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LA CRÓNICA
Columna
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El presidente Camps se pone el mono de faena

No ha podido ser antes. El largo proceso electoral legislativo, además de los desajustes palaciegos en el seno del PP valenciano, han impedido que la Generalitat, y sobre todo el Consell, normalizasen su pulso y se aplicasen por entero a las tareas de Gobierno. Aún quedan incógnitas por despejar en el nuevo escenario político, cual es, entre otras, la proyección del ex molt honorable Eduardo Zaplana en el marco autonómico, pero lo bien cierto es que al presidente Francisco Camps ya se le estaba agotando el tiempo para dar señales de vida. Y esta semana las ha dado procediendo a una ronda de entrevistas con partidos y agentes sociales, como son las patronales, sindicatos y universidades.

Al margen de las coincidencias o discrepancias entre los interlocutores, lo importante es que se hayan producido estos encuentros, que en adelante deberían ser ordinarios y no, como ahora, excepcionales. Que nuestros portavoces políticos y corporativos se eludan o recluyan en el autismo no contribuye precisamente a la solución de los problemas pendientes, que son numerosos, complejos y no pocos apremiantes. Si algo ha quedado claro es que tenemos -tiene el Gobierno- todos los frentes abiertos, como si en vez de diez meses vacantes llevásemos un lustro, o más. De ahí que no sea posible ni pertinente referirnos aquí a todos los asuntos, pero tampoco podemos soslayar los más notorios.

Y los más notorios son aquellos que reclaman un debate previo y denso a la solución que acabe prosperando. Como, por ejemplo, el Plan Hidrológico Nacional, que no se puede imponer por redaños, ni impugnar, como hace el PSOE, sin fundamentar con datos y pedagogía su propuesta alternativa. Las inversiones previstas, más las imprevistas y los daños medioambientales, son de tal magnitud que no cabe tomar decisiones en precario. Y algo parecido podríamos anotar acerca de la Ley de Ordenación del Territorio -que no se acaba de parir- y que pone en jaque la sostenibilidad de nuestro desarrollo. Es el caso, asimismo, de la eurorregión que, guste o no guste, empieza a perfilarse por imperativo económico y ante la que habrá que optar, de no ser que se haya optado por ir del bracete con Murcia.

No es, repetimos, una nómina exhaustiva de proyectos y cuestiones pendientes, pues hay una docena más de ellos que podrían citarse con sobrados méritos, cuales son el interminable plan integral de residuos, el trazado del AVE, la crisis de la agricultura, el desastre de las finanzas públicas con su secuela de demoras e impagos y las mejoras de la docencia, la investigación y de la sanidad, por no referirnos al nuevo estatuto, no el de la autonomía, que ese no interesa a casi nadie, sino el de RTVV, acerca de cuyo cambio todos parecen estar de acuerdo. Otra cosa es que haya arrestos para meter mano y tijera en aquel tinglado de Burjassot donde, dicho sea de paso, tanto dinero y talento se dilapida.

O sea, que el presidente Camps tiene por delante una agenda apretada y va a necesitar mucha voluntad política y muchas tablas para concertar criterios y afrontar con un talante insólito para él la disputa inevitable con Madrid. En este envite no puede soslayar que, contra lo que se ha dicho estos días por estos pagos en punto a que "los grandes proyectos no tienen siglas" -en el sentido de que son ajenos a las ideologías-, los proyectos como todo en la vida son política e ideología. Que no se equivoque: el Plan Hidrológico o la gestión de la tele presuponen una concepción de la democracia, por más que entre su partido y la alternativa socialista sea cada vez menos perceptible la diferencia.

Voluntad política, decimos, y equipo de Gobierno. También eso va a necesitar si los consejeros en ejercicio, o parte de ellos, no demuestran que son capaces de alcanzar nuevas fronteras. Por el momento -y aludimos a una buena fuente- no se moverá ninguna silla antes del verano. Y eso es justo: hay que darles la oportunidad de gobernar en condiciones normales, lo que no ha sido posible hasta ahora. Ni siquiera lo ha sido para el presidente Camps, que acaba de ponerse manos a la obra, esto es, en su lugar, con gran contento de sus parciales y expectación de los observadores. Veremos qué da de sí el nuevo cuatrimestre.

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UN PUNTO DÉBIL

El director general del Libro, el muy discreto Vicente Navarro de Luján, ha descrito como "punto débil" el pobre hábito de lectura de los valencianos. Compramos y leemos pocos libros y periódicos en relación con el promedio estatal. Es un déficit antiguo y bochornoso que se compadece muy mal con el chauvinismo y las ínfulas de progreso que exhiben algunos convecinos e incluso prohombres políticos con razones para saber de qué pie cojeamos. Ese punto débil delata que algo muy serio ha fallado en la política cultural de este país desde que la democracia dio alas para escribir y editar. Un fallo garrafal.

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