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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El fantasma del pintor

J. Ernesto Ayala-Dip

Probablemente la Pamplona de La nave de Baco, la última novela de Miguel Sánchez-Ostiz, sea menos irreal e intemporal que otras novelas suyas. Menos imaginaria tal vez que El pasaje de la luna, pero no menos valleinclanesca y celiniana. Pamplona, como en algunas otras novelas el espacio provinciano de la imaginaria Umbría, funciona en esta novela como el espacio de la trama folletinesca, de la investigación inútil y fantasmal, de la deformación ética y la esperanza recóndita. No es casual que en una de sus páginas el narrador enuncie: "La trama de la provincia estaba hecha de eso, de virtudes públicas y de vicios secretos pero todo sabido, todo establecido, todo admitido". Ante este paisaje, el nihilismo con el cual el autor navarro inocula a su narrador no iba a ser también menos enfático que el que puso en funcionamiento con tanta eficacia y acierto artístico en Las pirañas. Por otra parte, no creo que la unidad argumental de esta novela esté a la altura de otras anteriores.

LA NAVE DE BACO

Miguel Sánchez-Ostiz

Espasa. Madrid, 2004

363 páginas. 19 euros

La masa de asuntos históri-

cos y biográficos que aborda, los itinerarios vitales que cruza, la ironía que se impone el mismo narrador para distanciarse de su relato, el tono nunca preciso de la historia, hace que La nave de Baco, y perdone el lector el chiste fácil, haga agua por momentos, tal vez porque ya Miguel Sánchez-Ostiz comienza a ser algo previsible en el objeto de sus lacerantes críticas, y comienza a ser previsible porque siempre da la sensación de que la ira y la indignación que la historia política de la España de los últimos cien años le provoca apenas le deja ver más bondades que algunas individuales, generalmente secundarias o arqueológicas, reales o ficticias.

La excusa que activa esta novela es premeditadamente folletinesca. Entre otras cosas porque el protagonista ausente de ella es la figura de Gustavo Maeztu, ese oscuro, secreto y raro pintor navarro, además de autor de folletines, que murió en Estella en 1947. Alguien encarga al narrador que investigue sobre la vida del pintor, hermano del conocido falangista Ramiro de Maeztu. De alguna manera, Miguel Sánchez-Ostiz elige, sumándose a una reciente moda novelística española, aportar su metáfora de la historia de una España convulsa, injusta, siempre absurda y cruel, incorregible, se trate de la España de la dictadura de Primo de Rivera, la del bienio negro, la franquista, la de las autonomías, la de Felipe González, la de Aznar, y no sabemos, aunque no se augure un diagnóstico más favorable, la de Zapatero. El narrador sigue a un fantasma, sin saber hasta el final que quien le encarga la tarea de exhumación de una memoria es otro fantasma. Pero a la par de este personaje, Sánchez-Ostiz nos invita a un paseo por algunas figuras señeras del pensamiento reaccionario y falangista, entre ellos el periodista y subdirector del diario navarro ¡Arriba, España!, Ángel María Pascual. Es evidente que el autor de La gran ilusión ha intentado en esta novela hacer un homenaje a los perdedores de siempre, esos pobres letraheridos que aun triunfando sus ideales políticos no lograron sobreponerse a la losa de olvido que les cayó encima. Miguel Sánchez-Ostiz ha escrito una novela de los márgenes y, como también está de moda, una novela híbrida. La fusión de realidad y ficción no queda bien soldada, entendiendo por bien soldada que las dos instancias se beneficien una de la otra. En resumen, un buen relato, aunque se eche en falta la excelente novela que su autor hoy nos ha dejado en deuda.

El autor navarro Miguel Sánchez-Ostiz.
El autor navarro Miguel Sánchez-Ostiz.EFE

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