Una estatua para sí mismo
El legado de Segundo Villarías, quien se erigió un monumento de autohomenaje junto a Villarcayo
Si Alonso Quijano no hubiese existido debería haber llevado por nombre Segundo Villarías, quien como Quijote dejó su vida y fortuna a lomos de la utopía que le llevó a perder la razón. Durante muchos años, este caballero andante ha predicado sus ideas antibelicistas, sus teorías sobre la felicidad mundial, prometiendo al pueblo llano, como hizo Quijote con Sancho, una ínsula Barataria instalada en el alto burgalés de La Mazorra. En la cima de ese monte, muy cerca de Villarcayo, convencido del valor de sus propios méritos, decidió un día erigirse un monumento a sí mismo, alcanzando de esa forma una merecida inmortalidad.
Mientras cuantos pasan por ahí arriba no dejan de sentirse perplejos ante esa estatua de mármol en la que un desconocido tipo de triste figura eleva los ojos al cielo y sostiene entre las manos un frutero vacío que ofrece al infinito, Villarías, desde la inmortalidad, espera que llegue el momento en que reine el derecho a la pereza en un mundo sin amos ni cardenales, sin armas, ni dinero, sin patrias, ni parias, en un país gobernado justamente por un primer mandatario mundial conocido como "el inteligente" y auxiliado por un amplio Consejo de inventores, soñadores, visionarios y sabios que sustituirían en sus funciones a políticos, portavoces, ministros, asesores, subsecretarios, técnicos, directores generales y jefes de negociado y gabinete.
Nadie sabe cuándo se apartó del racionalismo este próspero empresario de mármoles
Nadie sabe en qué instante se apartó del racionalismo cartesiano este antiguo y próspero empresario de mármoles, para abrazar la causa de la felicidad mundial, el activismo de lo imposible, el deseo de la utopía, de la justicia, el triunfo de la bondad y la inteligencia. En definitiva, los que le conocen aún se preguntan en qué punto perdió la cordura.
Cuentan que la visita al psiquiatra más próximo tuvo lugar cuando decidió desprenderse de sus bienes convencido de que el dinero no tendría valor en un mundo dominado por los inteligentes. Obviamente, este hecho debió alarmar a sus familiares, herederos y deudos en general, quienes presos del pánico optaron por tomar cartas en el asunto y poner en manos del prestigioso doctor Salubes al dadivoso mecenas. El psiquiatra trató de convencerle, sin éxito, de la inexistencia de su Isla Barataria, llegando incluso a insinuarle la posibilidad de un ligero margen de error en sus teorías humanísticas -"¿Y si un día no mandan los intelectuales?"- del mismo modo que el bachiller Sansón Carrasco intentó disuadir al Quijote, "calle, por su vida, vuelva en sí y déjese de cuentos". Pero Villarías, con su tinte de hidalgo castellano de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor, no se dejó amilanar fácilmente por los consejos del galeno y se apremió a deshacer agravios y entuertos, a enderezar sinrazones y a satisfacer deudas, continuando con su cruzada existencial en el alto de La Mazorra, donde su estatua todavía preside la buena nueva.
En un primer momento, y quizá por excesiva modestia, Villarías bautizó el conjunto histórico-artístico levantado en La Mazorra como Monumento al Sol, pero en realidad, y a pesar de la inscripción que puede leerse en la peana de su propio busto -"Y cuando el Sol, de su estrellato asiento, derechos rayos a la Tierra envía, el llanto crece y doblo los gemidos"-, es un homenaje a sí mismo. Alguien podrá pensar en la vanitas vanitatis, en un desmedido superego, en un afán de notoriedad, pero nada más lejos de la realidad. Cuando en un mundo de villanos y egoístas, surge un ser dispuesto a empeñar casa y fortuna a favor de menesterosos y superdotados, tiene un justo merecimiento a la gloria escultórica y es merecedor de una estatuta por los siglos de los siglos, como el Hermano Gárate, Sabino Arana o Unamuno.
Altas e influyentes personalidades, mandatarios, magistrados y presidentes de todo el planeta, de Bush a Fidel Castro, pasando por el Papa, han recibido sendos telegramas de Segundo Villarías instándoles a intervenir en favor de "los inteligentes" y en contra de las guerras y a visitar su humilde monumento, levantado además como símbolo de la paz mundial. El Consejo de Seguridad de la ONU siempre ha sido informado de sus planes y mecenazgos. "Políticos no, inventores, sí.. Se queman armas". El mensaje de sus misivas a las cancillerías a lo largo de una larga década ha sido claro y rotundo. Si el mundo después se ha empeñado en no hacerle caso, allá el mundo con sus miserias: el mundo está loco.
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