Unos pierden, otros ganan
A veces es necesario creer en los milagros para entender por qué uno gana y otro pierde, pero es igual, tampoco pasa nada. Al que le toca ganar le cae la tarea de seguir adelante, que no es poco viendo cómo está de difícil el tema. Habrá que animarle a seguir adelante ante los retos que tiene pendientes, máxime cuando muchos creían que no iba a ganar. Un padre de familia, bajito y de bigote recortado (con un cierto parecido al delegado de este diario en el País Vasco), con la boca abierta y mirando al cielo, no daba por cierto que los suyos hubiesen ganado. Más de uno tendrá que ir de rodillas a Santiago, era el milagro solicitado, y mientras el galáctico hace aguas el más modesto Dépor se desborda en Riazor. El fútbol no tiene lógica. Cualquiera que salga al campo puede ganar, aunque en la mayoría de los casos los pronósticos se cumplan. Es esa minoría de hechos que calificamos de milagrosos cuando no se cumplen los pronósticos lo que hace que el fútbol siga teniendo su encanto.
Lo de Maragall o Ibarretxe son pelillos a la mar comparado con el problema al que tenemos que hacer frente
Lo doméstico se ha hecho minúsculo ante un reto que necesita más que nunca de Estado y de las organizaciones occidentales
Y, como lo imprevisible ha entrado dramática y sorpresivamente en nuestras vidas, lindando un antes y un después, al plan Ibarretxe, que es de antes, nadie le presta atención, ni al Parlamento vasco, que por lo visto lo debate o hace que lo debate. O a ETA, nuestra asesina doméstica de cada día, de la que nadie comenta sus detenciones por mucha cloratita y muchos jo-ta-kes que hayan encontrado en una minúscula aldea, donde pacen las ovejas, en una zona que algunos llamaban Iparralde. Y que, por cierto, los nacionalistas que pueden celebrar el Aberri Eguna con toda tranquilidad, después de haberle requisado todo su electorado, después de haberse aprovechado de ella en Estella, dicen que no tiene sentido que continúe. Pero todo eso ya son minucias.
Ahora hay un tema de Estado e internacional, el terrorismo islamista, síntoma de un Norte que se las creía felices y un Sur desesperado, recogido en la lectura más fanática y anticivilizada de la religión tras frustrados proyectos de marxismo populistas, que deja minúsculos nuestros regionalismos y grupos de coros y danzas. Lo doméstico se ha hecho minúsculo ante un reto que necesita más que nunca de Estado y de las organizaciones occidentales para no vernos sacudidos por el drama y buscando milagros debajo de las piedras como si fueran truchas y cangrejos. Ante un reto que hace necesario que apoyemos al que milagrosamente ha ganado: al Dépor.
Hemos entrado, de repente, en Occidente. Nos han metido con casi doscientos muertos y mil quinientos heridos en una zona donde no pudimos estar desde el siglo XIX, engolfados en nuestras peleas domésticas entre pretendientes dinásticos, ricos y pobres, los del centro y la periferia, neutrales en todos los conflictos de Occidente porque la guerra la teníamos dentro, y haciendo mutis por el foro en los compromisos internacionales porque poco importaba que tan miserable reino, Europa empezaba en los Pirineos, estuviera sólo a sus peleas internas. Para lo poco que importábamos era para que alguna de esas potencias jugase con nosotros como si fuéramos un país semicolonial. Pero eso se acabó, el sueño del subdesarrollo aislacionista se acabó.
Se hablaba ya desde tiempos de Felipe González de que empezábamos a ser una potencia económica. Nos lo empezamos a creer cuando la maleta de madera de nuestro familiar emigrante en Alemania apenas se apolillaba y vimos a masas de emigrantes en diferentes regiones haciendo el trabajo que nosotros no queríamos hacer. Queramos o no somos el Occidente rico, injusto y explotador, el de los cruzados o Santiago Matamoros, desde que nos han puesto las bombas en los trenes y avistamos las figuras de soldados vigilando lugares estratégicos como lo habíamos visto cuando íbamos de turismo por Francia o el Reino Unido. Ya somos de ellos por rabia que nos de, de Occidente, perdimos la inocencia, no todo el mundo es bueno. Lo somos al perder nuestra pobreza y nuestra falta de importancia.
Animemos al Dépor. No le dejemos sólo, porque su soledad la vamos a pagar todos. Lo de Maragall o Ibarretxe son pelillos a la mar comparado con el problema al que tenemos que hacer frente con una política de Exteriores absolutamente partidista hasta la fecha, y que se va a demostrar incapaz en el juego que las potencias más avezadas realizan desde ya hace muchos años, alguno desde siglos. Y al reto se le debe hacer frente en colaboración con el resto de Occidente. No vale decir no me gusta y me largo, porque no nos van a dejar largarnos ni los unos ni los otros. Cuando seamos conscientes de esto empezaremos a ser adultos.
Quizás tenga algo de positivo el reto, o debiera hacerse para que tenga algo de positivo, que se convierta en un lugar común para que seamos una nación y no una horda de nacionalidades, regiones y partitocracias mal avenidas. ¿Pero aprenderemos alguna vez? En Leganés no.
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