Premio de primera
Vale. No es la Euroliga, ni siquiera las antiguas Recopa o Copa Korac, que al menos vieron en ocasiones grandes y sonados enfrentamientos. Cierto que repasando los equipos inscritos la mayoría son absolutamente desconocidos para el que no le guste el baloncesto. Tampoco hay que negar que al rival de hoy, el Hapoel Jerusalén, no le sobra glamour por no decir que carece de él. Vamos, que si alguien quiere desprestigiar esta final no tendrá que rebuscar mucho para encontrar motivos. Pero hay dos circunstancias que consiguen que el encuentro tenga una mayor enjundia de lo que podría parecer. La primera es el botín que se esconde detrás del trofeo, nada más y nada menos que participar en la próxima Euroliga. La segunda, que uno de los contendientes es el Real Madrid, y aunque viva época de vacas flacas, sigue siendo un referente europeo de primer nivel, lo que sin duda prestigia el torneo. La historia no se escribe en cinco ni en diez años.
Para el Madrid jugar la Euroliga resulta básico para sus planes, necesario para recobrar parte de la autoestima perdida en la era Tarlac y vital para su supervivencia económica. La Euroliga da dinero e ilusión, aspectos fundamentales para emprender un proyecto a la altura que se le supone al Real Madrid. Si no estás en la máxima competición continental, dicho rápido y tajante, no eres nadie. Y al Madrid le va mal el disfraz de invisible. Es sin duda el primer paso en su reconstrucción. Asegurada su participación, resultará algo más sencillo apuntalar el equipo, gastarse unos miles de euros y buscar alguna joya por ahí que le posibilite dar el salto cualitativo para codearse con los mejores de Europa.
Si no tuviésemos en cuenta que un único partido posibilita saltarse la lógica, el Madrid debe llevarse la Copa. Pero para ello deberá aprender a ganar, empezando por un rival lejos de los mejores de la liga española. Estamos hablando de un equipo madrileño que sólo ha conocido sinsabores en los últimos tres años. Sin duda presenta un colectivo mucho más solvente si lo comparamos con temporadas pasadas, pero las malas dinámicas cuestan mucho cambiarlas y la fiabilidad sólo se consigue con grandes triunfos. Apuntando buenas maneras, el Madrid sigue huérfano de ellos, por lo que su respuesta en las citas importantes permanece en entredicho. El partido del sábado en el Palau (como lo fue los cuartos de final de la Copa) resultó esclarecedor en este sentido. El Madrid plantó cara, superó adversidades, emitió buenas sensaciones pero no pudo (o supo) ganar. Consolidado el colectivo, llega la hora de hacer realidad las buenas maneras. El primer paso lo pueden dar hoy. En una final de segunda pero con premio de primera.
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