Se puede hablar con la boca llena
Hoy vamos a ver el Fórum. Pasados los modestos fastos de la inauguración, había llegado el momento de comprobar de qué iba la cosa, después de meses de misterio. A tal fin, cogimos un metro y tan pimpantes nos plantamos en la estación correspondiente. Sabíamos, por la prensa, que los primeros días había ido muy poca gente. Sería la lluvia, sería que era laborable, serían los precios. ¿Qué sería, sería? El caso es que esa tarde no llovía y, sin embargo, tampoco había nadie. Ante nosotros, un paisaje fantasmal, tan sólo perturbado por la presencia -discreta pero visible-, de la policía y de los empleados de la organización.
Llegamos por la calle de Alfons el Magnànim. A nuestra derecha, inmensos aparcamientos vacíos. A nuestra izquierda, inmensos cubículos rebosantes de familias trabajadoras. A lo lejos, las siluetas inconfundibles de las chimeneas y los bloques de pisos de La Mina. Primera impresión: llegas al Besòs, antaño un barrio cerrado lleno de pobres, y ahora te encuentras un barrio abierto lleno de pobres. Cuesta creer que este panorama, antaño frontera entre la ciudad-ciudad y el suburbio-suburbio, esté a punto de convertirse en una nueva zona de ocio, chic, pija y antitaurina. ¡Si el Torete levantara la cabeza!
Seguimos rodeando el recinto hasta la entrada. Aquí se han preparado accesos mastodónticos, pero no hay ni un alma. Preguntamos a un empleado, por puro choteo, si hay que pagar por entrar. Al parecer, es la primera vez que le plantean la cuestión. Él cree que sí, aunque nos envía a la taquilla. Creo percibir, a lo lejos, uno de esos orondos matojos que sobrevuelan los pueblos abandonados de todas las películas del Oeste. Segunda impresión: o los edificios son demasiado grandes para ver a nadie, o lo que se cuece aquí no interesa ni a los grupos escolares.
Sí, señoras y señores. Pásmense ustedes en sus butacas, mientras se les enfría el café con leche y el cruasán les pringa este periódico. Ni un triste ratón, ni un reventa, ni una echadora de cartas, nada. Sólo un puñado de agentes de la ley, de azul oscuro. Otro montón de empleados, de naranja chillón. Y unos servidores, de negro riguroso. Parecíamos los árbitros de un partido sin público. A nuestra derecha, el Pasmas FC; a nuestra izquierda, el RCD Fórum.
Nuestra desazón crece a medida que se acerca el momento de la merienda. Ahora que ya se pueden entrar bocadillos resulta que se nos ha quitado la gazuza. Antes las suecas nos quitaban el hipo y ahora los fastos culturales nos quitan el hambre. Es una lástima, porque al otro lado del recinto del Fórum se concatenan los bares de tapas, aceitosas, pringosas, tapas como Dios manda para estómagos del posfranquismo, que tragaban con todo porque nos enseñaron que lo que no mata engorda. Ahora, en cambio, si engordas te matan. No sabemos si podremos sobrevivir a tanta contradicción y a estos profundos cambios, vertiginosos como un tranvía, en el caso de que el tranvía funcione. Pero no todo es desolación en esta tarde triste de primavera. El bocadillo ha recuperado su dignidad de icono vertebrador de la identidad planetaria. Ya se podrá dialogar con la boca llena, y en todas las lenguas, sin que la autoridad posmoderna nos detenga por tenencia de embutido ibérico. La cultura avanza que es una barbaridad. Y es que Barcelona y yo somos así, señora.
Accidents Polipoètics son Rafael Metlikovez y Xavier Theros.
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