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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La magia de la serenidad

En la línea de sus dos libros inmediatamente anteriores, ¿Qué nos falta para ser felices? y Cómo ser mayor sin hacerse viejo (Espasa, 2002 y 2003, respectivamente), el pensador Enrique Miret Magdalena continúa presentando al público esta suerte de "confesiones hechas en alta voz" -como él mismo las denomina- que tan bien transmiten su experiencia vital, transmutada con el correr de los años en reflexión, agradecimiento y entusiasmo.

Miret aborda en sus obras los males que aquejan a nuestra sociedad y analiza la naturaleza de los dramas íntimos que atormentan al individuo de hoy, que cada vez parece más perdido en su soledad, embobado por el asalto constante de lo efímero, adorador de falsos brillos y, en definitiva, náufrago existencial, de moral débil y espíritu dubitativo. Así lo hace en este volumen y también aporta ciertas propuestas de carácter general cuya aplicación a buen seguro cambiaría la marcha de un mundo que discurre por "sendas perdidas".

LA VIDA MERECE LA PENA SER VIVIDA

Enrique Miret Magdalena

Espasa Calpe. Madrid, 2004

275 páginas. 18 euros

A grandes rasgos, el diagnóstico del autor poco difiere del que pronunciaron los sabios de la Antigüedad y los pensadores eminentes de épocas más cercanas: que la mayor parte de los problemas que acosan al género humano y a nuestra sociedad en concreto podría solucionarse con algo más de higiene mental, con más gusto por el ejercicio de la razón en sí y mayor atención también a esas otras pascalianas "razones del corazón". Con el "espíritu", en resumidas cuentas, se puede enfrentar el mal del mundo; y este término -tergiversado por algunas religiones- significa, ante todo, "lo mejor" que hay en el ser humano: desde el impulso que lo incita a elevarse sobre lo oscuro y meramente pulsional de su naturaleza hasta el afán de romper las ataduras que lo ofuscan buscando la libertad individual o la conciliación universal.

Con una adecuada philoso-

phía cordis -o "filosofía cordial"-, asumida en masa por la sociedad y que se implique de verdad en el mundo, que nada tenga que ver con pensares abstrusos y poco prácticos, que asuma una ética sencilla -la aplicación de la "Regla de Oro" universal: "Trata a los demás como a ti mismo"-; que se muestre afín al saber científico -aceptando sin prejuicio la parte que en la vida le corresponde a la "materia" que complementa al "espíritu" sin ahuyentarlo-, que libere al pensar de oscurantismos e insufle dosis de praxis y de sano escepticismo; con dicha filosofía entraríamos en una nueva época que Miret caracteriza como "transmodernidad", en la cual el denominado "pensamiento débil" posmoderno será superado por una "razón vital" de corte orteguiano.

Este talante renovador del que hace gala el autor lo acerca antes a Nietzsche y a su apuesta por la vida -"vivir significa rechazar siempre cualquier cosa que quiere morir"- que al pesimismo de corte conservador o a ese misticismo que renuncia al mundo por considerarlo vano e incorregible; lo acerca más a la experiencia de la ciencia "materialista" que lucha por mejorar la vida real que a la creencia en las delicias trasmundanas prometidas por las religiones monoteístas. "Lo maravilloso está aquí, en la unión terrenal del cuerpo y el espíritu", parece afirmar este Miret que tan a gusto se siente en el mundo, con sus espléndidos noventa años recién cumplidos; ahora bien: ¡hay que aprender a encontrarlo, a disfrutar de ello y a conservarlo!

Así que, semejante a un verdadero maestro de sabiduría, humilde como sólo él puede serlo (y aquí radica el núcleo de su grandeza), sencillo en su profundidad, Miret Magdalena continúa aconsejando a quien quiera escucharle la práctica de esas virtudes sencillas, tan fáciles de olvidar entre la inmensidad del tráfago y las prisas de todos los días, pero que son claves para apreciar lo mejor de la existencia: serenidad y cordialidad, pensamiento y meditación. Él las aprendió a su vez de maestros a los que está sumamente agradecido y a los que nunca se cansa de rememorar. Por eso, este nuevo libro suyo rebosa, como los anteriores, de otros cien libros de autores a los que tanto debe: Confuncio y Lao-Tsé, pero también Alain, Russell, Sokal, Laín Entralgo y hasta Krishnamurti. Todos ellos encarnan el "pensamiento abierto", el mejor ejemplo del "espíritu" humano, y sus enseñanzas son el alimento que necesita la vida para fortalecerse y continuar creyendo en sí misma. El trato con estos autores -la familiaridad con la sabiduría en general- proporciona a la larga la serenidad necesaria para dominar el "bullicio de las cosas a nuestro alrededor", educando en la atención y el diálogo.

Y en claro contraste con los

sabios, Miret, el silencioso meditador, propina asimismo unos estupendos rapapolvos "en alta voz" a la tozudez y la cerrazón ya míticas de esta Iglesia católica nuestra, sempiterna enemiga de esa magia de la serenidad que proporciona el ejercicio del pensamiento abierto, institución que siempre sabe mostrarse tan ciega y tan remisa a todo tipo de cambio y apertura.

En suma, se trata de un libro optimista que, ante todo, revela la robustez del espíritu de su autor: el hombre mayor con experiencia, tan infatigable en la crítica de los errores que detesta como en su fe en la capacidad del ser humano para solucionarlos. Una lectura placentera en estos tiempos de vacilaciones ideológicas y terror fanático.

'Ícaro 18', de Daniel Canogar, que se expuso en la Sala Luzán de Zaragoza.
'Ícaro 18', de Daniel Canogar, que se expuso en la Sala Luzán de Zaragoza.

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