_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Eclipse

A TENOR del exagerado pudor con que veló su imagen, apenas si podemos conjeturar cuál fue su aspecto físico. Hay una foto suya, mil veces reproducida, en la que aparece sentada, todavía joven, vestida con recatada sobriedad, sin otro aderezo que una gargantilla de lazo y el pelo oscuro recogido por detrás y partido frontalmente por una algo descuidada raya al medio. El rostro es un óvalo perfecto, sostenido por un cuello alargado, con una frente despejada que enmarca dos cejas finas y bien dibujadas, una nariz corta con un remate achatado, quizá algo bulboso, sensuales labios abultados y barbilla firme. Entre sus delicadas y hermosas manos, pende descuidadamente un diminuto ramillete floral. En cierta manera, es un retrato femenino característico de un típico álbum familiar decimonónico, en el que el único detalle que podría llamar nuestra atención son los ojos, no tanto por parecer bellos y penetrantes, sino porque, encarando el objetivo de manera directa, revelan el estado de ausencia de una soñadora impenitente. Estoy describiendo, en fin, el daguerrotipo de la poeta estadounidense Emily Dickinson, nacida el 10 de diciembre de 1830 en la localidad de Amherst, Massachusetts, y muerta allí mismo el 15 de mayo de 1886, a la edad de 55 años.

Por los escasos testimonios directos complementarios, sabemos que esta mujer, que permaneció en virginal celibato de por vida, era de muy reducida estatura y casi escuálida, de temperamento nervioso e impaciente, extrema sensibilidad, gran timidez, voluntad de hierro, pero cuyo rígido autocontrol se debatía frente a una ansiedad psíquica al borde del colapso. Nacida en una respetada familia puritana, la formación intelectual que recibió Dickinson fue convencional, si bien ella la fue ensanchando, a su manera, mediante una pasión voraz por la lectura. Que se sepa no empezó a escribir poesía hasta los 32 años, pero, en los 23 años siguientes, llegó a componer más de 2.000 poemas, que, junto al millar de cartas que envió, forman un legado literario impresionante. Tan sólo publicó un poema en vida y dedicó su sarcasmo más feroz a la fama, con lo que murió en el completo anonimato.

Es bastante paradójico, en todo caso, el contraste entre el voluntario recogimiento, casi maniaco, de esta escritora y su estrepitosa proyección pública póstuma, que hoy se manifiesta, no sólo mediante la constante reedición universal de su obra literaria, sino convirtiendo su vida secreta en tema de novelas de todo tipo. ¡Ojalá esta masiva difusión indiscriminada no trivialice un tan único caudal de intensidad de una frágil mujer, que entregó su existencia al don de las palabras preciosas, esas que nos emplazan en el abismo de la honda belleza! Oteando ese abismo, en contraste con el rutinario familiar, Dickinson, en una carta, según la reciente versión libre de Nuria Amat, Amor infiel (Losada), escribió: "En mi casa todos son religiosos menos yo, y los domingos dirigen sus ruegos a una especie de eclipse al que llaman Padre".

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_