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Columna
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¿Existe una política cultural?

Las democracias de raíz anglosajona consideran que los términos política y cultura son sencillamente excluyentes. Para ellas, la creación cultural proviene de un fenómeno individual y privado, de carácter independiente y hasta en conflicto con los poderes públicos. Por eso, los Gobiernos no intervienen en la vida cultural, que se alimenta exclusivamente de la aceptación del mercado y de la generosidad del mecenazgo personal.

No sucede lo mismo en la Europa continental, desde mucho antes que los creadores de nuestro ámbito geográfico buscasen la protección estatal frente a la agresiva competencia de las producciones norteamericanas. Cuando Francia no había inventado aún la excepción cultural, ni las cuotas de pantalla ni otros mecanismos de defensa de la creación cultural propia, ya existía en el viejo continente una potente televisión pública que los gobiernos de turno han venido protegiendo con uñas y dientes como vehículo de propaganda o, al menos, de propagación política.

Por eso no nos han de extrañar acontecimientos como el abrupto relevo en la dirección de Instituto Valenciano de Arte Moderno. Ésa es la norma política, y los consejos rectores, como el del IVAM -o el reciente consejo de expertos de RTVE-, suponen meros órganos decorativos para aliñar decisiones políticas en las que no intervienen.

O sea, que en buena lógica debe existir una política cultural en el Consell de la Generalitat. ¿Hay alguien que se atreva a deducir cuáles son sus líneas maestras a tenor de las acciones públicas del consejero de la materia, Esteban González Pons?

Comencemos con lo más fácil y agradecido, que es el área deportiva, competencia de su consejería. Logros previos o ajenos, como que la capital sea sede de la Copa del América o que el Valencia CF haya ganado la Liga, no exoneran de la necesidad de un proyecto deportivo para la Comunidad: ¿se va a fomentar el deporte de elite o el de base?, ¿hay un programa de recuperación de actividades tradicionales, como la pilota valenciana, o se apuesta en cambio por la modernidad de la vela, el surfing, el golf...?

Las primeras manifestaciones públicas del máximo responsable en la materia han resultado, por lo menos, erráticas, pasando de defender a capa y espada al equipo ciclista Kelme, por ejemplo, a ponerlo finalmente a pies de los caballos y obligarle casi a una inevitable extinción.

Esa vacilante y hasta contradictoria actitud también se ha manifestado en otros ámbitos. En la lengua se hicieron en su momento proclamas de un ardoroso y casi naif valencianismo y se reabrieron polémicas que ya estaban encauzadas, para desdecirse luego y aceptar resignadamente más tarde el retroceso social del uso del valenciano. ¿En qué quedamos? ¿Cuál va a ser la actitud lingüística de la Administración? ¿Qué planes hay al respecto?

Pasemos rápidamente a temas menos controvertidos, como la proyección cultural de nuestra Comunidad y su actividad museística. ¿Cuál va a ser la política promocional de la cultura valenciana en el exterior? ¿Qué va a pasar con la Bienal? ¿Se mantendrá el evento? ¿Cambiará en su orientación? ¿Qué papel jugará en el conjunto museístico el futuro Palau de les Arts? ¿Y la inconclusa fábrica teatral de Sagunto?

Las preguntas podrían enroscarse unas a otras, como ciertos ofidios que confunden al observador en su número y posición y que le hacen dudar a uno de dónde está la cabeza y dónde la cola del animal. Y eso sucede porque uno no atina a interpretar los gestos políticos y menos aún los silencios. Cuando en su día se dijo que la recuperación del claustro de la Valldigna iba a ser la actuación cultural más importante de esta legislatura, fue tanto como suponer que a un complejo bosque lo representa una simple secuoya, por hermoso que sea ése ejemplar.

Y aquí tenemos una maraña de dificultades, desde la desdecida ampliación del IVAM hasta cuál es la función del MUVIM, pasando por problemas de mantenimiento funcional del San Pío V. En cambio, mírese por dónde, disfrutamos de un magnífico Museo Arqueológico en Alicante, de escasa promoción, que ha tenido que ser premiado en Atenas como el mejor de Europa por la "originalidad e inteligencia" de su sistema expositivo.

Con este repaso a vuelapluma de algunos contenidos de esa ¿existente? política cultural, uno no pretende agobiar a nadie. Faltaría más. Como modesto contribuyente, sólo aspira a que el consejero nos explique a los ciudadanos de la Comunidad cuáles son los objetivos y las prioridades culturales en los que van a ser invertidos los impuestos que puntualmente pagamos.

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