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Columna
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La vida sin trinos

Fue hace dos años. Su canto, que procedía del huerto del vecino, llenaba de gozo mis mañanas, y me desvivía por identificar al dueño de voz tan meliflua. Pero resultaba imposible localizarlo entre las ramas. ¿Se trataba de la bellísima oropéndola, tan esquiva? Tal vez. De mirlo no, desde luego, aunque las notas se parecían. Finalmente, con la ayuda de unos prismáticos, lo descubrí en la copa de un limonero, medio oculto por las hojas, y pude comprobar que era un tordo, un tordo hermosísimo, con el interior de la boca muy amarilla y una profusión de manchas pardas en el pecho y el vientre. "Es común en España", me asegura el DRAE, "y se alimenta de insectos y de frutas, principalmente de aceitunas". Yo no sé si el tordo sigue siendo común en otras regiones de España, pero en este valle granadino, en absoluto. No lo he vuelto a oír.

No se trata sólo del tordo. Por aquí -y creo que es general- hay cada vez menos pájaros insectívoros. Hace 11 años decenas de miles de aves poblaban los olivos, limoneros y naranjos que en tupida confusión caracterizan la vegetación de la localidad, y el coro del amanecer -Dawn Chorus tituló Peter Scott, el Félix de la Fuente británico, uno de sus libros más famosos- era casi ensordecedor. Ya no. Dicen los ornitólogos que la culpa la tienen, más que los venenos para matar insectos, los herbicidas. Y es cierto que por estos pagos, cuando alguien quiere quitar hierba, la solución habitual es quemarla. Quemar en el sentido de echar veneno. Menos trabajo, menos gasto, que recurrir a la benemérita, por ecológica, desbrozadora. Y en cuanto a hongos e insectos, venga a sulfatar.

El jardinero me comenta que es una locura, que las mejores insecticidas han sido siempre las aves, que no sólo no contaminan sino que alegran la vista y el oído. ¿Hay productos alternativos, naturales? Sí, pero cuestan más y nadie está dispuesto a sacrificarse. De modo que, si Dios no nos remedia, muy pronto no habrá ni un maldito pájaro en estos bosques y campos. Qué horror.

En Inglaterra las cosas han llegado a tal extremo que se está produciendo una reacción pública. Un síntoma es el extraordinario éxito obtenido por las grabaciones de cantos de pájaros comercializadas por la Biblioteca Británica. Best seller reciente es el compacto, de una hora de duración, protagonizado por el ruiseñor, tan admirado en la literatura europea por sus maravillosos trinos nocturnos (no tan maravillosos cuando uno está demasiado cerca). Ha vendido miles de ejemplares. Según un portavoz de la Biblioteca, hay mucha demanda sólo por el placer de escuchar, pero también para aprender a identificar los pájaros por su voz. Los psicólogos también opinan. De acuerdo con investigadores de la Universidad de Reading, muchas personas, condenadas a vivir en ciudades, sienten ya la necesidad de retomar contacto con la Naturaleza. Y nada más natural que el gorjeo de los pájaros silvestres.

Si queremos seguir escuchándolo en Andalucía, y en todo el país, habrá que reducir de manera drástica el uso de herbicidas e insecticidas. Los municipios tienen la palabra. Esperemos que sepan actuar a tiempo.

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