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Tribuna:Apuntes
Tribuna
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Nuevas tecnologías con vocación de servicio público

España ya no es la misma. No es que España esté dejando de ir bien; que difícilmente el futuro podría dibujarse más ilusionante. No, no es eso. Que España ya no es la misma lo pone de manifiesto nuestra capacidad para cambiar de timonel con serenidad, sin resabio, sin aspavientos. Nuestro tiempo y nuestros esfuerzos los dedicamos a construir. Palpitándonos aún el miembro mutilado, hemos resuelto tragar saliva, apretar los dientes, sostener la mirada y afrontar la realidad. La cicatriz, horrenda, es inevitable y va a ser, a ciencia cierta, a medida que la herida vaya sanando, la interfaz por la que sintamos la presencia fantasma de lo que nos ha sido cercenado.

Las semanas precedentes a la cita con las urnas fueron fértiles en la emisión de propuestas encaminadas a ganarse las fuerzas políticas el apoyo de los ciudadanos. Es reconfortante apreciar que, con carácter general, tenemos garantizada la emergencia simultánea de planteamientos alternativos, orientados a diferentes objetivos, desde distintos enfoques, surgidos de diferentes formas de concebir el funcionamiento de lo colectivo. La aparición de diversas propuestas propicia la confrontación de las ventajas y de los inconvenientes; esto es, la evaluación de las posibilidades. Pues bien, justamente esa, la contrastación, proporciona la mejor forma de progresar que se conoce. De hecho, la elección entre varias posibilidades constituye parte esencial de los mejores y más eficaces sistemas de toma de decisión; entre ellos, la actividad empresarial y el método científico. Como, justamente, lo que esperamos de nuestros gestores de lo público es que obren con perfección científica y que produzcan con eficacia empresarial, miel sobre hojuelas: la fórmula consiste en que se confronten las alternativas. Esa es, precisamente, la actitud que anima al recientemente creado club de opinión Debate Universitario, al que auguro éxito en su cometido de promover la creación de opinión independiente y objetiva mediante el debate establecido con pluralidad de planteamientos, con ánimo constructivo y bajo la máxima de la tolerancia más radical.

En ausencia de debate directo entre los candidatos a presidente durante la pasada campaña electoral, se produjeron vías muy diversas, algunas de ellas inéditas, de transmisión de la información y ejercicio de la crítica. La tal diversidad de vías de información ha cristalizado en casos como el debate remoto basado en increpaciones, réplicas, contrarréplicas y silencios separados por la distancia y el tiempo que media entre mítines de hunos y mítines de troyanos. Mi vecino Miguel, entre confundido y contrariado, se lamentaba cada día de que estamos alcanzando grados de irresponsabilidad colectiva en que adquieren naturaleza de verdad los asertos y sus contrarios. La mañana del sábado de reflexión era de los que decían que los políticos no tienen escrúpulos, que los de cada bando estaban preocupados exclusivamente por su beneficio propio. Me vi obligado a hacerle entender que esa percepción maniquea del quehacer de los políticos es profundamente incorrecta y de efectos muy desfavorables; que lo que lleva a los políticos a transmitir esa imagen de exacerbación es, en el fondo, una expresión de su exceso de celo en procurar lo mejor para todos; que cuando un político sostiene una postura hasta la contumacia, lo que en realidad le mueve es la más profunda de las convicciones. También pude convencerle de que la clave de nuestro progreso social reside parcialmente en que los políticos se perfeccionen en los usos de la dialéctica.

Cuando hasta el sector periodístico ha sido insuficiente, los nuevos soportes tecnológicos de la información y las comunicaciones se han constituido en un cauce idóneo para contrarrestar, sin posibilidad de censura, una de las situaciones más acentuadas de deterioro informativo que jamás hemos sufrido en nuestro estado constitucional. Ya durante el tiempo de precampaña y entre tanto que la campaña electoral permaneció activa, el correo electrónico sirvió para la transmisión de datos comparativos y de opiniones. Acaecidos los hechos atroces del 11-M, además de otros medios, el correo electrónico, la telefonía móvil y los foros de debate de internet han contribuido decisivamente a poner luz y taquígrafos in extremis; en una situación en que, como sociedad, apenas nos quedaban más instrumentos, habida cuenta de que la radiotelevisión pública estatal había perdido su credibilidad tiempo atrás.

Mi reflexión va, precisamente, en la línea de considerar que las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones tienen naturaleza de bien público. Esa condición requiere tener características de interés colectivo, de agente capaz de incorporar equilibrio social, de instrumento de solidaridad y de justicia social. El inexorable advenimiento de la sociedad del conocimiento nos sumerge de pleno en la sociedad de la información global, la cual es indispensable para poder atender las necesidades ciudadanas educativas, informativas, administrativas, de ocio, sanitarias, etcétera, en todas sus derivaciones. Los soportes, que serán asimismo diversos, tienen la gran virtud de ser bidireccionales en el sentido de que cualquier persona podrá emitir sus propias opiniones al tiempo que conocer las de los otros. La ubicuidad de las redes, derivada de sus organizaciones esencialmente distribuidas, pone a prueba cualquier intento de domesticación de la semántica fina de lo que por allí dentro circule. Los efectos principales repercutirán en la mejora de los servicios y las prestaciones, junto con un abaratamiento impresionante de los costes.

El ejemplo vivido esos días, entre sus muchas y muy notables enseñanzas, puso meridianamente de manifiesto la función de salvaguarda que puede ejercer la libertad de información y cómo pueden constituirse en una nueva forma de servicio público los soportes cuyas características tecnológicas hacen imposible o al menos extremadamente improbable el control general en beneficio de algunos intereses particulares. La vertiente de salvaguarda de la libertad de información es, de entre las características que pueden aducirse, probablemente, la de más débil componente utilitaria. Los efectos tangibles más efectivos corresponden al ámbito general de la provisión de servicios -sanidad, educación, gestión administrativa, etcétera- por sus consecuencias de universalización y de mejora de las prestaciones. Globalmente, en lo social, las nuevas tecnologías de la información y de las comunicaciones proporcionan un magnífico instrumento de progreso y de compensación de desigualdades; quizá el instrumento de solidarización más potente que jamás hayamos conocido. Para que tanta expectativa pueda llegar a materializarse, es necesario establecer las condiciones para garantizar el usufructo de los beneficios al tiempo que se conjuren los peligros que la utilización indebida o inadecuada podría acarrear. Si infraestructuras como las de correos, de telégrafos, ferroviarias, de carreteras o las de suministro eléctrico tienen consideración de servicio público, ¿pueden las administraciones públicas sustraerse a la responsabilidad de regular, por el beneficio de todos, lo que cada vez más claramente constituye la gran vía de la comunicación?

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Juan Manuel García Chamizo es catedrático de Arquitectura y Tecnologia de Computadores, director del departamento de Tecnologia Informatica y Computacion y miembro del Grupo de Debate Universitario CODU de la Universidad de Alicante.

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