Introspección pendiente
Todos, individuos, pueblos y Estados, sabemos lo difícil que resulta recordar errores propios en momentos de éxito y gratificación. Es fácil excusarlos, minimizarlos o negarlos por completo. Sin embargo, las realidades tercas del pasado y del presente suelen vengarse cuando no se les hace el honor requerido. Los diez países que desde el próximo 1 de mayo serán miembros de la Unión Europea tienen muchos motivos para la satisfacción aunque la dureza de la vida cotidiana impida a muchos de sus ciudadanos percibirlos. Ingresan como miembros de pleno derecho en el club de Estados nacionales que ha logrado las mayores cotas de democracia, bienestar y prosperidad, cultura de la tolerancia y compasión jamás alcanzadas en la historia. Todo este éxito sin precedentes se debe a una idea original que se puede sintetizar en el simple lema de "no cometamos nunca más los errores -atroces- del pasado". Todos los 15 miembros actuales han tenido enormes dificultades para adoptarlo. Unos más que otros. Pero la voluntad política de hacerlo ha sido un requisito inexcusable para construir esos cimientos de complicidad en la buena voluntad sin los cuales el proyecto de la UE es inexplicable. Los diez nuevos miembros entran en diferentes fases de evolución en lo que se refiere al proceso de formación democrática que es la reflexión honesta sobre el pasado, esa introspección sin la cual los errores o crímenes de antaño generan inevitablemente otros nuevos. Todos tienen, como no podía ser menos, numerosos cadáveres en el armario.
Es preocupante que el Parlamento checo insista en proclamar una ley que declara héroe nacional a Edvard Benes, un hombre con muchos méritos pero que firmó los decretos que legitimaban la limpieza étnica contra sus conciudadanos alemanes en 1945. Como lo es que el Gobierno letón promueva leyes que despojan a decenas de miles de ciudadanos de etnia rusa de sus derechos o que el esloveno se niegue, con apoyo del Parlamento, a restituir los suyos a población propia de otras etnias ex yugoslavas. Es grave que ninguno de los tres Estados bálticos haya hecho un solemne acto de reconocimiento de la responsabilidad de gran parte de sus ciudadanos en el exterminio de la población judía que tan destacado y fecundo papel jugó en sus sociedades hasta la ocupación nazi alemana.
En Budapest, el jueves se inauguró un Museo del Holocausto en la Gran Sinagoga, en recuerdo de los más de 700.000 judíos húngaros asesinados en los campos de exterminio. Es un buen ejemplo después de los dislates del anterior Gobierno nacionalista de Fidesz, que inauguraba monumentos a la Gendarmería magiar, cómplice de los Flechas Cruzadas en los asesinatos en masa de judíos en 1944. Y que, por cierto, hoy sigue sembrando ponzoña etnicista en la Transilvania rumana de la mano de ese Xirinachs de Timisoara que es el obispo Laszlo Tökes. En Polonia ha habido un debate nacional sobre la culpa propia en la desaparición de una población judía que era millonaria en 1939. Pero tanta honestidad contrasta con la subida en los sondeos de Samoobrona (autodefensa), un partido populista antieuropeo y, no podía ser menos, antisemita. En Eslovaquia, mientras, los dos finalistas en las elecciones presidenciales eran dos nacionalistas oscurantistas y, aunque ganó el sábado el menos
malo, Ivan Gasparovic, frente al inefable Vladimir Meciar, el ambiente fuera de Bratislava no es precisamente ilustrado. En Kosice, cerca de la frontera con Ucrania, jóvenes ultracatólicos y viejos funcionarios comunistas coinciden en que el cierre de las fábricas de este emporio industrial estalinista es culpa de "la UE, de los cosmopolitas y los judíos".
Tardarán sin duda en limpiarse las alcantarillas del pensamiento europeo. Si no vuelven a llenarse de detritus nacionalista. Pero cabe exigir un mayor esfuerzo oficial al respecto. A los nuevos miembros del club. Y a los viejos.
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