Aprendamos del 14-M
En una democracia representativa parlamentaria como la nuestra, un cambio de gobierno sólo se logra si los ciudadanos eligen diputados y senadores propuestos por los partidos políticos o por agrupaciones electorales. Es utilísima la democracia participativa en forma de manifestaciones y huelgas pacíficas, plataformas activistas, campañas de protesta o de concienciación colectiva, pero sólo las urnas permiten que se cumpla la voluntad ciudadana. Algo tan obvio no solían tenerlo claro todos los españoles. Hasta que llegó el 14-M y se trenzaron ambas formas democráticas para restaurar la democracia. Primera lección que aprender y para no olvidar jamás.
Los ciudadanos autoritarios, conservadores y poco ilustrados de la España profunda constituyen una base electoral sólida, unida y fiel, del PP, que lo apoyará con escasas fisuras y deserciones. La España progresista, en cambio, es, por definición, plural y crítica, y, por eso, voluble e inconstante. Sólo puede frenar a la derecha si se une a favor del PSOE o de otro partido, a su izquierda o de ámbito territorial menor, que le dé su apoyo crítico pero leal. Sólo si se fija en lo que es fundamental y no secundario de tales partidos. Sólo si no se abstiene de votar pese a los mil motivos que suele alegar a menudo.
El voto que ha castigado al PP responde a esa actitud, pero podría ser excepcional, pues ha sido respuesta a un indignante estilo de relacionarse con los ciudadanos; respuesta que muchos dudaban que se diera si no intervenía algún desencadenante de la conciencia cívica. La tragedia de Madrid lo fue, sin duda, pero el estilo del PP es mantener que, sin ella, hubiera ganado las elecciones. Si se olvida la constante táctica pepera, la gente votará mucho menos en las elecciones europeas del próximo junio, y el PP dirá, si gana, que ha sido confirmada su tesis de que, en circunstancias normales, hubiera ganado en marzo. Sólo si se repite o se amplía el voto en contra de las listas europeas del PP, tendrá éste que aceptar (y los españoles confirmarán) su castigo a quien ha puesto la paz, la seguridad y la democracia de nuestro país al borde de la ruina. Segunda lección.
Fiel a su estilo, el PP hará una oposición agresiva y desleal al nuevo Gobierno. Continuará hurgando en lo que más puede dividir al PSOE y frustrar a sus coyunturales aliados nacionalistas: la supuesta cohesión nacional, confundiendo las reformas estatutarias y constitucionales con la destrucción de España. Tanto los socialistas como ERC, CiU, PNV, BNG deberán ser muy prudentes en el lenguaje, muy hábiles en los acuerdos y muy realistas en las pretensiones mutuas, demostrando transparencia y lealtad, para no ceder al chantaje del PP e incluso atraerlo hacia reformas que exigen constitucionalmente su concurso, pues podría apelar tal partido, en caso contrario, a consultas refrendatarias en las que la España más conservadora le daría la razón frente a los reformadores. En el caso catalán, un maximalismo electoralista de CiU o de ERC haría el juego al PP o podría complicarle la vida al Gobierno de la Generalitat como ha ocurrido otras veces con uno u otro partido. Tercera lección.
Una última lección, que debiera aprender especialmente el PSOE de Rodríguez Zapatero, es consecuencia de todo lo dicho sobre la conciencia política de los españoles. Para asegurar un comportamiento electoral que impulse gobiernos democráticos de verdad y progresistas, y eduque en esos valores a la población que aún vota a la derecha autoritaria, es imprescindible iniciar una campaña de, al menos, cuatro años, que promocione dicha conciencia de modo sistemático y permanente, utilizando todos los medios de comunicación de masas, los instrumentos más pedagógicos, el concurso de profesores, periodistas e incluso publicitarios. Sin sectarismos de partido, formando opiniones maduras, ilustradas e informadas. Esta empresa se la recomendé en un lejano día a Felipe González y consideró que tenía tareas más urgentes. Así llegó la juventud a votar a Aznar por creerlo más a la izquierda que el elocuente sevillano. Una nueva juventud no ha soportado al autócrata engreído y manipulador, pero no basta. Es urgente librar al país del albur de comportamientos políticos irracionales. Votar con la cabeza y con conocimiento de causa no es incompatible con la pasión moral. Todo lo contrario. Cuanta mayor formación e información políticas tenga la gente, tanto mayor será su responsabilidad ética y cívica.
¿Cuántos ciudadanos que votaron al PSOE el pasado 14-M por indignación moral hacia Aznar y su heredero votarán en contra de las listas del PP para el Parlamento Europeo el próximo junio? ¿Cuántos entenderán la nueva jugada propagandística que pretende negar la legitimidad de unos votos, que Aznar atribuye a las mentiras, manipulación del dolor ciudadano y violencia callejera de los socialistas, para iniciar ya un nuevo proceso de desmoralización, división y apatía del pueblo español? Para que no siga prosperando tal conocida actitud, no basta la memoria inmediata de cuatro años destructores. Hace falta un nivel de inteligencia colectiva que no se deje engañar. La gente no es tonta, como cree el actual PP, y no carece de intuición certera cuando los gobernantes caen en su propia trampa al exagerar, nerviosos, sus tácticas de baja estofa. Pero es bien triste que hayan de morir cientos de personas para que se encienda la luz de alarma de los indiferentes hacia la vida pública. La alfabetización política es, por tanto, la tarea más urgente que, a mi entender, tiene el nuevo Gobierno socialista si quiere ser consecuente con la magnífica y reconfortante imagen del joven líder que lo presidirá. No confiemos en las encuestas que auguran una repetición de votos al PSOE en las elecciones europeas de junio. No se trata tanto de volverle a votar -siendo necesario y conveniente- como de volver a derrotar al PP de modo que, más humilde, cambie de estilo para bien de la democracia.
J. A. González Casanova es profesor de Derecho Constitucional de la UB.
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