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Reportaje:

"Yo no regresaría a Irak"

Soldados dominicanos y españoles, que se retiran juntos, llegaron ayer a Kuwait

A las cinco de la mañana del 20 de abril, el coronel Hurtado Cabrera anunció por megafonía a los 300 soldados de República Dominicana desplegados en Base Santo Domingo, en Diwaniya, la retirada de las tropas de Irak. Alegría y sorpresa. Ayer, a las 16.45 (dos horas menos en España) cruzaron la frontera con destino a Camp Virginia, el campamento en el desierto kuwaití en el que se relevan las tropas de los países de la coalición internacional ocupante. Aquí esperarán hasta la próxima semana a los restantes 150 militares de este país que aún permanecen en la ciudad que también acoge los acuartelamientos en los que los soldados españoles preparan el repliegue.

"Le voy a decir la verdad. Yo no regresaría a Irak". Como el soldado dominicano Antonio piensan la inmensa mayoría de sus colegas. Una vez conocida la orden de retirada, la reacción de los militares de la isla caribeña fue radicalmente opuesta a la de los legionarios españoles. Éstos siempre insisten en que cumplen las órdenes del Gobierno sin cuestionarse sus preferencias. Pero es evidente que casi todos disfrutan de su trabajo en Diwaniya y que hubieran deseado seguir sobre el terreno. Los dominicanos se hallan en el polo opuesto: "Estoy deseando volver a mi país. ¿Regresar a Irak otra vez? Tal vez, pero sólo de paseo , para recordar y cuando el país estuviera tranquilo", comenta el suboficial Pérez. "Todos queremos marcharnos. Tres meses ya está bien", añade el sargento Peralta. Pero si alguien mostraba enormes ansias de regresar, éste era el soldado Steven: no conoce a su hija de escasas semanas.

Tras cruzar la frontera, una trinchera y tres filas de alambradas dan paso a la tranquilidad
"¿Regresar a Irak otra vez? Tal vez, pero sólo de paseo", asegura un soldado
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A las ocho y media de la mañana comenzó la singladura del convoy de 15 vehículos militares españoles -blindados, camiones de transporte y todoterrenos- y cinco autocares civiles, los mismos que transportaron a los 150 legionarios el miércoles desde Kuwait hasta Diwaniya y que ayer ocupaban 150 uniformados dominicanos. Los mismos chóferes turcos condujeron los más de 550 kilómetros aproximadamente que separan Diwaniya del campamento kuwaití, a lo largo en su mayor parte de la autopista que enlaza Bagdad con Basora, jalonada de rebaños de ovejas, algunos camellos y la chatarra en que quedaron convertidos algunos tanques del Ejército iraquí durante la primera guerra del Golfo (1991), tras la invasión de Kuwait.

Los helicópteros de las Fuerzas Armadas españolas que escoltaron al convoy de legionarios el pasado miércoles en los últimos kilómetros del viaje hacia la sede de Base España hicieron ayer lo mismo en el primer tramo de los dominicanos hacia el emirato petrolero. Es la zona que tienen asignada para vigilar mientras permanezcan en Oriente Próximo. Se trataba de disuadir a los rebeldes de cualquier ataque a la larga hilera de vehículos. Los insurgentes emplean con mucha frecuencia las bombas artesanales en los arcenes de las carreteras para atacar a las fuerzas de la coalición internacional. De ahí que la fila de vehículos marchara siempre por el tercer carril de la autopista, el más rápido, para tratar de evitar sobresaltos. Y ello pese a que al ritmo de la marcha era más bien pausado. Un capitán de la Legión aseguraba que no era posible aumentar esa velocidad: "Si vamos más rápido, el convoy se puede dispersar. Eso es muy peligroso".

Cuando habían transcurrido unas dos horas desde la partida, un Blindado Medio sobre Ruedas (BMR) sufrió una avería. Tuvo que ser alzado hasta un vehículo de transporte para seguir la marcha. Se perdió una hora. Pero a los dominicanos nada parecía alterarles el pulso. Y comenzó la música: bachata y merengue. Por la noche tenían previsto organizar una fiesta en el club de Camp Virginia.

La avería impidió que el oportuno descanso para almorzar se prolongara más allá de 15 minutos. Hassan, un legionario nacido en Irak que se marchó a Gran Bretaña con 17 años, comentaba que era la primera vez que regresaba a su país desde 1978, cuando se fue. Sadam Husein se alzaría con el poder al año siguiente. La guerra entre Irak e Irán que el déspota desencadenó en 1980 sorprendió a Hassan en Europa y ya no regresó. "Tengo muchas ganas de ir a Bagdad, a mi barrio. No sé cómo está ahora".

Comenzó entonces a llover, poco después de las dos de la tarde. Algo poco habitual en estas fechas en esta zona del sur de Irak. Por la noche, a la llegada al campamento norteamericano, la lluvia era casi torrencial. Mientras proseguía la travesía, el soldado Juan, nacido en San Cristóbal, patria chica del dictador Rafael Leónidas Trujillo, comentaba con pasión los avatares del déspota y señalaba su deseo de ver una película protagonizada por Salma Hayek sobre las tres hermanas Mirabal, unas opositoras dominicanas asesinadas por orden del tirano.

A las cuatro y media se dejó atrás el desvío de la carretera a Um Qasr, desde donde se zarparán los buques que trasladarán a España el material militar empleado en Irak. La frontera con Kuwait se aproximaba y la última parada antes de cruzarla fue para que los militares descargaran sus armas ante un terraplén de arena. Tras cruzar los lindes entre el Irak y el emirato, una enorme trinchera y tres filas de largísimas alambradas daban paso a la tranquilidad. Los uniformados se desprendieron de los chalecos antibalas y los cascos, que habían portado durante casi 10 horas. Y la bachata y el merengue, esta vez, comenzaron a sonar con más fuerza. Los españoles, que habían protegido el convoy, fueron invitados a la fiesta nocturna.

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