas y pagar la reconstrucción"
Lento como un caracol, Michael Moore (Flint, Michigan, 1954) llegó ayer una hora y media tarde a su entrevista con cuatro periodistas europeos, casi ajeno a la expectación que ha levantado Fahrenheit 9/11, su terrorífico alegato contra George W. Bush y los halcones ultras que rigen su política exterior, que el lunes recibió la mayor ovación de la historia del Festival de Cannes (aunque quizá la que recibió ayer Jean-Luc Godard fue seguramente más cálida) y que ayer fue portada en decenas de periódicos. Algunos decían que Moore ha sido demasiado ambicioso en ese retrato feroz de un hombre sin atributos ni talento, que quiso contar tantas cosas que se quedó corto porque la actualidad de la guerra le comió el terreno. Moore tiene otra versión: "En Europa eso puede parecer verdad, porque hay mucha más información veraz de la que hay en Estados Unidos", dice. "Cuando he puesto en América las imágenes de los ciudadanos afroamericanos a los que no dejaron votar en Florida, o la sesión del Senado en la que se denuncian los hechos sin que pasara nada, la gente se queda de piedra", prosigue. "Hay muchas cosas que en América no se saben. ¿Quién habla del avión privado que ofreció Bush a la familia de Bin Laden tras el 11 de septiembre cuando el espacio aéreo estaba cerrado? Los medios no están contando la verdad, todo está filtrado, nadie enseña cómo habla Bush en realidad, le cortan de forma que parezca listo. Y si no tienes toda la información, no hay libertad. Por eso es importante que se sepa todo eso. Pero, de todos modos, la película no está cerrada; si hay más imágenes que meter, las meteré. Mi única misión es devolver la libertad robada a los ciudadanos, que son los que me permiten seguir haciendo películas".
Lo que no se sabe aún es cuándo se estrenará el filme en su país (en España será en septiembre). Miramax todavía no ha garantizado la distribución. "Quizá salga antes en Europa que allí, pero espero que no", dice. "Puede que me equivocara buscando dinero americano para hacer esta película, pero no tenía seis millones de dólares, vivo en Estados Unidos y quiero que mi cine lo vea el espectador medio de mi país. Lo que América está haciendo en Irak es horrible y yo he contribuido a pagarlo con mis impuestos. Mi responsabilidad es tratar de que la gente se entere de lo que pasa en un centro comercial, no en una sala de arte y ensayo para 200 personas, y eso sólo se logra entrando en el circuito de las majors".
Didáctico, cómico, incisivo, reportero a la antigua usanza, Moore es todo un espectáculo. En directo arrolla con su simpatía y su naturalidad, imitando voces, interpretando, haciendo muecas. En las películas abruma, informa y divierte con una avalancha de datos, chistes, imágenes, ocurrencias, entrevistas, asaltos, todo envuelto en un montaje trepidante y en su facilidad para narrar asuntos complejos de manera accesible. Moore ha revolucionado el viejo género de la agitación y la propaganda política, se ha convertido en el revolucionario de la revolución: es una especie de mesías laico (estudió para cura a los 14 años antes de convertirse en periodista alternativo y fundar a los dieciocho La voz de Flint) cuya verdad es esperada por mucha gente como una panacea. "¿Un mesías? ¡Mejor dejemos eso para Mel Gibson!".
El pase de Fahrenheit 9/11 coincidió el lunes con el de El asesinato de Richard Nixon, la película protagonizada por Sean Penn. Moore recuerda muy bien la época Nixon y le pasa como a Penn: la añora. "Era un adolescente y trabajé mucho contra los republicanos. Este verano hará 30 años de su dimisión. Mirando atrás, resulta que Nixon era un liberal al lado de Bush. Cedió derechos a los negros y a las mujeres, impidió que los drogadictos fueran a la cárcel... Nixon nos enseña lo malísimos que son estos Bushes. Sólo puedo pedir perdón por lo que hemos hecho en Irak, pedir miles de excusas a los iraquíes; lo único que nos queda por hacer allí es sacar a las tropas y pagar la reconstrucción. Ayudar a reconstruir el país sin que ningún americano haga negocio y sin que haya ni una sola patrulla en las calles. Pero, por favor, recuerden una cosa, la mayoría de los americanos no votó a Bush, y ahora lo vamos a echar".
