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Crítica:ÓPERA | 'La dama de picas'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Domingo juega sus cartas

Había una gran expectación previa, como en las grandes noches de ópera. En primer lugar, por la presencia de Plácido Domingo, tenor muy querido en su ciudad natal, que simboliza en cierta manera la supervivencia del divismo a la antigua usanza, con todo lo que ello trae consigo, desde la sensación de excepcionalidad artística hasta ese carácter nostálgico de unos valores perdidos o, si se quiere, sustituidos por otros. El año pasado canceló sus intervenciones en el Liceo de Barcelona en este mismo papel. Eso acrecentaba aún más el deseo de ver a Domingo en directo en una de sus grandes creaciones. Pero también estaba la atracción por Jesús López Cobos, ausente del mundo operístico en su teatro desde el inicio de temporada, con aquella Traviata, de Verdi, que tan buen recuerdo dejó. La temperatura operística se mascaba y casi me atrevo a decir que el título elegido era lo de menos.

La dama de picas

De Chaikovski. Director musical: Jesús López Cobos. Director de escena: Gottfried Pilz, realizada por Vera Lucía Calabria. Con Plácido Domingo, Nikolái Putilin, Hasmik Papian y Elena Obraztsova, entre otros. Coro y Orquesta Sinfónica de Madrid. Producción de Los Angeles Opera Company. Teatro Real, Madrid, 15 de mayo.

Las cartas están boca arriba desde la primera escena. Es todo tan transparente que uno se sitúa con facilidad en las claves de cómo va a transcurrir la representación. La dama de picas es, ya se sabe, una obra maestra absoluta con todas las esencias del género romántico desplegadas a fondo: amores, pasiones, obsesiones, carga trágica y ese maravilloso sentido de la melodía y la tensión teatral que Chaikovski domina como muy pocos. Pero, en fin, una cuestión es la ópera y otra muy diferente su representación. ¿Está a la altura de las circunstancias la presentada la noche del sábado en Madrid? Pues sí y no. Pero vayamos por partes, aunque adelantando que tuvo dos grandes bazas a su favor, las materializadas por Plácido Domingo y López Cobos, y una en contra con la insustancial producción escénica.

Desde el momento en que Domingo -taciturno, atormentado, extraviado- aparece en escena hay una sensación de verdad, de profundidad, que hasta ese momento no se había producido, debido sobre todo a una puesta en escena banal en los movimientos colectivos, con cierto deslizamiento hacia los códigos de la comedia musical americana y, en general, con un ansia de espectacularidad que lastraba la profundización de los personajes. El tenor madrileño siempre ha sabido jugar sus cartas muy bien, y eso se demuestra en primer lugar en la elección de los papeles operísticos apropiados para cada momento vocal. Cuando hacía, por ejemplo, el tenor de Tosca era inigualable. Ahora, tendiendo un gran salto en el tiempo, su Herman de La dama de picas le va como anillo al dedo porque eontronca con lo mejor de sus posibilidades en este momento. Su esmalte no es tan brillante como antaño, pero su capacidad interpretativa es de una sabiduría asombrosa. Domingo palpita, vibra, se desgarra conforme las circunstancias lo requieren. Y se mete en la piel de su personaje sacando a la luz incluso las afinidades dostoiescanas (ese Herman tan cercano al Raskolnikov de Crimen y castigo) y desarrollando sus perfiles hasta el límite del delirio, no sé si como un error necesario o como un magnetismo irresistible de la sinrazón. Un privilegio escuchar a Domingo en una ópera como ésta.

El resto de los cantantes está varios escalones por debajo, aunque son más que apreciables la nobleza de Putilin, la sensibilidad de Babian o la veteranía de Obraztsova.

La segunda baza de la representación es la dirección de López Cobos. Un tanto apagado al principio, se vino arriba enseguida con su sentido del orden, de la matización, del gusto por el detalle y de la creación de atmósferas descriptivas, más en la línea, para entendernos, de un lirismo a lo Temirkanov que de un fuego a lo Gergiev. La Sinfónica de Madrid respondió con entrega y precisión. El coro, también, aunque con un toque de rigidez, especialmente en las voces masculinas.

Aporta poco la dirección escénica. Los mejores momentos son cuando los cantantes están solos con su propia teatralidad. Los peores, los colectivos, con un convencionalismo antiguo, en el peor sentido del término, con una pretenciosidad bastante rancia y una torpeza evidente en resolver situaciones lucidas como la escena del teatro dentro del teatro en la mozartiana pastoral.

Lo importante, en cualquier caso, es que la belleza de la música y del canto llega directamente al espectador. Los criterios visuales son otra historia, seguramente porque los valores plásticos de la producción procedente de la Ópera de Los Ángeles son muy diferentes a los apreciados en Madrid. El Teatro Real, a pesar de algún desliz como el reciente de Don Pasquale, tiene a su público, afortunadamente, acostumbrado a otro nivel de exigencias, más en consonancia con los tiempos que corren.

Plácido Domingo y Elena Obraztsova, en un ensayo de <i>La dama de picas.</i>
Plácido Domingo y Elena Obraztsova, en un ensayo de La dama de picas.BERNARDO PÉREZ

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