_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Algunos titulares

Félix de Azúa

Desde que Franco decidió pasar a mejor vida (y nosotros también) llevamos ya, si no me descuento, cinco presidentes. No son muchos, pero quizás suficientes para reconocer que el sistema funciona razonablemente y que aún vendrán unos cuantos más. ¿Será cierto que este país ha dejado de ser aquel "país de todos los demonios" que atormentaba a Jaime Gil de Biedma? Algunos datos contribuyen a afirmarlo.

En la cubierta del número 2.392 de La Actualidad Económica, correspondiente al pasado mes de abril, figuraba un retrato de Ricard Fornesa, presidente de La Caixa, sobre un titular que decía lo siguiente: "No comprendo el miedo a los socialistas". El presidente de la mayor entidad financiera catalana (y tercera de España) sabe lo que se dice porque los socialistas también presiden su finca. Si el hombre más poderoso de Cataluña afirmaba sentirse feliz con un Gobierno socialista, entonces, damas y caballeros, podemos echarnos a dormir. Es bueno ser partidario de dormir cuando se habla de política y sentir la mayor simpatía por una política soporífera. La nuestra empieza a serlo, gracias a Dios. Sin embargo, también es omnipresente e invasora. Ésta es la paradoja española: cuanto más inofensiva es la política, tanto más se entromete en nuestra vida. He aquí un misterio poco indagado.

Yo diría que sólo en España e Italia los profesionales de la política compiten con futbolistas, hermosísimas modelos y rufianes de programa rosa para conseguir audiencia. Los políticos españoles hacen contorsiones con tal de aparecer constantemente en papeles, pantallas y altavoces como estrellas del espectáculo. Aburridísimo, pero espectáculo. En Inglaterra, lugar donde un político se la juega de verdad porque responde de sus actos ante los electors (y no ante el padrino), apenas se les ve el pelo, nunca aparecen en la tele, no hablan por la radio. No es que no quieran, es que nadie les hace el menor caso. Durante un mes he estudiado científicamente los informativos británicos y sólo podría reconocer a un par de políticos. Uno de ellos es Blair. No obstante, incluso Blair cuando aparece en los medios es porque tiene algo nuevo que decir.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

¿Cuál es la razón de una diferencia tan abismal entre los políticos británicos y los españoles? Cierto que en la información inglesa tampoco hay una presencia machacante de deportes, pero eso es debido a una menor densidad de barbarie social. Lo de los políticos, en cambio, no depende del grado de educación, cultura o curiosidad intelectual de la población. Tampoco podemos atribuirlo a una mayor incompetencia de los periodistas españoles. Ciertamente, llenar diarios, televisiones o radios con políticos deponiendo trivialidades sale gratis y no da trabajo, pero si no interesaran a la gente, cerrarían los diarios y quebrarían las emisoras. No; ha de haber una razón más profunda.

Mi hipótesis es que los ingleses no necesitan a sus políticos para saber lo que deben hacer con sus vidas, cómo han de pensar o cuáles son sus intereses personales. Los politícos ingleses están para resolver problemas prácticos, inmediatos, de fontanería. En España, bien al contrario, los políticos intervienen en la vida privada de los ciudadanos como antaño hacían los curas, de quienes han heredado el poder, la función, el talante y los modos. En las comunidades controladas por grupos nacionalistas, la intromisión llega a extremos que serían considerados totalitarios en la vieja Europa. Sin embargo, en España no sólo parece normal que nuestros empleados nos dicten lo que debemos hacer, sino que además se lo pedimos por favor. Aquí, como en Italia, la conducta personal siempre la ha ordenado la Iglesia. Y así sigue siendo. No tenemos ni idea de lo que pueda ser la responsabilidad o la capacidad de decisión individual porque durante cinco siglos semejante conducta ha estado prohibida en España. Llevamos el gregarismo en los genes.

Por eso no es posible temer a los socialistas. Como sus colegas (más) conservadores del PP, los socialistas han tomado el poder para pastorear el rebaño, y en especial a la sección femenina, que era el papel principal de la Iglesia católica en el pasado, según demostró Manuel Delgado. En consecuencia, nuestros políticos se nos meten hasta en la sopa para sermonear sobre lo que debemos hacer, con el fin de que todo siga como está mandado. Y si nos hartamos de un cura hosco y estrafalario que no hace más que repartir collejas, lo quitan de en medio y nos envían a otro más manso y posconciliar. Éste era el titular de EL PAÍS (16 de abril) enumerando las ilusiones socialistas de Zapatero: "Un ansia infinita de paz, el amor al bien y el mejoramiento social de los humildes". No lo supera ni Escrivá de Balaguer.

Otros titulares daban cuenta de los propósitos expresados en el discurso de investidura: retirada de Irak, derogación del trasvase del Ebro, suspensión de la Ley de Calidad Educativa, estabilidad presupuestaria, los homosexuales y transexuales ya se pueden casar, reforma del estatuto fiscal y del proceso penal. En la página 25 se añadía lo de la reforma del Senado y de la Constitución. También se detallaba la reforma fiscal: "El Gobierno no incrementará la presión fiscal global". Estupendo. Más de la mitad son medidas pasivas, y las activas son francamente artísticas.

La verdad, si yo fuera el presidente de La Caixa, de Telefónica, de cualquier banco, de un grupo mediático, eléctrico o inmobiliario, en fin, si yo fuera poderoso, estaría feliz con este programa socialista, más estético que ético. Para mi desdicha, no soy poderoso, sino un triste funcionario del que viven La Caixa, Telefónica, las eléctricas, las aseguradoras, los grupos mediáticos... Pertenezco a la horrible clase media, la única que paga a Hacienda y que, por lo tanto, financia la comodísima existencia de los políticos, los cuales no mueven un dedo para defendernos de los explotadores, pero en cambio nos dicen si debemos o no ir a los toros, si toca ser solidario con los chechenos o con los estonios, en qué lengua debemos hablar con cada autoridad, cuál es el ser de España y el de Cartagena, cuál ha de ser mi opinión sobre los EE UU y sobre Israel; en fin, nos llevan por la vida como antaño los directores espirituales, y gracias a ellos sabemos cómo comportarnos para que nos quieran los papás. Ahora que ya podríamos dormir tranquilos, el sindicato político nos da la tabarra sin compasión y así no hay quien pegue ojo. Resultado: sólo duermen tranquilos los poderosos.

Dado que éste ya no es un país endemoniado, quizás la octava legislatura podría servir para que los políticos colgaran la sotana, se dedicaran a las cosas reales y no a las simbólicas, despertaran al señor Fornesa y a otros dueños del país y nos dejaran dormir a los demás, que ya vamos siendo mayorcitos.

Félix de Azúa es escritor.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Félix de Azúa
Nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_