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Ricardo Lagos

Mucho le debo a Chile, mi segunda patria. Allí viví entre los once y los quince años, estudié en una magnífica escuela al pie de los Andes, hice amigos para toda la vida, recibí espléndidas enseñanzas de literatura castellana de los profesores Julio Durán Cerda (chileno) y Alejandro Tarragó (español republicano), leí a Huidobro, Mistral y Neruda. Y junto a la educación literaria, recibí las enseñanzas políticas de Chile, la primera democracia latinoamericana desde el siglo XIX, democracia de sindicatos batalladores, vida partidista, prensa libre.

Hablo de la república chilena del Frente Popular (Radicales, Socialistas y Comunistas), del presidente demócrata Pedro Aguirre Cerda, pero también de la renuencia chilena a dejarse arrastrar a la guerra contra el Eje y de las grandes manifestaciones de izquierda en el Teatro Caupolicán para apoyar a los Aliados. Conservo esta idea clara de la democracia en Chile y me alarma la recurrencia con la que, a pesar de tradiciones e instituciones tan sólidas, surgen gobiernos autoritarios como los de Carlos Ibáñez en 1927 y Augusto Pinochet en 1972, sin olvidar la gran traición a la izquierda, que lo llevó al poder, del oportunista Gabriel González Videla en 1946.

Chile vive ahora una democracia alentadora que aún sufre lastres impuestos por la dictadura cuando Pinochet, no por su buena disposición, sino por las nuevas leyes del fin de la guerra fría, debió abrir la puerta que él mismo cerró: la libertad. Aylwin, Frei y sobre todo, ahora, Ricardo Lagos, han caminado el trecho de la dictadura a la democracia. Yo nunca he perdido la confianza -ni en los momentos más oscuros- de que Chile volvería a encontrar su ruta democrática. Ricardo Lagos lo confirma y, sobre todo, consolida instituciones e ideas a un nivel raro en América Latina: el del estadista, sin dejar de ser político.

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La democracia latinoamericana ha sufrido serias caídas en los dos últimos años. Presidentes electos han debido abandonar el poder, por incompetencia, corrupción o simple y masivo rechazo popular. Otros se mantienen por obra y gracia de su mediocridad invisible. Y otros -Lula, Kirchner- están por probarse.

En este panorama, Lagos destaca como político, intelectual y estadista. Hace pocos años, nos honró a Gabriel García Márquez y a mí, atendiendo a nuestra invitación para impartir la Cátedra Julio Cortázar en la Universidad de Guadalajara. Allí, Lagos nos advirtió que en Latinoamérica no hay recetas fáciles. Lo que debe haber es un esfuerzo constante para asegurar que el desarrollo económico tome en cuenta los objetivos sociales. Las sociedades se hacen a partir del ciudadano, el empresario y el trabajador, el artista y el receptor, el gobernante y el gobernado. La ciudadanía nos abarca a todos.

Este mensaje del presidente Lagos se amplificó el año pasado en la Conferencia de la Gobernanza Progresiva en Londres y, hace apenas unas semanas, conversando con él en La Moneda con motivo de la plática que di allí mismo dentro del marco de las Conferencias Presidenciales de Humanidades, iniciativa que devuelve al palacio presidencial de Chile una luminosidad que ahuyenta la antigua grisura de los muros... y de las memorias. En este programa me han precedido los novelistas José Saramago y Mario Vargas Llosa, así como los filósofos Fernando Savater y Gianni Vatimo.

Para Ricardo Lagos, el concepto integral de desarrollo no es mero complemento de políticas de gobierno, sino que abarca la acción ciudadana, el bienestar social y el empleo del capital humano. Ricardo Lagos -como hace pocos días en México el rector de la UNAM Juan Ramón de la Fuente y el empresario Carlos Slim- nos propone ir más allá de las fórmulas periclitadas del desarrollo estabilizador y, más inmediatamente, del Consenso de Washington que apostaba al grado de inversión como condición del crecimiento acelerado y sostenible. Esto no es necesariamente cierto, dice Lagos, añadiendo que a mayor crecimiento -cuando ocurre- no corresponde necesariamente más igualdad en términos de distribución del ingreso o fortalecimiento de la democracia.

E1 Consenso de Washington se estableció como "paradigma universal de la nueva sabiduría... y de la buena conducta". Las economías emergentes pronto descubrieron que su acceso a los mercados internacionales de capital era limitado e inestable y que la volatilidad de los flujos de capital mundiales crearon un grado de inestabilidad mayor en la economía global. Este desencanto es el que, en México, reflejan De la Fuente y Slim cuando, sin desdeñar la inversión foránea, acuden a la base misma del desarrollo, que es el mercado interno.

Entre otras propuestas, Lagos hace las siguientes a favor de una nueva economía que (evoco de vuelta a De la Fuente y Slim) evite precipicios demagógicos y aun autoritarios:

-Procesos comparables a las gigantescas transferencias de fondos que en los EE UU hace el Gobierno Federal a favor de infraestructura en los Estados (tema que en México ha suscitado el gobernador de Veracruz, Miguel Alemán).

-Una gobernanza transparente. Un servicio civil profesional.

-Fortalecimiento de la sociedad civil en un Estado de derecho.

No hay tema local que no incida, actualmente, con el tema global. Lagos insiste en la necesidad de darle legalidad a la realidad global. En efecto, hoy no existen normas regulatorias al respecto. La agenda internacional se caracteriza por la asimetría y la parcialidad. No incluye temas como la movilidad del trabajo y la de recursos para aliviar las "tensiones distributivas" generadas por la globalización tanto dentro como entre las naciones. Hay, en suma, un abismo entre problemas globales y normas políticas limitadas a esferas de acción nacionales y "cada vez más", locales.

Ricardo Lagos propone dos soluciones a este cuadro de disparidades, inercias y falta de imaginación:

-Garantizar un fondo adecuado de bienes públicos globales. Lagos incluye bajo este rubro la paz y la justicia internacionales, las áreas del conocimiento, la diversidad cultural, la salud, la protección del medio ambiente, normas que regulen las transacciones económicas internacionales y aseguren la estabilidad financiera. Hoy por hoy, nos dice el presidente de Chile, hay un gigantesco vacío entre la creciente interdependencia de las naciones y la debilidad de las estructuras in

ternacionales correspondientes.

-Contemplar una ciudadanía global basada en el respeto a los derechos humanos. Reconciliar el principio de igualdad y el derecho a la diferencia. Establecer a nivel nacional e internacional convenios sociales y fiscales que garanticen el acceso a bienes y servicios que fortalezcan los derechos sociales y económicos de la población. Admite Lagos que ésta es "una obligación esencialmente nacional", pero que debe ser complementada por la cooperación internacional. Se trata de superar asimetrías que hacen nugatorio el concepto positivo de "globalidad".

Siento no haber estado en México durante la histórica comparecencia de dos de mis más inteligentes y patrióticos conciudadanos, dos mexicanos que ven el horizonte grande mientras otros se pierden en la nimiedad ranchera. Pero siento que la visión de Ricardo Lagos no es muy distinta de las propuestas de Juan Ramón de la Fuente y Carlos Slim. Ello me da esperanzas, pues se trata del indicio de una nueva modernidad latinoamericana que trascienda las formas dogmáticas y agotadas y de nuestros sucesivos fracasos. Hay que ver lejos. Hay que entender nuevo.

Ricardo Lagos será presidente de Chile por el periodo constitucionalmente acotado. Pero fuera del Palacio de La Moneda, seguirá siendo ciudadano del mundo y guía de Iberoamérica.

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