El Ruso
Me costó aprender a escribir ese sofisticado apellido. Con la endiablada disposición de sus consonantes tampoco resulta fácil pronunciarlo correctamente. Por eso, y no por ninguna cuestión de procedencia geográfica o ideológica, a Jaime Lissavetzky le llamaban El Ruso. Durante muchos años, El Ruso fue uno de los actores principales de la política madrileña y también uno de los tipos más habitables de su inhóspita fauna. Y digo lo de inhóspita porque a Lissavetzky le tocó lidiar desde su puesto en la secretaría general de la Federación Socialista Madrileña la más dura etapa de enfrentamiento interno que ha vivido esa organización. Un periodo en el que los socialistas mostraban bastante más empeño en apuñalarse entre ellos que en reconquistar el poder perdido, en gran medida por el espectáculo de desmadre que ofrecieron a la ciudadanía. El Ruso, que pertenecía al llamado sector renovador, hizo lo que pudo por evitar aquel navajeo en unas discusiones que eufemísticamente denominaban ideológicas, cuando parecían más propias de la Camorra napolitana.
Ahora Lissavetzky lleva camino de convertirse en el nuevo secretario de Estado para el Deporte, cargo codiciado, como pocos, de la Administración. No hay duda de que en la elección ha terciado Alfredo Pérez Rubalcaba, que, al margen de ser miembro de la corriente renovadora, es su amigo del alma. Rubalcaba y El Ruso son como esos pájaros de colores llamados agapornis, inseparables. Lo eran ya en los tiempos en que el hoy portavoz del PSOE en el Congreso ganaba medallas corriendo en las pistas de atletismo. Curiosamente, por encima de su militancia socialista, lo que más les une es el fútbol. Ambos acuden juntos al Bernabéu, donde, según testigos presenciales, evidencian con frecuencia sus convulsivas descargas de adrenalina.
Hubo un tiempo en el que anduvieron incluso enredando para presentar una candidatura a la presidencia del club que últimamente tanto les atribula. Lo de ocupar la Secretaría de Estado para el Deporte es un viejo anhelo de Lissavetzky que a punto estuvo de cuajar en tiempos de Felipe González. El quedarse a las puertas constituyó una auténtica decepción que tardó tiempo en superar. Para El Ruso ese cargo representa la fusión de sus dos grandes pasiones, la política y el deporte. Su elección, sin embargo, no se justificaría sólo por los deseos de Rubalcaba de convertirle en el hombre más feliz del mundo. Jaime Lissavetzky, además del bagaje político, posee una dilatada experiencia de gestión en materia deportiva. Fue miembro durante ocho años del Consejo de Educación y Deportes de la Comunidad de Madrid . Como consejero de Cultura del Gobierno de Leguina, se ocupó de la promoción del deporte en la Comunidad de Madrid, poniendo todo su empeño en que Madrid organizara los Mundiales de Atletismo del 97. No lo logró, pero, en su intento, levantó el estadio de La Peineta, marcando el territorio de lo que constituye el grueso de la oferta del Madrid olímpico. Será en consecuencia un defensor bien documentado y entusiasta de la causa Madrid 2012. Sin embargo, no todo será ilusionante y divertido en la gestión que le espera. De momento, tendrá que resolver el enojoso asunto de la selección catalana de hockey sobre patines, en el que están de por medio los socios de Maragall en Cataluña. Para ello empleará a fondo una de sus mejores cualidades, la de negociador, y no sólo por el talante y la habilidad que suele exhibir para evitar los enfrentamientos, sino, también, por su capacidad de extenuar a los interlocutores. El diálogo es la fórmula mágica de este profesor de Química Orgánica cuya formación científica le será útil para cumplir uno de los grandes compromisos electorales de su partido en materia deportiva, la lucha sin cuartel contra el dopaje. Con las recientes declaraciones del ciclista Jesús Manzano, el asunto del doping adquiere en la actualidad la categoría de volcánico. Un buen reto será también el que la relación del deporte con la educación sea mucho más estrecha y productiva de lo que ha sido hasta ahora.
Tampoco el ámbito le es ajeno: en el currículo de Lissavetzky figura la puesta en marcha de la Universidad Carlos III, iniciativa que tuvo la grandeza de crear en el denostado sur metropolitano de Madrid uno de los campus con más prestigio de toda España. Es, en definitiva, un tipo de provecho y nunca ha sido un aprovechado. Si El Ruso no fumara esos apestosos puros hasta podría ser un buen secretario de Estado para el Deporte.
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