Torrente III
SÍ, SOY EGOCÉNTRICA, qué caramba. Casi todos los columnistas lo son, pero lo disimulan porque saben que lo último que se lleva en columnismo es el columnismo solidario. Vuelve el progre, y los columnistas se lo han olido y han llenado las columnas de bufandas de cuadros, de pantalones de pana y de barbas (ellos), y de axilas sin depilar y de canas (ellas), y tanto ellos y como ellas practican el antiamericanismo indiscriminado. Pero ustedes no se fíen, los columnistas son veleidosos y siguen la moda como usted y como yo, y en cuanto pase la moda del columnismo solidario y vuelva el yuppismo, ahí estarán todos: afeitándose barbas y axilas, tiñéndose la pelambre y hablando de vinos, de quesos y de Nueva York.
La historia es cíclica. Me lo dijo Bicoca. Por cierto, Bicoca. Quedé con ella. Antes que nada quisiera agradecerles a todos los lectores que me han escrito interesándose por Bicoca tras el descalabro electoral de "Jose", como diría la ex primera dama. Cierto es que Bicoca ha pasado un trauma, hasta le salió un pequeño herpes en un labio (de la boca), pero la vida sigue, amigos, y han sido muchas las cosas que la están animando a seguir luchando: el acto de la plaza de Las Ventas y la presentación del libro de Ana.
No sé, dice Bicoca con una sonrisa que yo calificaría de enigmática, estamos todos como más unidos ahora. Lo que me hace gracia es que Bicoca es superleal con los suyos hasta que le rascan el bolsillo.
Recuerdo aquel domingo de un febrero en que la acompañé a misa a San Fermín de los Navarros y al pasar el niño con el cepillo, Bicoca me susurró al oído la histórica frase: "Servidora no da ni un puto duro hasta que en este establecimiento no pongan calefacción". Estuve a punto de decirle: "Un respeto, que estamos en un templo", pero pensé: anda y que la zurzan, al fin y al cabo la esclava del señor es ella. Pues con el libro de Botella, igual: mucho decir que para ella las memorias de Ana son su libro de cabecera y luego resulta que se lo lee a cachos en El Corte Inglés de Serrano. Y la editorial, que se ve que conoce al dedillo a las Bicocas, tomó la precaución de forrar el libro con celofán para que no se pudiera ni hojear. Pues ni por esas. Pásese usted por las librerías citadas y verá que las Bicocas, siempre ávidas, rompen el plástico y lo leen en la clandestinidad. Ya lo dijo Bicoca: ni un puto duro. Hasta un amigo que trabaja en Moncloa se me quejó porque había ido a leérselo al Vips y estaba con el plástico. Coño, cómpratelo, le dije, siquiera por ver si sales. Hasta yo misma, que soy una Marigastona, también me leí una página botellil en el Vips de Gran Vía porque me picaba la curiosidad. Pero como te digo una cosa te digo la otra: vista una página, vistas todas. Yo no digo que en dichas memorias hubiera que contar con pelos y señales las ardientes noches monclovitas, pero, oyes, de ahí a contar que Jose se apiadó de unos gatitos que nacieron en el jardín hay un trecho. Hasta 101 dálmatas
tiene más morbo. Eso mismo le dije a Bicoca; le dije: si llego a saber que las memorias tenían tan poca sustancia, no hubiera roto el forro, que encima tuve que aguantar que una dependienta me dijera: "Parece mentira que siendo escritora de culto haga usted estas cosas". No sé si refería a romper el plástico o a leer el libro. Bicoca, que no se gasta un duro en Botella, pero la defiende a muerte, me dice: "Vale, el libro será lo que sea, pero seguramente no lo ha escrito ella. Si esos libros los escriben los ayudantes". No, si la culpa al final la va a tener el negro.
En total, quedé con Bicoca en la tienda que Lydia Delgado ha abierto en Madrid. Me llevé a Chiquitín porque sabía que Bicoca traería a Cayetano. Y tardó tanto la tía que Chiquitín defecó dos veces de puro desconcierto. A la media hora la veo aparecer con el bulldog Cayetano, que se ha puesto gordo como una foca desde que le castraron (dan ganas de sacrificarlo y hacerse un abrigo de Elena Benarroch), y con su madre (la de Bicoca) en silla de ruedas. Como no había forma de subir a la señora a la tienda, la dejamos al lado de un árbol comiéndose una caja de pastas de Mallorca y atamos a Chiquitín y a Cayetano a la silla, que estaban los dos jadeantes esperando que a la ilustre madre se le cayera un trozo de pasta de la boca.
Y mientras pasábamos la tarde probándonos los preciosos trajes de Lydia para esta primavera, los transeúntes le iban echando monedillas a la abuela en la caja de pastas. Cinco euros se sacó. Era como lo del padre de Torrente, pero en versión pedorra. No se lo dije a Bicoca. Bicoca es ajena al mito Torrente. Yo creí que Bico se iba a indignar porque hubieran tomado a su madre por una indigente, pero la tía se quedó pensativa, como considerando la posibilidad para el futuro.
Nos fuimos a Embassy a tomar unas tortitas con nata y Bicoca le dijo a su madre: "Madre, ¿pasas con nosotras dentro y a lo mejor te aburres o te quedas aquí tan a gusto y ves pasar a la gente, con lo que a ti te gusta?". Y la madre dijo: "Aquí". La dejamos con Chiquitín y Cayetano, y Bicoca dijo: "Oyes, a lo tonto, a lo tonto, nos va a salir la merienda gratis. A mi madre la dejas dos tardes más en la calle y le quita el trabajo a las rumanas". Me dejó muerta.
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