Violetas
Se conocieron en abril del 88. Ella salía del ambulatorio tras una noche de guardia y él entraba por la puerta principal con su maletín de visitador médico. Se miraron y, a las pocas semanas, comenzaron un noviazgo llenito de pasiones y detalles. Se lo dijo sin más, con un ramillete de violetas que depositó sobre sus manos y un propósito firme: "Mi destino es el tuyo. Lo nuestro es para siempre". A ella le gustó y le devolvió el gesto con un beso húmedo en mitad de la boca. Se casaron en mayo del 91 y rubricaron el deseo: "Juntos y unidos hasta que la muerte nos separe". También entonces se besaron. Unos meses más tarde recibió unas violetas en mitad de la mañana. La discusión del domingo acabó con un golpe que le supo a humillación, pero él no era él, eso decía, y le perdonó el despropósito colocando el ramito en un búcaro dorado. Fue un año después, a poco de nacer Rosalía, cuando se llenó el salón de cientos de violetas. Las trajeron en dos cestas de mimbre atravesadas por un lazo morado. La noche anterior la sacó de la cama arrastrándola sin más. Una sola patada en la boca del estómago y el fuego de su puño en la ceja derecha. Después cayó el silencio. Él lloraba a sus pies como chacal muy dócil, despertando de todo. Por eso también le perdonó y pensó que la vida a veces no era noble. Con los años, el miedo la volvió vulnerable pero siguió creyendo en el aroma sutil de las violetas. Cuando el filo de un cuchillo le dibujó en la garganta el rastro más helado cogió a la pequeña y denunció la amenaza. Aquella misma tarde, cinco empleados de Interflora llenaron la habitación del General de ramos encendidos, de violetas infinitas. Ella lloró toda la noche y se sintió culpable. Dudó durante horas, durante días y semanas. Más tarde retiró la denuncia y regresó con él. Se amaron alguna noche. Hicieron fuego del pasado y cambiaron de casa. Él le fue recordando la promesa primera, "no lo olvides, mi destino es el tuyo, hasta la muerte eres mía". Pero el sabor de las palabras no era el mismo de entonces.
Hace sólo unas semanas que ella no piensa en él. Duerme sin sueño. Sobre el mármol que la oculta alguien deja violetas cada tarde que pasa.
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