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Reportaje:

Orduña habla quechua

Más de un centenar de emigrantes de Ecuador se han asentado en la localidad vizcaína

Desde hace tres años, Orduña es la esperanza de un centenar de emigrantes de Ecuador, que dejaron un país sacudido por la crisis económica para labrarse un futuro mejor. Las montañas que cobijan esta villa y la amabilidad de sus gentes les recuerdan a su ciudad, Otavalo, el mayor mercado artesano de Sudamérica, situado a 120 kilómetros de Quito. Hoy, 111 hombres, mujeres y niños de rasgos indígenas -casi el 3% del censo municipal - habitan en esta localidad vizcaína de 4.059 habitantes, que cada mañana abandonan para vender su mercancía por los pueblos.

La mayor parte recaló en esta ciudad fundada en 1229 alentado por un familiar o un amigo que ya antes vivía aquí. Una de las primeras en establecerse, hace tres años, fue Ana Chisa, de 26 años, que aún viste la anako, la típica falda de su país. "Vinimos en furgoneta a vender artesanía en las fiestas de mayo y nos gustó. El pueblo es muy tranquilo y la gente amable. Así que nos quedamos", dice. Su hermana Rosa, de 35 años, se trasladó hace doce meses, dejando a sus cuatro hijos al cuidado de sus padres en Otavalo. "Por el momento no puedo traerlos. No tengo papeles", lamenta.

"Es difícil vivir en otro país si no tienes papeles", dice un vecino ecuatoriano

La convivencia con el resto de los vecinos no ha ocasionado, hasta la fecha, ningún problema. El Ayuntamiento, gobernado por PNV-EA y PSE-EE, actuó desde el principio para favorecer la integración de los recién llegados, tuvieran o no permiso de residencia. Les facilitó la obtención de la tarjeta de Osakidetza, les puso en contacto con caseros de pisos de bajo coste y les obligó a escolarizar a sus niños.

La labor implicó a todas las áreas municipales. El edil de Deportes, Zacarias González, da fe del esfuerzo para que los pequeños ecuatorianos formen parte del equipo de fútbol local. "Algunos no tienen papeles y no pueden federarse, así que sólo intervienen en los entrenamientos", lamenta. Han trabajado con el mismo ahínco, desde el área de Empleo y en los dos centros escolares de Orduña, a los que acuden una treintena de ecuatorianos.Begoña y Marlene, alumnas del Colegio Nuestra Señora de la Antigua, recuerdan así el momento en que se conocieron hace dos años. "Nos dijeron en clase que imagináramos que venía una niña de Ecuador y que pensásemos en lo que haríamos para que se sintiera a gusto. Al de una semana llegó Marlene. Hicimos una merendola para darle la bienvenida", evoca Begoña, de doce años. Los niños ecuatorianos están bien integrados. Lo confirma una profesora del Orduñako Herri Ikastetxea -que imparte sólo clases en el modelo D-, quien afirma que no existe "ninguna distinción" entre su comportamiento en las aulas y el de sus compañeros".

Cada una de sus familias es una historia de lucha por salir adelante. Ruth Rodríguez, presidenta de la Asociación de Ecuatorianos de Euskadi y Navarra Pachamama, lamenta que es difícil vivir en su país, donde el sueldo medio se sitúa en 120 dólares al mes, frente a los 400 que hacen falta para subsistir. Por ello, según cuenta, casi 2.000 ecuatorianos se han trasladado a Euskadi.

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Algunos de los residentes en Orduña están satisfechos. Javier Lema, de 27 años, tiene permiso de residencia y vive en un piso junto a su mujer y sus dos niños, de 3 y 6. "He trabajado hasta hace poco de peón para el Ayuntamiento y ahora espero encontrar un nuevo empleo", revela.

Los hermanos Luis y Carlos Cabascango, de 25 y 20 años, comparten con otros tres ecuatorianos un pequeño estudio en el centro. "Es difícil vivir en otro país si no tienes papeles. Nos ganamos la vida vendiendo artesanía. Es un trabajo muy duro porque tenemos que trabajar día y noche, y luego está la policía, que no nos deja vender".

Pero aunque los ecuatorianos formen parte de la vida cotidiana de Orduña, su integración plena dista mucho de ser una realidad. José Luis Valerio, tesorero de la Asociación de Comerciantes local, atestigua que hacen su vida y no ocasionan ningún problema, "pero se relacionan siempre entre ellos". "Nunca alternan, ni van de potes. Por la mañana, cogen su mercancía y se van del pueblo", indica.

Algunos residentes temen que el municipio registre una avalancha de ciudadanos de Ecuador o que los actuales puedan acomodarse y vivir de sus impuestos. El miedo, por el momento, es infundado. El porcentaje de ecuatorianos que cobra ayudas sociales no es significativo, según fuentes municipales; y aunque algunos sueñan con poder traer a sus familias, tampoco es cierta su pretensión de transformar Orduña en un segundo Otavalo.

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