Los que se han ido
Comenzó la semana con mucho ruido. Moncho López, seleccionador nacional durante el pasado Europeo, sorprendió a todo el mundo y abandonó su cargo a tres meses de los Juegos Olímpicos. Partiendo de la base que Moncho no parece una persona de prontos, se supone que en su desencuentro con la federación radica la principal razón de tan sorprendente renuncia. Como le ocurrió a Iñaki Sáez, entrenador de la selección de fútbol, accedió al cargo más por su condición de hombre de la federación que por una valía contrastada en la alta competición. El affaire Imbroda y sus éxitos con las categorías inferiores le auparon al puesto con el único aval de los dirigentes federativos. La selección triunfó en el Europeo y se trajo la medalla de plata, pero desde entonces Moncho no ha debido recibir un exceso de aliento y reconocimiento por parte de sus mentores. La otra opción posible, pensar en que simplemente la oferta recibida y aceptada desde Lugo ha sido determinante dejaría en muy mal lugar al técnico, además de revelarse bastante poco valiente y sin duda nada ambiciosa. La selección española tiene una gran oportunidad de hacer historia y emparentarse definitivamente con el gran referente del baloncesto español, la selección de Los Ángeles 84, y renunciar a formar parte de este factible hito por otra opción de menor calado hablaría poco y mal de la amplitud de miras del citado protagonista. El caso es que por la razón que sea la selección se quedaba huérfana y la Federación no se lo pensó mucho y decidió fijar su mirada en Mario Pesquera. Confiar en un técnico que hace once años que no entrena produce cierta perplejidad, pero habrá que dejar el juicio hasta observar a Mario en acción.
Casi a la vez asistimos al enésimo derrumbe del Real Madrid. Un fracaso que se empezó a mascar en la final de la ULEB y terminó con un desalentador comportamiento en su eliminatoria funeral ante Estudiantes. Aprovechando la coyuntura habría que reivindicar al jugador caliente y defenestrar a los gélidos clones que pueblan la canchas. El Madrid, por encima de su problemática, se ha mostrado como un equipo helado, enfermo de jugadores de esos que les pinchas y no sangran. Mucha presencia física y pasión bajo cero. La misma cara siempre, poca o nula comunicación emocional, siempre rebasados por la tensión competitiva. Unicamente Bennett ha tenido el don de influencia en el juego, para bien y también para mal pues ha llegado con la gasolina en reserva al momento cumbre de la temporada, pero al menos consigue una relación entre lo que ocurre y su rendimiento. Es lo menos que se le puede pedir a un jugador importante, que se sienta que está. La mayoría de los jugadores del Madrid han entrado y salido de la cancha mil veces sin dejar rastro. No estamos hablando de jugadores silenciosos tipo Carlos Jiménez. Estamos hablando de jugadores inexistentes. Y son esos los que debería evitar el Real Madrid cuando emprenda su nueva reconstrucción.
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