El abogado del diablo
A sus 79 años, Jacques Vergès defenderá a Sadam Husein tras representar a personajes como Klaus Barbie, 'El Carnicero de Lyón'
Detrás del eterno puro habano de Jacques Vergès y de su cara, poco marcada por el paso del tiempo, se extiende una leyenda repleta de enigmas y de golpes mediáticos como el anuncio espectacular de convertirse en abogado de Sadam Husein y llamar a declarar a los dirigentes occidentales que apoyaron al dictador iraquí en los años ochenta. No es el único que pretende intervenir en un proceso del que nadie sabe cómo y cuándo se celebrará: la Unión de Abogados Árabes, con sede en El Cairo, discute a Vergès el derecho de declararse defensor del ex dictador iraquí.
Este revuelo de togas no inmuta al letrado de París. Su cliente no ha podido designar a nadie para asistirle jurídicamente, puesto que permanece preso en un lugar secreto. En cambio, él se ofreció a hacerlo en diciembre, cuando comenzó a ocuparse de Tarek Aziz, otro de los ilustres del régimen iraquí detenidos. Vergès cuenta ahora con la carta de un sobrino del ex presidente, encargándole de la defensa de su tío. El letrado se sacude de un manotazo las "querellas de verduleros" con otros colegas, diciendo que lo más urgente es instar a que se aplique la Convención de Ginebra, lo cual permitiría a la familia recibir noticias del prisionero sin tener que limitarse a esas imágenes en que alguien examina la boca de Sadam Husein "con maneras más de veterinario que de médico".
El letrado quiere llamar a declarar a los dirigentes occidentales que apoyaron a Sadam
Vergès lleva decenios atrayendo la curiosidad hacia su persona y hay que reconocer que 79 años de vida le han dado para mucho. Tuvo tiempo de participar en las Fuerzas Francesas Libres (organizadas por el general De Gaulle en la II Guerra Mundial) y de actuar, más tarde, como abogado del nazi Klaus Barbie, El Carnicero de Lyón. Durante un periodo juvenil compartió militancia comunista con su hermano Paul, que sigue en ello y recientemente ganó la elección regional en La Reunión, la isla francesa donde ambos vivieron su infancia. Los dos son hijos de un médico y cónsul de Francia en Tailandia, que tuvo a Jacques y a Paul de una esposa vietnamita fallecida de paludismo cuando el futuro abogado contaba tres años de edad.
Todo esto se interrumpió un buen día de 1970, cuando Vergès abandonó esposa e hijos y desapareció de la vida pública. El escritor Bernard Violet, autor de una biografía no autorizada de Vergès, supone que la huida se debió al temor a una venganza de la familia de Moisés Tshombé, el dictador de Katanga, por no haberle sacado de la cárcel cuando le habían pagado para ello. Una de las pocas cosas que se sabe de su periodo clandestino es que entró en contacto con Illitch Ramírez Sánchez, más conocido como Carlos, El Chacal, el terrorista venezolano que reivindicó una finalidad política (propalestina y antinorteamericana) para sus hazañas sangrientas de los años setenta y ochenta.
Tras su reaparición en Francia reanudó las actividades como abogado. En 1987 sorprendió a todo el mundo haciéndose cargo de la defensa de Klaus Barbie, el ex jefe de la Gestapo en Lyón, entregado a las autoridades francesas tras su detención en Bolivia. El nazi fue condenado a cadena perpetua tras un juicio que trajo al primer plano el caso de los 44 niños judíos refugiados en la aldea de Izieu, que en 1944 fueron capturados por la Gestapo y enviados a campos de exterminio; o el impresionante testimonio prestado en la sala de audiencia por Lise Lesèvre, torturada personalmente por Klaus Barbie y deportada, lo mismo que su marido y su hijo.
Vergès minimizó las acusaciones y sostuvo la prescripción de los hechos; después, embarulló el ambiente con la revelación de delaciones internas en la Resistencia francesa contra el nazismo. El abogado es autor de un libro titulado La belleza del crimen, en el que habla en términos muy respetuosos de su distinguido cliente nazi. Para el periodista Laurent Greilsamer, que le siguió durante algún tiempo, Barbie en realidad no le interesaba: lo que Vergès pretendía demostrar era que la redada de niños judíos de Izieu obligaba a denunciar también las torturas infligidas por los franceses a los militantes del FLN o las matanzas cometidas en Sabra y Chatila bajo la mirada israelí. Extraño cortocircuito intelectual, pero coherente con la leyenda que el personaje ha forjado de sí mismo.
Después ha venido Slobodan Milosevic, de quien se declara "consejero jurídico", aunque no ha acreditado el encargo formal de defenderle ante el Tribunal de La Haya. También se ocupa de Khieu Samphan, que se sentará en el banquillo de los acusados durante el proceso que se prepara en Camboya contra dirigentes de los jemeres rojos, responsables de uno de los mayores genocidios de la historia; el cliente de Vergès ha publicado un libro, prologado por el abogado, en el que se declara ignorante del genocidio cometido.
La saga de personalidades defendidas por Vergès se habría parado en Tarek Aziz, si no fuera porque reclama para su cartera de clientes al máximo responsable del régimen iraquí, que se encuentra en manos de Estados Unidos desde el 13 de diciembre de 2003. El abogado se ha apresurado a recordar el papel desempeñado por Washington en el armamento del régimen de Sadam Husein. La estrategia está clara: primero hay que conseguir un proceso comparable al de Núremberg contra los criminales nazis y, una vez logrado, se trata de demostrar que el ex dictador y sus colaboradores no son los únicos actores de la película.
Él se dice un defensor de causas perdidas; en alguno de los programas de televisión en los que participa se le ha presentado como el abogado del diablo. No constan protestas de su parte.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.