Siempre él mismo, pero menos exhibicionista en Fahrenheit 9/11 que en su oscarizada Bowling for Columbine, este hombre, que estaba en el paro cuando rodó su primera película, Roger y yo (1989), ha elevado el panfleto a la categoría de fenómeno de masas. "No entiendo la palabra documental, es un término viejo, que suena a medicina", explica. "Lo que hago es no ficción, ensayos, como esos libros que no son novelas. Mi periodismo es como las páginas de opinión de los periódicos: los hechos, más mi punto de vista. Los hechos son los hechos, y las opiniones son mis opiniones. Por ejemplo, cuando digo que los Bush tienen negocios con Arabia Saudí, eso es un hecho. Y cuando digo que se deberían investigar esos negocios, es una opinión".
"Amo esta forma de arte", continúa, "y no quiero hacer lo mismo que hace Hollywood. Ese cine agoniza y yo no quiero morir. Mi pasión de hacer cine no me viene de los cineastas de mi país, sino de los europeos, Fellini, Fassbinder, Truffaut, y del transterrado Kubrick". ¿Así que Fahrenheit 9/11 es un homenaje a Truffaut? Bueno, en parte, también es un homenaje a Ray Bradbury, que escribió la novela. Y la ironía es que pueden acabar censurándola.
Los americanos se perderían en ese caso algunas escenas memorables, como esa larga y patética toma del presidente cuando fue informado de que el segundo avión se había estrellado contra la segunda torre el 11 de septiembre. Bush está en un colegio de Florida, escuchando a la profesora, y se queda completamente en blanco. Los ojos, sin expresión; la mirada, perdida: el rostro de un hombre sin control ni iniciativa. Finalmente, coge un cuento infantil y se pone a leer. Moore encontró esas imágenes en el colegio, que tenía una cinta de vídeo de la visita del presidente. "Llamamos por teléfono y me la dieron. Fue fácil. Es curioso que nadie lo hubiera hecho antes. Les extrañó mucho. Pero así están los medios de mi país".
Ésa es una de las grandes paradojas de su película: Moore ha logrado imágenes, actuales y de archivo, que nadie parecía haber emitido antes. "Nos llegan por tres vías: mandamos free lance a Irak, otras nos las ofrecieron desde allí y otras nos las vendieron en casa periodistas que no pudieron venderlas a otras cadenas. Yo cada vez salgo menos, porque cada vez me lo ponen más difícil. No me dejaron ir a Irak ni a Arabia Saudí".
Por cierto, que algunos medios han publicado que Moore es bastante déspota con sus empleados y que, mientras se enriquece con el género agit-prop, explota a sus empleados y malpaga a sus colaboradores. "Tenemos 20 empleados fijos y 20 colaboradores. El editor cobra 3.000 dólares a la semana; el cámara, 1.200 dólares al día. Los documentalistas, entre 1.200 y 3.000 a la semana. La que menos cobra es mi asistente, que tiene 22 años y cobra 900 dólares a la semana. Las imágenes externas las pagamos por segundos, aunque no recuerdo a cuánto. Sobrepago a mi gente porque me va bien, y quiero repartir el dinero que gano. Y, efectivamente, despedí a tres personas en 1994; una porque acosaba a una empleada, otra porque trabajaba en otro sitio al mismo tiempo y otra por incompetencia. The New Yorker ha investigado mucho eso y desde entonces no han encontrado a nadie que hable mal de mí".
Babelia
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