Pimoulier propone "arriesgarse a mirar" el dolor mauritano a través de cien fotografías
'En la piel del otro' reúne el fruto de los cinco viajes del pamplonés a ese país
"Quien contempla las fotografías mauritanas de Enrique Pimoulier (Pamplona, 1954) no queda indemne". Lo dice el periodista Javier Pagola, responsable de comunicación de Medicus Mundi y uno de los mejores conocedores del sufrimiento de África. Fue el azar el que le condujo a Mauritania, país que ha visitado en cinco ocasiones entre 1997 y 2001. La sala Zapatería 40 de Pamplona presenta ahora el fruto de estos viajes: En la piel del otro, el fruto de una amistad, una muestra de imágenes "para la reflexión más que para el disfrute", según el propio autor.
Enrique Pimoulier ha vuelto una y otra vez a Mauritania, un gigantesco pedazo del Sahara, acostado al borde del Atlántico, tanto a iniciativa propia como requerido por organizaciones humanitarias. Repitió en dos ocasiones la Ruta de la luz, acompañando a una organización de oftalmólogos que obran el milagro de la vista y siguió a Tierra de Hombres para documentar la dura realidad de los niños de la calle, de los adolescentes en prisión o de la simple construcción de un pozo de agua. El resultado de ese periplo por tierras africanas se exhibe hasta el mes de mayo en una sala de exposiciones de Pamplona con una espléndida caligrafía fotográfica. Viendo las imágenes -en blanco y negro, de gran formato y desnudas- el espectador nota el pálpito humano de una atracción.
La de Pamplona es la segunda muestra individual de Pimoulier, ganador en dos ocasiones del premio Luis Baltueña. Para esta ocasión ha seleccionado cien imágenes que presentan a seres humanos que ansían ver, que anhelan la libertad, o que simplemente nos miran. El fotógrafo no se obsesiona por la perfección técnica, que es ya muy alta en los retratos. Se ve que al realizar estas instantáneas no quiso perder la frescura de una súplica, de una pregunta, de un sentimiento. "Son imágenes para la reflexión más que para el disfrute", indicó su autor. Son fotos que entran por los ojos de los nativos, cegados por la luz del desierto, pero recuperables.
Pimoulier ha sido testigo del esfuerzo de muchas personas por tratar de devolver la vista o mejorar la calidad de vida de los mauritanos. Cirugía, unas simples gafas viejas o una modesta donación económica. Pero no se hace ilusiones. "Estamos bombardeados diariamente por imágenes escalofriantes. La incidencia de mis fotografías en el terreno de la solidaridad es, probablemente, escasa", afirma. No obstante, nos enfrenta a un recordatorio de denuncia de la pobreza, tan cercana, y de la esperanza, tan grande, que encontró en los mauritanos. Lo que presenta es en realidad un puente de comunicación visual con la omnipresencia de la enfermedad, el esfuerzo de las mujeres, la vida emergente de los presos adolescentes, la dignidad del anciano, la crudeza de la miseria más absoluta y la enorme vitalidad de los niños.
El fotógrafo seguirá viajando; es una de sus pasiones. Lo ha hecho en Vietnam, en Belice, en Ecuador, en Mozambique, en India, en Guatemala, en Kenya, en México. Y en todos lados fotografía hasta alcanzar la belleza con la sencillez de quien coloca al ser humano como eje de su trabajo. "Narrar con la mirada puesta en los otros, y no tanto en uno mismo", comenta en el catálogo de la exposición Miguel Ángel Invarato, fotógrafo y coordinador del movimiento Fotógrafos por un mundo sin guerras.
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