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Reportaje:EL DIFÍCIL 'PUZZLE' DE EUROPA

Los confines de la memoria

Sarospatak está muy lejos de Azkoitia. Sobre el valle fresco del río Bodrog, al pie de los Cárpatos, está más cerca de la gran planicie ucrania que de su capital, Budapest. Nadie en Sarospatak, es razonable decidir, sabe de la existencia de Azkoitia. Difícil que alguien en la villa guipuzcoana haya oído hablar de Sarospatak. Y sin embargo, por los pasillos del castillo de esta remota ciudad húngara todo invoca a san Ignacio de Loyola, la obsesión del que fuera su propietario, Ferenc Rakoczi, gran abanderado húngaro de la resistencia a la contrarreforma a principios del siglo XVIII y a su vez obsesión de la Compañía de Jesús, fundada por el monje y soldado azkoitiarra.

Sarospatak es hoy un lugar apacible, y además ideal para la poliglotía. En frecuencia modulada se captan emisiones en húngaro, rumano, ucranio, polaco y ruso. Hoy, con el ingreso de Hungría y otros nueve países en el gran proyecto de ampliación de la Unión Europea, Sarospatak, donde Comenio escribió su Orbis sensualis pictum, la piedra angular de la pedagogía, vuelve a compartir un destino con Azkoitia.

Sarospatak, una ciudad de Hungría, es hoy un lugar apacible en el que se captan emisiones en FM en húngaro, rumano, ucranio, polaco y ruso
Trieste, quizá la ciudad más próspera del siglo XIX, fue la joya de la corona de Austria-Hungría y tenía veleidades de potencia marítima
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El avance de la unidad europea hacia el este, de la ofensiva de paz de mayor éxito en la historia, une desde este 1 de mayo a 455 millones de habitantes, desde Tarifa hasta Brest, aquel Brest Litovsk del que algunos aún habrán oído hablar en esta Europa en la que los éxitos se sobrentienden y la ausencia de guerras parece tan lógica. Fue allí donde el ejército nazi alemán y el soviético de Stalin desfilaron juntos en 1939 en la escenificación más obscena de cooperación entre dos regímenes criminales.

Szeged es una ciudad universitaria, culta y vivaz, rodeada por Puszta húngara pura, esa planicie de la Pannonia romana fértil en la que hoy las zarzas cubren ya los semiderruidos edificios de los colectivos agrícolas del régimen comunista, pero subsisten las magníficas escenas de las yeguadas en campo abierto y los grandes rebaños de ocas en libertad. Desde allí hay pocos kilómetros hasta la frontera con Serbia, con la Voivodina, otra tierra, también Pannonia. Otra tierra que era Hungría y dejó de serlo cuando el Tratado de Trianon arrebató a su capital dos tercios de su territorio. Entonces, en 1919, nacieron millones de agravios que habrían de cubrir de miseria, muerte y vergüenza al continente. La Unión Europea y su ampliación son ante todo, y mucho más que mercado común, un proyecto hasta hoy logrado para hacer imposible guerras como las del siglo XX.

Pannonia

Cerca de Szeged tenía su casa de campo el Héroe de Otranto, el mariscal Horthy, gran militar austro- húngaro durante la Gran Guerra, pésimo dictador y nefasto perdedor ante las hordas fanáticas del fascismo húngaro que tan efectivo fue para llevar, con los nazis alemanes, a 600.000 judíos húngaros a la muerte. Siglos antes empujaba por aquí el príncipe Eugenio de Saboya hacia el sur hasta lograr arrebatarles el castillo capital donde la Pannonia se torna en Balcanes y confluyen el Danubio y el río Sava.

Todos los pueblos, hasta el más insignificante, tienen aquí su lugar de memoria, monumento de caídos en una u otra guerra: sus cementerios repletos de claves del pasado y biografías trágicas, sus iglesias y recuerdos de cuando no existía frontera aquí. Ahora la frontera húngara con Serbia, carretera hacia la otrora venerable ciudad balnearia de Subotica, como también la que, más al este, linda con otras tierras perdidas en guerra, Transilvania y la Bukovina, ya demuestra a las claras que la prosperidad, pese a todas las dificultades, avanza en Europa hacia el oriente. Los puestos fronterizos húngaros hacia el "frío que hace fuera de la Unión Europea" son modernos, y algunos, como los que desde Debrecen abren puertas hacia las transilvanas Oradea y Satu Mare, están recién estrenados, o hacia la ucrania Uhrodod, son viejas instalaciones soviéticas que revelan agobiante menester. La asesoría y el apoyo global de Alemania y Austria en estas fronteras que ahora habrán de cerrarse más si cabe para que se abran las internas de la Unión son perfectamente evidentes. Esta frontera es muy porosa, y aunque sin la trágica espectacularidad de las pateras en España, el flujo de ilegales es constante, como comentan los oficiales de la guardia fronteriza en Nagyesced.

