La piel de la duda

El último título de Carlo Frabetti (Bolonia, 1945) es El Libro Infierno (Alfaguara, 2002), una alegoría en torno al conocimiento (su costado metafísico) y a todos los conocimientos (su costado mefistofélico). El diálogo que ahí se establecía entre el bibliotecario (el diablo) y el narrador (en última instancia, como no podía ser de otra manera, el lector) ofrecía como sustancia moral y cuerpo argumental el mismo acto de especular. Los contenidos de dicha especulación eran de variada naturaleza. Y daba la impresión de que lo que menos importaba era quién de los dos, el diablo o el narrador, tenían razón en la contienda dialéctica. Un ejemplo de ello es una discusión sobre El pequeño príncipe. Los dos tenían razón, o no la tenían. Porque, a la postre, lo que parecía importar por sobre toda otra consideración era la solidez formal de las argumentaciones. El autor italiano (en lengua castellana) demostraba en ese libro una rara capacidad para sacar el acto especulativo de los farragosos manuales y transformarlo en una actividad viva del pensamiento. Que todo ello se vinculara a la ficción, tampoco era un propósito menor. Lo hicieron antes Borges y Calvino, con los que Frabetti parece convivir sin remordimientos y sin hipotecas insalvables.

Carlo Frabetti es matemático. Su práctica literaria tiene lazos con la de un Hans Magnus Enzensberger. La lógica matemática y el conocimiento profundo de los más variados campos de la cultura humanística no escapan a su ansiedad de intervenir y participar en beneficio de la ficción. (Actualmente en Argentina hay un escritor, Guillermo Martínez, que está haciendo una labor semejante alrededor de la novela desde su condición de matemático). Ahora se reedita Los jardines cifrados, la primera novela para adultos que escribiera hace ya unos años Frabetti, después de hacerlo para niños y jóvenes. Esta novela es de las que después de leerla uno comienza a pensar que hubiera sido bueno en su época de estudiante haber sacado mejores notas en matemáticas. Y si me apuran, también en filosofía, además de haber incursionado en áreas de saberes menos ortodoxos. Pero así y todo, esta novela se puede leer como un texto de intriga y a la vez como una aventura amorosa. Carlo Frabetti reconcilia dilemas espirituales y metafísicos con otros más terrenales. Sus personajes tienen ese carácter entre conjetural y verosímil que tienen que tener siempre las novelas que se imponen como juego literario la sed de absolutos y autoconocimiento. Y resulta una auténtica gozada transitar por Godel, Lewis Carroll, Dalí (otro apasionado por las ciencia exactas), Vivaldi y Vladímir Propp, sin que nunca tengamos la sensación de que la emoción más carnal es irreconciliable con la duda y los interrogantes más radicales.