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Columna
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La frontera de Europa

¿Con quién limita Europa? Y no sólo la de los 25, que se inaugura el 1 de mayo, sino la todavía actual de los Quince, así como la previsible dentro de unos años, de 30 o más miembros. Y son, al menos, cinco áreas a considerar, cada una con sus problemas, incomprensiones y disidencias.

Yendo de Oriente a Occidente, el primer catecúmeno es Turquía. La corrección política hace que casi nadie se muestre frontalmente opuesto a su ingreso en la UE, y, por ello, el argumento central contra Ankara es el de que los turcos no son todavía una democracia homologable. De esa forma, los que están en contra se ganan una prórroga para difuminar otros razonamientos mucho menos presentables, que cabe resumir en uno solo: Turquía es el otro, el que no es Europa, uno de los mayores sujetos de tanto saber orientalista, que es la forma más culta del racismo. Y, sin embargo, Turquía hará sus deberes -como los hizo en su día España- para que alguien pueda decir entonces que el Rey está desnudo, como en el cuento de Andersen; desnudos de razón los que así hayan argumentado, porque Europa no sólo no debe oponerse a que se le agregue un país musulmán, sino que lo necesita para sumar habilidades que no siempre demuestra poseer.

Un poco más al Oeste topamos con la parte europea de lo que en Rusia se llama el extranjero cercano. Y si Turquía puede que esté verde, Bielorrusia, Moldavia, Ucrania, una cosa que se llama Transniéster, y el propio Estado moscovita están aún por fabricar. Pero, al mismo tiempo, si Europa estuviera condenada a morir ahí, donde Polonia se convierte en tierra de cosacos, es que las cosas habrían ido francamente mal, porque una Europa en la que no cupiese Rusia tendría el problema añadido de hallarse ante una gran potencia en la que habría sido derrotada la idea de Europa. Y a nadie le interesa que a Lenin le acabe ganando Dostoyevski.

Sigue el bloque balcánico, donde Bulgaria y Rumania tienen ya fecha de acceso, y aunque no restauren sus decimonónicas monarquías, esa primera integración de un bloque ortodoxo es un paso que ha de dar Europa hacia sí misma. Pero con las cinco ex Yugoslavias que restan -Serbia y Montenegro, Croacia, Bosnia y Macedonia- no hay tanta prisa. Sólo cuando los Balcanes estén seguros de que ya no producirán más historia de la que sepan digerir, podrán recorrer la ruta de la católica Eslovenia.

La cuarta frontera está en la propia Europa occidental, donde quedan dos rezagados por desconfiados, de los que

hasta irrita un poco esa contumacia de mantenerse al margen. Noruega, que sueña petróleo y a veces parece que quiere ser más británica que los británicos, y Suiza, que sigue pensando que ha nacido para ser la eterna excepción geopolítica del universo. Ya cambiarán de opinión, y si no lo hacen será porque la UE no haya sido capaz de convertirse en el club laico, poblado de religiones, a cuya invitación no sea posible responder con una negativa.

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Y la última, la más levantisca de todas las divisorias, es, precisamente, una frontera interior; la que separa al Reino Unido de sus actuales socios. El hecho de que existan diferentes concepciones de lo que se quiere para Europa no es algo intrínsecamente malo. Hay potencias menores que persiguen la integración basada en un mínimo común denominador, y, entre ellas, puede haber, incluso, quien esté dentro para no perderse ninguna rifa. En uno y otro caso, ello no deberá ser óbice para que los que quieran y puedan avancen a diferente y mayor velocidad hacia una Europa unida.

El problema surge cuando una gran potencia tiene una idea alternativa de la Unión, que excluya un futuro conjunto, federal o confederal, pero siempre dotado de verdaderos poderes de decisión comunes, en todos los ámbitos de una política mundializada. Y ése puede ser el caso -aunque nada esté todavía escrito- del Reino Unido. Y su primer ministro, el neolaborista Tony Blair, es la perfecta encarnación de ese personaje de Tono, que no era ni pobre ni rico, sino todo lo contrario; es decir, que nadie sabe lo que es; tanto que, quizá, para que se lo digan los electores, el propio Blair va a convocar un referéndum que, cualquiera que sea su nombre -formalmente, sobre la Constitución europea- va a versar, en realidad, sobre la permanencia británica en la UE.

Ésa es la quinta y gran frontera, sin cuya resolución hacia adentro o hacia afuera las anteriores ampliaciones no pueden bastar para que la nueva Europa esté completa.

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