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Tribuna:VALENCIA 2007
Tribuna
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Los retos pendientes

El desarrollo urbanístico de Valencia en la última década ha sido espectacular. El PGOU de 1988 ofreció, por primera vez desde 1966 (fecha del anterior plan) un modelo que representaba las aspiraciones de la ciudad, al recibir el respaldo de todos los grupos políticos. La conjunción de este Plan y la agilidad que la nueva Ley Reguladora de la Actividad Urbanística ofrecía, constituyen, junto al buen momento económico, la explicación de este rápido desarrollo que ha permitido que prácticamente todos los nuevos suelos de expansión que el PGOU preveía alrededor de la ciudad para acabarla, y crear un limpio límite con la huerta, se hayan ejecutado o planificado. Hasta las voces más críticas con este desarrollo tienen que admitir el hecho de que nunca los barrios de Valencia han tenido avenidas de la amplitud y generosidad de espacio de las recién creadas, o parques y jardines como los realizados a costa de los promotores del suelo y sin ninguna inversión municipal. El Plan de 1988 dimensionó generosamente los espacios, tratando de superar el raquitismo y provincianismo de la anterior planificación y haciendo que la ciudad recuperase esa visión ambiciosa que, en las postrimerías del XIX y principios del XX, produjeron espacios tan notables como las Grandes Vías y el conjunto del Ensanche, diseñados con ambición de gran ciudad y sin complejos de inferioridad.

Aquí estamos hablando de imagen de ciudad en su sentido más directo y de una oportunidad histórica
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Ahora bien, todo ese gran desarrollo tiene dos lagunas sin completar, ni siquiera a nivel de planificación, que son la gran operación del Parque Central y la de la conexión del Viejo Cauce del Turia con la dársena del Puerto, con la configuración definitiva del Proyecto del Balcón Al Mar. Son dos proyectos de gran trascendencia, porque en ellos nos jugamos mucho más que recomponer huecos urbanos que necesitan ser transformados y tampoco se trata de clásicas operaciones de expansión urbana. Aquí estamos hablando de imagen de ciudad en su sentido más directo y de oportunidad histórica. Por una vez, este sufrido adjetivo no me parece gratuito. Veamos por qué.

Los nuevos barrios periféricos tienen su lógica propia. Sus detractores les han acusado de muchos supuestos defectos, pero es un hecho objetivo que su densidad es menor y sus espacios públicos y calidad de urbanización, mejores que los de los barrios de los años 60 y 70 que, por desgracia y junto a ellos, aún perduran. En cambio, el enlace de la Alameda y el Viejo Cauce con la Dársena interior y la operación del Parque Central representan dos espacios clave interiores a la ciudad y de fuerte visibilidad que propician la creación de nuevas áreas de centralidad urbana. Integrar el frente marítimo en la ciudad, con el enlace de ese corredor verde que es el Viejo Cauce con la Dársena transformada en área de ocio y con el paseo marítimo, creando un gran eje peatonal y verde de más de 12 km desde el Parque de Cabecera hasta la Acequia de Vera, representa la clave de bóveda del definitivo reencuentro con el mar de la ciudad.

En cuanto al Parque Central, unir en superficie las Grandes Vías y los Ensanches, ahora separados por el ferrocarril, representa un hito en sí mismo y un desplazamiento deseable hacia el sur del centro de gravedad de la ciudad. Significa también configurar un nuevo centro urbano con enormes posibilidades por su situación, accesibilidad de transporte público y ubicación.

Si estas dos piezas le salen bien a Valencia, se habrá culminado con éxito una transformación urbana que sacará a nuestra ciudad del amplio y en parte desconocido conjunto de ciudades medias europeas para situarnos en los puestos de cabeza en calidad e imagen urbana.

La Copa del América, como acicate natural del urbanismo, puede hacer mucho a favor del buen enfoque de estos proyectos: la apuesta por la calidad. Vamos a estar en el punto de mira del mundo entero y, cuando eso ocurre, es inevitable mirar con otros ojos nuestra ciudad. Esa visión cotidiana toma otras luces, deja entrever otras visiones y suscita la inevitable pregunta: ¿cómo nos ven los demás? Y el corolario consiguiente: ¿qué podemos hacer para mejorar esa imagen? A partir de la Copa del América nada será igual. Vamos a estar en el plano del mundo en el mismo sitio pero, por primera vez, con una imagen asociada. Dejaremos de ser ese "oscuro y húmedo puerto del Mediterráneo del que nadie ha oído hablar", como Kenneth Tynan escribía en el célebre ensayo de los 70 sobre Valencia, para ser una ciudad que todo el mundo sabrá dónde está y qué representa. Esto crea obligaciones y, la primera, ser más ambiciosos respecto de nosotros mismos. Perder el (poco) complejo de inferioridad que nos queda y apostar por soluciones ambiciosas y de calidad.

Que nadie espere milagros. Para la Copa del América no hay tiempo de hacer otra cosa en estos dos grandes espacios, que realizar los proyectos y, entre tanto, hacer una limpieza del terreno y, con suerte, alguna apertura parcial de las nuevas avenidas previstas. Pero la filosofía y contenido de los proyectos nos puede permitir presentar no sólo el presente sino el futuro de la ciudad, que tan importante es demostrar lo que hemos sido capaces de hacer como lo que nos proponemos hacer y en este sentido esos dos grandes proyectos son piezas clave de nuestro futuro como ciudad de vanguardia. No los frustremos. Porque son los últimos.

Alejandro Escribano es arquitecto y fue el director del Plan General de 1988.

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