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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Elecciones Guinness

Hace poco más de un año todo eran nubarrones en el horizonte indio: violencia exacerbada entre hindúes y musulmanes, al borde del conflicto armado con Pakistán por la disputada Cachemira, pesimismo económico. Las elecciones que han comenzado esta semana, sin embargo, se producen en medio de un sentimiento generalizado de resurgimiento: se crece a un ritmo del 8%, se reducen los enfrentamientos interconfesionales y una paz duradera con el vecino y archienemigo nuclear parece al alcance de la mano.

La inversión del clima interno y exterior ha sido tan llamativa que al primer ministro, Atal Behari Vajpayee -jefe de una heterogénea coalición, la Alianza Democrática Nacional, en el poder desde 1998-, le ha faltado tiempo para anticipar unos comicios que debían haberse celebrado en otoño. Quizá los resultados de las elecciones, que finalizan el 10 de mayo, no sean el paseo militar que se preveía hace unas semanas en los cuarteles del partido gobernante, el nacionalista hindú Baratiya Janata (BJP). Pero todo sugiere que el casi octogenario Vajpayee, que ha hecho una campaña alejada de los extremismos habituales en su formación de raíces fundamentalistas, tendrá una nueva oportunidad para dirigir los destinos de mil millones de indios.

Su único rival global es el histórico Congreso, el partido de los Gandhi, que ha pilotado la India casi medio siglo desde su independencia. En un país de dinastías políticas, el Congreso opone al BJP la desgastada figura de Sonia Gandhi y el debut electoral de su hijo Rahul -nieto de Indira e hijo del también asesinado Rajiv- en Uttar Pradesh, el superpoblado Estado norteño donde en realidad se deciden los comicios.

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Por encima de unos resultados todavía inciertos sobre la composicion del 14º Parlamento desde la independencia -el lunes comienza la tercera ronda de votaciones de las cuatro previstas, porque la complejidad y las distancias exigen su planeamiento como una vasta operación militar-,

es encomiable la relativa normalidad democrática en un país de casi 700 millones de votantes, dominado por lealtades políticas vinculadas básicamente a religión y casta y donde una cuarta parte de la población vive en condiciones de extrema pobreza. La celebración es, por lo demás, extensible a buena parte de Asia oriental, en un lamentable estado democrático hace sólo dos décadas y donde este año varios cientos de millones de personas tienen la oportunidad de elegir libremente a sus gobernantes.

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