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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

En caída libre

La situación en Irak se ensombrece por días. Lo rubrican las atroces matanzas suicidas de Basora, primeras en zona británica, la situación de guerra en Nayaf y el clima de imparable inseguridad general que para los extranjeros hace ya imposible la estancia en el país ocupado. Para empeorarlo más, los últimos acontecimientos en Palestina y su explotación militante (desde el fanático Múqtada al Sáder hasta cadenas de TV regionales) están reforzando aceleradamente en el imaginario árabe la opinión de que ambas crisis son dos frentes de una misma guerra alimentada por Washington con el fin último de forzar su capitulación.

Junto con el odio creciente en el mundo islámico por todo lo que Washington representa, que acaba de resaltar alguien tan poco sospechoso como el presidente egipcio, los hechos muestran que cada vez más iraquíes están dispuestos a empuñar las armas contra el invasor. La iraquización de las fuerzas de seguridad es un estrepitoso fracaso y numerosos soldados y policías reclutados tras la caída de Sadam están prefiriendo, sobre todo tras la carnicería estadounidense en Falluja, abandonar sus armas antes que utilizarlas contra los suyos. La mayoría silenciosa es cada vez más silenciosa en un escenario donde los acontecimientos siguen ya el guión de quienes empuñan los fusiles.

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Más allá de futuribles sobre la vietnamización del país árabe, circunstancia por el momento lejana política y militarmente, Irak muestra signos de deslizarse más allá de la capacidad de EE UU para controlar los acontecimientos sin provocar a la vez una insurrección general. O sin implicar militarmente en la aventura a varias decenas de miles de soldados más, algo que Bush no parece estar en condiciones de permitirse en año electoral. La violencia generalizada hace además casi inevitables nuevas retiradas de tropas aliadas, siguiendo el ejemplo español.

Washington se encuentra por momentos huérfano de los elementos clave que cimentan una ocupación benévola: fuerza suficiente y legitimidad. Hace sólo unas semanas habría resultado impensable que sus tropas estuvieran combatiendo una pinza insurrecional de los dos núcleos islámicos, los suníes en Falluja y los chiíes en el sur del país, bajo las soflamas de Al Sáder.

Y si el horror alcanza una masa crítica convertirá en papel mojado el vacilante calendario político de la transición, que prevé, entre otras cosas, un encadenamiento electoral que debe comenzar en unos meses. Por primera vez tras más de un año de ocupación, la imparable escalada iraquí no hace descartable una retirada anticipada de EE UU, pese a las solemnes promesas de Bush en sentido contrario.

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