_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Vida

John H. Orem, capitán estadounidense de Rota, ha dicho que su país reducirá la presencia en la base para favorecer drásticamente su eficacia, y ha provocado una lógica preocupación en los trabajadores españoles. ¿Van a quedarse sin empleo? La revelación de Orem coincide con la XIX Marcha contra la base, que hoy, domingo, en Rota, saldrá al mediodía de la explanada del cementerio. La vida es compleja. El secretario del comité laboral de la base, Rafael Chacón, se siente indignado por el anuncio del capitán Orem. Entiende que la Marina americana quiere reducir gastos, juicio que, en pleno delirio belicista y conquistador del presidente Bush, parece paradójico. El indeseable empequeñecimiento de Rota sería, según Chacón, "un efecto colateral de la asquerosa guerra de Irak".

¿Es un castigo a España por su retirada de la conquista de Oriente? Si es así, significaría que los Estados Unidos de América ven realmente sus bases como un regalo a Europa. Puesto que ahora el continente madre no se porta bien, EE UU le retira parte de la ocupación, benéfica para los ocupados. La vieja actividad militar de EE UU en Europa se basaba en el despliegue disuasorio frente a la Unión Soviética, y las bases en España participaban pacíficamente en la defensa del mundo libre contra el comunismo (otra paradoja: el mundo libre de España era la dictadura de Franco). Profundamente militares desde la II Guerra Mundial, los Estados Unidos de América necesitan vivir frente a un gran enemigo ideológico: el comunismo, el islamismo radical.

Superada por fin la barrera soviética, los americanos se han lanzado a la conquista y dominio absoluto de los territorios que quedaban al oriente del Oriente rojo. Las ideas son lo de menos, pero prefieren presentarse ante el mundo como idealistas, paladines medievales y evangélicos. Cuando le preguntaron a Bush cuál es su filósofo favorito, dio inmediatamente un nombre: Jesucristo. "El que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desperdicia", dice el Nuevo Testamento (Mateo, 12, 30). La nueva política americana, la de Bush, no le gusta nada al secretario del comité laboral de la base de Rota, y el problema es que los españoles de Rota tienen base naval, pero no tienen voto en las elecciones americanas.

Otro asunto contradictorio: el humo sonriente del hachís, sustancia que propicia la conversación y ayuda a olvidar cómo pasan las horas. Hace dos días la policía requisó más de siete toneladas de hachís en Chipiona, Estepona, Marbella y El Ejido, y detuvo a traficantes franceses, colombianos, españoles y marroquíes. Uno lee esto en el periódico y recuerda que el pacífico e inofensivo hachís paga operaciones como los asesinatos del 11 de marzo, y que hasta el mismo día del crimen algunos de los asesinos atendieron su negocio de hierba, hampones y confidentes. Si la harina de trigo o el azúcar estuvieran fuera de la ley, harina y azúcar serían las sustancias que financiarían el crimen internacional. Pero el caso es que el hachís se ha transformado de repente en una cosa desagradable e infumable.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_