El enanito censor
Ya puede usted comprarse en EE UU un reproductor de DVD con censura incorporada. El aparato tiene el precio normal del mercado, unos 70 dólares, a los que hay que añadir el coste de una suscripción para renovar mensualmente el servicio personalizado de censura (unos cinco dólares), ya que cada mes puede recibirse a domicilio un CD con indicaciones para seguir censurando a gusto de uno las nuevas películas del mercado. ¿Que la pareja protagonista de la película decide echar un polvete? No problem. Este DVD dispone en su interior de un enanito censor que le suprime a usted tal escena y su consiguiente disgusto. ¿Que alguien dice fuck u otra palabrota ofensiva? El DVD las esfuma en el éter y la sensibilidad del espectador no se verá agredida. Ni la de sus cándidos hijos, que podrán seguir creciendo sin saber que en el mundo existen aberraciones semejantes. Un mundo feliz.
Al parecer, el invento está haciendo furor. Que se sepa, de momento, este milagroso DVD que vela por la moral de las familias patrias, no puede hacer también lo contrario, es decir, meter en la cama a la pareja que en la película original no lo hace nunca, añadir unos cuantos fuck en los diálogos de una comedieta ñoña, o hacer que los malos de las películas militaristas en las que ahora se especializa Hollywood sean los propios americanos. Eso sí que sería un hallazgo. Cortar películas es algo que ya se ha hecho en todas partes, desde aquellos curas de nuestros colegios que ponían su bonete ante el proyector cuando llegaba la hora del beso, hasta los censores del ministerio a los que no temblaba la mano al suprimir fragmentos, manipular los diálogos en el doblaje o prohibir de cuajo una película entera. También en EE UU se han sufrido los rigores del llamado código Hays; más tarde los de la caza de brujas, y ahora, más modernos como se ve, los de esta censura a la carta y a domicilio, que incluso quiere arremeter contra las moderadas películas clásicas. Por si a Greta Garbo se le escapó algún suspirillo sospechoso, o los hermanos Marx se pasaron de rosca riéndose de las guerras en Sopa de ganso. Muchos cineastas ya han puesto el grito en el cielo -Robert Altman, John Landis, Robert Redford, Sydney Pollack...- sin poderse creer que una semejante manipulación del cine pueda estar ocurriendo.
También en Francia nos han sorprendido esta semana prohibiendo la exhibición del tráiler de La mala educación en los cines donde se ve la sangrienta pasión de Mel Gibson. A los curas de Lefebvre no les parece adecuado hacer coincidir la historia de su mártir con la sugerencia de que otros curas, herederos de su mensaje, suelan meter mano a los niños para aligerar sus místicos picores. Si en Francia ocurre algo así, es que estamos realmente en peligro.
Hoy y mañana nos visitará en Madrid el director Bertrand Tavernier para hablar del sistema de producción y protección del cine francés y de su batalla por la excepción cultural. Tavernier es un orador brillante, un apasionado amante del cine de todas las épocas, un defensor incansable de sus libertades... La modestia de estos actos madrileños no podrá contra la furia comercial de los patrióticos censores americanos, pero algo es algo. Advertencia para profesionales del cine y para cuantos se resisten al peligroso mangoneo que se nos viene encima.
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