De allí quedan pocos kilómetros hasta Satu Mare, ya no lejos de los Cárpatos rumanos, camino hacia Cluj Napoca, la antigua Klausenburg o Clujesvar, o Sibiu, otrora Hermannstadt, con su impresionante catedral gótica alemana. Rumania y Bulgaria no han podido unirse a esta operación de integración histórica. Los regímenes comunistas en estos dos países balcánicos orientales los habían dejado en un estado de postración general que no permitía cumplir las mínimas condiciones, aunque todos son conscientes de que con muchos de los ya socios se ha sido extremadamente condescendiente. En tiempos como los actuales, nadie se puede arriesgar a zozobras, frustraciones o resentimientos adicionales.

Trieste fue la joya de la corona de un país que, aunque algunos no lo crean, tenía veleidades de potencia marítima: Austria-Hungría. La ciudad probablemente más próspera del siglo XIX se comenzó a hundir en la época que recuerdan James Joyce e Italo Svevo. Pero su caída terrible vino cuando la II Guerra Mundial la convirtió en un callejón sin salida. Aislada en aquella esquina del mundo libre, se fue descomponiendo literalmente aquella maravillosa ciudad mundana y vital. Ahora en Trieste cambian las vidas. Aunque permeable desde hace años, es ahora cuando Trieste recupera su Hinterland, su espacio vital histórico, y puede volver a convertirse en ese gran puerto de comercio y cultura. La frontera se ha ido al norte de Croacia. También allí avanzará no muy tarde hacia el sur.

Kosice es la puerta desde Eslovaquia hacia esa zona de desosiego que no acaba de dejar de ser Ucrania. En Kosice, todos presumen de ser el bastión de cultura occidental frente al este, pero también la puerta al mismo. La ciudad antigua da fe de su pasado como una pequeña Viena que allende la frontera tiene otra réplica de Viena mayor que es Lvov, la antigua Lemberg. Pero los daños del siglo pasado son evidentes a ambos lados de esta frontera. Este nuevo limes de la UE, que, como el que existió en el Rin para el Imperio Romano, marcaba el comienzo del territorio inseguro y bárbaro, se repite a lo largo de la frontera hacia el norte. Entre Premysl, en Polonia oriental, y la ucrania Lvov existe un trasiego que preocupa tanto a la policía de Alemania que busca coches de lujo robados como al resto de cuerpos de seguridad europeos, que comprueban cómo cruzan notorios mafiosos la frontera con ostentación y excesivo respeto por parte de las policías en los puestos fronterizos.

Pero nuestra nueva frontera común tiene su mayor peculiaridad donde Polonia se topa con esa satrapía del presidente Lukashenko en Bielorrusia. Si en Ucrania hay mafiosos muy bien instalados, en Bielorrusia están en el poder. Europa parece tener ya muy claro que, junto al terrorismo, son las mafias y la corrupción las grandes amenazas para las democracias y la seguridad. Todos los Gobiernos de los países que desde ya van a constituir nuestra frontera occidental son conscientes, dicen, de la responsabilidad que asumen. La distancia entre la capital de la dictadura de Lukashenko y Vilna, la de Lituania, como los otros dos Estados bálticos, Letonia y Estonia, ya miembros de nuestra unión, es un paseo. Muy tentador además para todo tipo de delincuencia. No lo será menos la que habremos de formar con ese paradójico implante que la UE tiene ya con un territorio ruso en su interior, Kaliningrado, la antigua Königsberg de Prusia oriental, desde donde Kant, en sus paseos, meditaba sobre la piedad y el gobierno mundial. Mientras éste no exista, y pese a los acuerdos ya acordados con Moscú, tampoco aquélla es una frontera donde los responsables de la seguridad en la UE pueden sentirse tranquilos.

Pura emoción europea

La catedral de Tallin, en Estonia, tiene mucho que ver con las que a muchos cientos de kilómetros en el sur se alzan en Timisoara o Sibiu. Las construyeron los mismos maestros canteros que se movían en el medievo, sin que nadie nunca les pidiera un papel, de un confín al otro de aquel espacio inmenso de cultura común a cuyas dimensiones ahora nos acercamos política y económicamente. Aquella catedral, engalanada con los blasones de los caballeros teutónicos, junto al estrecho que une más que separa a Estonia de Finlandia, es pura emoción europea, como lo es la de Riga, capital de Letonia. Desde Tallin hasta Narva, la carretera transcurre a lo largo del golfo de Finlandia. Allí está el puesto fronterizo que hace pocos años no existía, y que hoy es ya nuestra frontera. Desde allí ya sólo es un paseo el trayecto hasta San Petersburgo. Para quien reflexione sobre la historia de Europa en el último siglo es todo un sueño lo que acaba de suceder. La Europa democrática y vocación de libertades pone sus fronteras ahora muy cerca de Kronstadt. Allí comenzaron acontecimientos que nos estremecieron durante todo el siglo XX. Tenemos Narva, en Estonia, y al río Bug, en Polonia, de frontera de una inmensa comunidad de países enfrentados durante siglos, decididos a respetar unas reglas comunes, a defenderse todos juntos, a demostrar que hemos aprendido de nuestros largos conflictos y sufrimientos internos. Rakoczi y san Ignacio, Sarospatak y Azkoitia crecen juntos. Pero esta frontera seguirá en movimiento si somos fieles a los principios de este éxito. Los Balcanes occidentales habrán de lanzarla hacia el sur. Y más allá. En el sureste de nuestro mundo, en Estambul, se refugió en su rebeldía y murió Ferenc Rakozci. En Europa.

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