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Análisis:A pie de obra | TEATRO
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

¡Goza, Calígula!

Marcos Ordóñez

Uno. Calígula fue concebido por Camus como un héroe existencialista, el emblema del homme revolté, a caballo (desbocado) entre la locura amarga de Hamlet y el escupitajo a los dioses de Don Juan. Hoy, en plena recontraposmodernidad, no cuesta verle como un espejo oscuro de todos nosotros: un nihilista salvaje, la (im)pura encarnación del "mandato de goce" acuñado por Lacan. Calígula se pierde en el bosque tras la muerte de Drusila, su hermana, su amante, y descubre, vaya por Zeus, que la vida no es "ni buena, ni noble, ni sagrada", como decía Lorca, y que además es "emífera", como diría Verónica Forqué. Calígula vuelve a palacio con una misión superficial y un mandato profundo. La misión tiene un bello rostro: acabar con la inautenticidad del mundo. El mandato de goce tiene la forma de la luna inalcanzable y le grita un imperativo categórico: "Tú debes porque puedes". Pulsión maldita, que lleva enroscado su final: sólo con la muerte podrá calmarse. El mandato va a convertirle en un monstruo deseante, atravesado por el anhelo insaciable de una libertad absoluta, sin restricciones. ¿Quién no ha querido, alguna noche cargada por el diablo, saltar todas las barreras para, instalado en el orden, servir un banquete de destrucción sin límites? Folleto de instrucciones: se precisa acabar con cualquier vínculo, cualquier forma de amor, porque "el amor es lo contrario de la vida". No woman, no cry. La voz de la Misión Imposible aúlla: "Su tarea, si usted decide aceptarla, será la de actuar contra el orden de las cosas. Duplicar el caos del universo. Igualar la ciega crueldad de los dioses, y comprobar hasta qué punto puede el hombre soportar la ignominia".

El monstruo deseante vestirá la levita del maître à penser, dispuesto a dar lecciones de abismo a los condenados, es decir, a todo bicho viviente. Un personaje perfecto para la Historia Universal de la Infamia: el dictador que eleva su tiranía a la enésima potencia para generar revuelta y, en última instancia, morir por ella. "Pa que me s'entienda": el Coronel Kurtz de Apocalypse Now, con su reino irracional y dionisiaco y el abejorro del horror zumbando siempre en el laberinto de su oreja, es un Calígula sobrevivido. Hasta que le llega su San Martín, como a cualquier cerdo.

Calígula sigue siendo una grandísima función. Una partida de pimpón -argumento, contraargumento- con balas fulminantes; una lección práctica de poesía asesina y prosa para sobrevivir. ¡Qué bien siguen sonando la letra y la música de ese eterno combate, con cuánta claridad y cuánto fulgor! A mi izquierda, Calígula (rudo fajador) versus Escipión (niño lírico). Gran escena: cuando el emperador completa, como sonámbulo, el hermoso poema de su discípulo, para luego borrarlo -"Sangre, le falta sangre"- porque ya no puede volver a ese paisaje idílico. Escipión: "¿No hay nada semejante en tu vida, algo que te ayude a seguir adelante, algo dulce, un refugio silencioso?". Calígula: "Sí. El desprecio". A mi derecha, Calígula versus Quereas, patricio racionalista, voz de la contención. Calígula: "¿Por qué quieres matarme?". Quereas: "Porque en ti no hay nada digno de ser amado. Porque tengo ganas de vivir y ser feliz, y eso no puede lograrse empujando el absurdo hasta sus últimas consecuencias".

Dos. Yo siempre había pensado que Calígula debía interpretarse en estado de incandescencia. Gérard Philippe acuñó el modelo, el rol ideal para un jeune premier. O para el mattatore. Tradición del Calígula febril en España: Flamboyant (Rodero), Potro de Vallecas (Imanol Arias), Esquizo-locaza (Luis Merlo). Ramon Madaula, en el nuevo montaje del TNC de Barcelona, dirigido por Ramon Simó, demuestra que ese alcohol se puede servir muy frío, siseando lento en el alambique del dandi desesperado que pagará de golpe todos los plazos de su muerte a crédito. Madaula está como nunca, con la nonchalance melancólica de un Jacques Dutronc. Hace tiempo que va estando como nunca: Escenas de una ejecución, Closer y ahora Calígula. Es un placer verle, por ejemplo, travestirse de Venus, con la peluca rubia y el lamé y la boquilla de Marlene, sin aprovechar el impulso adquirido, distanciándose maravillosamente de su propia representación, para hacer resonar el mismísimo pensamiento del emperador: "Si se tragan esto se lo tragarán todo". Para que Madaula funcione, claro está, ha de tener altos oponentes. Y ahí está Andreu Benito como Quereas, que parece seguir llevando sobre los hombros la capa de obstinada dignidad del Krogstad de Casa de muñecas, en el mismo Nacional, en la misma sala, hará un par de meses, como si no le hubiera bajado la temperatura desde entonces. Y Ferran Carvajal, el Julio César de Rigola, ahora un Escipión a lomos de la perplejidad y el odio. Y Carme Elías, un destello de rojo cortesano entre el blanco aterrado de los patricios, jugando como una niña el juego letal de su emperadorcito. Y, atención, un actor hasta ahora "de reparto" que sube a primera con un gran juego de piernas y una autoridad notable: Jordi Martínez interpretando a Helicón, el liberto fiel, con una sorprendente gama de matices, entre el clown perverso y el guardaespaldas mafioso.

Ramon Simó ha esquivado, con muchísima cintura, todas las tentaciones de un montaje "moderno": la prosopopeya verbal, el retortijón emocional, el conceptazo de todo a cien. Es un montaje elegante, claro y limpio, con el ritmo preciso, primando la palabra y, cosa rarísima, la respiración del texto. La escenografía de Bibiana Puigdefábregas le va como un guante: el patio de una villa romana, y un árbol retorcido que brota del pavimento, rompiendo los adoquines. Una imagen casi tan buena como la de la víbora reptando por el mosaico de Yo Claudio. Al fondo, faltaría más, el espejo oscuro, que nadie va a romper de un silletazo, para que siga reflejándonos a todos cuando vuelvan a encenderse las luces de sala. Se impone gira, señores.

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